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CRISTAL DE CUARZO

Jorge Alberto Narvaez Ceballos

A Afranio Parra Guzmán, el Chamán del Cuarzo y del Jaguar

Quedó fascinado con las luces de bengala y salió al portón de la casa, caminó extasiado y feliz; bajó las doce gradas hasta la acera y cruzó a la esquina de enfrente. Las luces se tornaron de colores y se le vino a la mente, como una película, la tarde en que llegó a la ciudad tomado de la mano de su hermana mayor.

—¡Maravilloso! — Pensó en voz alta. —Ojalá no llueva esta noche. — Murmuró mientras arrastraba, como queriendo correr, sus pies cansados por los años.

La música estruendosa salía de las casas golpeándole en los brazos, su mirada no dejaba de seguir las luces en el cielo, caminaba cada vez menos rápido, había avanzado un tramo largo cuando miró hacia atrás y no encontró el camino. Trataba de observar lo mejor que podía ayudado de esa luz fría que emiten las lámparas de los postes de la calle, lo que fue asombroso hace unos minutos, se tornaba agresivo y difuso, un relámpago cruzó el cielo oscuro y el estruendo de la pólvora lo hizo sentir abandonado y frágil.

La sombra era su única compañía, miró sus zapatos abotinados herencia de un pasado que ya cruzó la esquina del recuerdo, su traje negro elegante, su camisa blanca impecable, su corbata negra y su sombrero de fieltro recién planchado y lustrado, tenía las manos curtidas por los años pero sus uñas eran cortas y limpias, sus dedos largos y finos y, en el dedo anular de su mano derecha portaba el anillo de matrimonio.

Rodeado de gente se sintió solo, pero su instinto de conservación evitó que se delatara, guardó el miedo como le enseñaron hace años y decidió seguir caminando. De repente se acabó la calle y se encontró en la esquina de una gran avenida, miró a todos lados y sintió unas ganas infinitas de llorar. Sacó del bolsillo trasero derecho de su pantalón un pañuelo de lino blanco en cuya punta tenía bordada la inicial de su nombre, con especial cuidado, para no quedar en evidencia se limpió la nariz y disimuladamente secó las lágrimas escapadas que rodaban por sus arrugadas mejillas.

Caminó corriente abajo por la avenida, miró el cielo despejado, un par de nubes lanudas que acompañaban a la luna llena y las luces en las laderas de la ciudad que se extendían hasta el infinito. Un silencio supremo embargaba la esquina donde se perdía la calle, entonces decidió regresar por el mismo camino, sin embargo, los árboles sombríos, las luces a medias y las fachadas abruptas acabaron por desviarlo aún más de su destino.

Los manchones de sombras proyectados en el pavimento ocultan un hueco al final del andén, cayendo estrepitosamente al suelo y cuando nada podía ser peor, una mano se extiende para levantarlo.

—¡Caramba, compañero! ¿No vio el hueco? — Le dijo el hombre que le ayudaba a levantarse, no supo por qué pero esa presencia le resultó tan familiar que se sintió aliviado con solo sentirlo.

—¡Oiga hermano, usted está perdido! — Le dijo el hombre con mucha naturalidad y familiaridad.

— ¡No señor! Solo salí a pasear un rato. En mi casa, bueno, en la casa de mi hija, todos estaban tan ocupados y preferí salir un momento. —

— ¡Fresco, hermano, conmigo no hay problema! Camine, lo acompaño hasta la casa. — Fue entonces cuando el desconocido le dijo: —Vos ya no te acordás de mí, ¿cierto? —

—¡Caramba! se me hace conocido, pero con esta luz no lo distingo. —

—Siloé, hace unos años. — Trató con esto el extraño de refrescar su memoria.

—¡Siloé… Hace muchos años, será! Yo no he contado lo que vivimos en Cali hace tanto tiempo ya. Viéndolo bien, usted se me hace conocido. —

Caminaban con cierta rapidez y cayó en cuenta que ya no le dolía nada, es más, se sintió tan contento que le dijo a su acompañante que hicieran un alto en la esquina para tomarse una cerveza fría.

