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POEMAS

Luz Elida Vera Hernádez

 

Recuérdame

Recuérdame en el cansancio íntimo,
en las horas eternas del desespero,
en la sin salida del pensamiento,
donde habitó al acecho pasajero.


Recuérdame en esas noches de horror,
cuando me adhiero a tu piel herida,
arañada, pero sedienta de amor,
encarnada y ensimismada con furor.


Recuérdame en la inclemencia de tu ser,
cuando la caricia emerja inequívoca,
en la quietud inmensa del atardecer.
Recuérdame así, loca, frenética,
egoísta, aunque absurdamente cuerda,
pero nunca fría, menos apática.

 

 

Agonía
Mi cuerpo herido pregunta por ti,
aun extraña tu olor, tu frescura,
esa manera de palpar mi figura,
ese fuego inmenso en el cual me perdí.


Mi espíritu espera aquella alegría,
que brota de tu sonrisa gitana,
cálida, tierna, aun sobrehumana,
esplendorosa de eterna armonía.


Enamorada te espera esta mujer,
en la mística ruta de tu mirada,
sutil, penetrante, aunque enajenada.


En la cercanía de tu piel de encanto,
siempre quisiera expirar vida mía,
al perpetuar esta amada agonía.

 

 

Aroma
Siento tu aroma respirar despacio,
con aliento a batalla fingida
y una que otra mentira extasiada,
que expiran de tus labios en silencio.


Siento tu aroma dibujarse en la brisa,
en danzas de siluetas ajenas,
en cuyo tacto invisible, arden las penas,
de quien invoca el fuego y la ceniza.


Siento tu aroma perderse en la lluvia,
lenta, casi seca y fragmentada,
como el sosiego en el pecho de la amada.


Siento tu aroma fundirse en la niebla,
unirse a la esencia de la ínfima aurora,
lápida oculta, cruel y segadora.

 

 

Olor olvido

Estos pasos que son lentos,
esta angustia que es tan mía,
se encuentran como vientos
en el desierto de mi agonía.

Este suspiro que se esfuma
en estas calles de ruinas desiertas
con olor olvido que abruma
el espacio tiempo de tus puertas.

Este silencio que es tan mío
suena como eco de tu olvido
cual corazón que finge no ser sentido.

Este desacierto que es vacío
me deja desastres convertidos
en ausencias y cuerpos fallidos.

 

 

Un trato de olvido
Compañero hagamos un trato
un trato de olvido,
es cierto, fuimos el mundo entero,
dos aves que se amaron con delirio,
pero qué difícil luchar
cuando el rumbo se ha perdido,
volar es cuestión de tiempo,
lugar y rumbo desconocido.


Compañero hagamos un trato
un trato de olvido,
pero cómo hago compañero,
si me pierdo cada tanto que vuelves conmigo,
entre el sol y su brillo,
el fuego, la ceniza y su breve suspiro,
remota distancia
en la que sucumbe el calor y el frío.