—¿De verdad que no te acuerdas de mí? —

—No compañero, la verdad no me acuerdo de usted—.

—¡Acordate, hombre! de Terrón Colorado, de Vicente y los ecuatorianos. —

—Los ecuatorianos, me acuerdo de Franco y Amaranta. Pero usted está muy joven para saber de los ecuatorianos. Lo digo porque de eso ya pasaron muchos años, tantos que ya ni siquiera yo me acuerdo de aquellos tiempos. Pero siéntese no’más, echémonos esas polas y conversemos. —  

—Vos no has perdido jamás el temple del Guerrero del Jaguar y te juro que en el bolsillo aún cargas el cristal de cuarzo. — Le dijo el hombre mientras se afanaba la botella de cerveza fría.

Por un momento pensó que estaba a punto de caer en alguna trampa, pero reconoció a su acompañante y en una mezcla de alegría y sorpresa tomó el bocado de cerveza y respiró.

—Compañero Afranio, vino usted a acompañarme en este último tramo de la vida. Con los años me he ido olvidando de cada cosa, de cada cara, de las esquinas, de las miradas, pero sabe, compañero, jamás me he olvidado de usted. —

—Fresco, compa. — Le respondió el hombre acabando de un sorbo el resto de cerveza.

—Espero que no se le haya olvidado nuestra última reunión allá en los cerros, camine echémonos una caminada hasta allá. —

No dudó ni un momento que eso fuera posible, ni siquiera se hizo esperar un minuto, pagó las dos cervezas y salió de la tienda.

Sintió que el cuerpo se elevaba y que no le dolía nada, una gran alegría le recorría cada rincón de su cuerpo y de su alma.

—Sí, mira compa, allá están los cerros, volvemos a los mismos sitios que nos dieron la razón para este encuentro, aquí estamos en la cumbre, tocando con la piel, la piel del cielo. Aquí está la memoria eterna de nuestro combo.

De vez en cuando, nos encontramos aquí, con el Flaco, él no alcanzó a llegar a la reunión que estaba programada para aquellos días en que decidió subirse a la avioneta, pero logramos reencontrarnos con el tiempo. —  

Para este momento, todo cuanto le decía Afranio no solo era verdad, sino que tenía absoluta coherencia. Desde aquí recordó con toda claridad la noche en que se llevó a cabo la ceremonia de los Guerreros del Jaguar, la noche es como una ruana, llena de agujeros, la luna, las estrellas, la cruz del sur, la chacana celeste que permanece inmutable y que nos lleva a los tiempos ancestrales; abajo, la ciudad llena de luces, con sus rumbas y sus penas, el hacinamiento y la opulencia, los afanes y la lentitud, la contaminación que pulula en cada cosa que produce este montón de gente, que cada día se parece más a una enfermedad viral de la tierra.

—¿Ve, compañero? — Le dijo. —Estamos aquí y ahora porque los tiempos del cosmos son perfectos, cada uno de nosotros partió en el momento específico, incluso a quienes nos hicieron ir a la fuerza. Así como el agua busca su camino incesante hacia el mar, como el cachorro busca a la madre una vez que nace ciego y casi inanimado, de la misma manera usted y yo teníamos que estar aquí y hora en este punto. —

—¿Y ha venido aquí, con el Flaco Jaime? — Preguntó sobresaltado por la emoción.

—Con Jaime, Álvaro, Iván, Andrés, Lucho, Pedro, Pacho, Alberto, Carlos, el Médico, Germán y con muchos otros. Estamos a punto de cerrar el ciclo, el discurso de país y de nación quedó pequeño, nuestra tarea es hoy continental, más bien universal compañero. Estamos a punto de perdernos para siempre ante esa mentalidad destructiva en la que está poseída la gente. El ser humano y su deseo bélico y depredador está a punto de romper el equilibrio para siempre, dando el salto al punto de no retorno. Pretendiendo conquistar, conocer, poseer, dominar, nos estamos destruyendo y en esa loca carrera hacia la muerte nos estamos llevando todo cuanto nos rodea-.

—Compañero, ahora mi mente está totalmente lúcida, mi cuerpo totalmente recuperado, soy el último Guerrero del Jaguar. —- Respondió sonriente. —Este es el punto del origen de todo nuestro legado, está ligado a la esencia de las creencias y las prácticas de nuestros pueblos milenarios y a la amalgama de la cual somos producto. Mimetizados y conjugados con el universo, hemos sobrevivido por los tiempos a esa mezcla acrisolada de creencias, de compromiso con la vida desde su punto de partida, es lo que nos ha movido, estamos desde tiempos perdidos en la memoria colectiva de los pueblos.

Somos la estirpe del Jaguar, desde antes que llegaran los europeos con sus ambiciones y creencias, ya poblábamos el corazón de nuestros pueblos. Somos sus guerreros en una eterna lucha por la vida; somos quienes hacemos historia, a veces canciones, a veces leyendas o mitos.

En nuestra alma está tatuado el amarillo vital salpicado de sombras; somos brujos de la fuerza ancestral de las Américas, nuestros esguinces, astucia y sorpresa, nos dan la posibilidad de dar ese gran salto al vacío para dar el zarpazo que cambie la historia-. Terminó de decir casi sin respiración con el corazón acelerado y envuelto en una energía mágica. —

—Así mismo es, compañero. — Respondió Afranio y le pidió que lo acompañara hasta la pared de la montaña.

—¿Trajo el cuarzo? Este es el Templo del Jaguar. —

Sacó de su bolsillo el cristal de cuarzo empotrado en oro y acero y se lo entregó a Afranio y entonces comenzó el ritual.

Vengo de cruzar las profundidades de una larga noche.

Vengo dejando atrás las ausencias, los vacíos y el miedo.

Él continuó la letanía, respondiendo:

Vengo de las grutas donde esconde su libertad el perseguido.

Vengo en busca del sol y el arco iris.

Y un coro inundó el espacio y el tiempo, el aquí y el ahora como un trueno a dos voces.

Vengo de hablar con mis amigos los fantasmas y soy un fantasma para aquellos que creyeron que me había desaparecido.

Traigo la furia del jaguar herido en sus instintos.

Traigo el grito del pueblo enardecido y la ventaja de haber estado en los recintos de la muerte y saber que, gracias a ella, estoy nuevamente entre los vivos.

—Este es el momento, compañero. — Dijo Afranio y pasó a su mano el cuarzo iluminado de una intensa luz rojiza, como un colmillo de jaguar apretando el cuello de la presa.

—Hoy usted es el sacerdote del Templo del Jaguar, el guerrero total, plenamente identificado por las fuerzas cósmicas y sobrenaturales, poseedor de la fuerza creadora, de la acción restauradora, debe encontrar a alguien que asuma como suyo el proceso en el que nos comprometimos desde el principio de los tiempos. —

Un hilo de sangre corrió por su frente y no pudo levantarse del duro asfalto, alguien llamó a una ambulancia y en un par de horas sus tres hijos y su nieta estaban en la sala de emergencias. Su puño cerrado no había podido ser abierto por enfermeros ni médicos, entonces, abrió los ojos. Como una tromba entraron los cuatro, él con una bata azul clarito y sus piernas magulladas se sentó al filo de la camilla, unos regañaban, otros lloraban y él se conectó a través de una mirada profunda con su nieta de diez años quien se acercó a abrazarlo. En ese instante entendió la misión que le habían encomendado. Abrió la mano y el cuarzo dejó de ser transparente para tomar un color rosado que lo hacía brillar.

—Toma Amaranta, este es mi regalo, nunca lo pierdas ni lo regales, ni te apartes de él; yo no me voy a morir todavía. —  Abrazándola le dijo al oído:

—Tengo que entrenar a la nueva Sacerdotisa del Templo del Jaguar. —

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5 comentarios en «Cristal de Cuarzo»

  1. Muy bien amigo Jorge, excelente escritor. Se que los bibliotecarios enriquecemos nuestra forma de escribir, de interpretar, de construir, de imaginar.

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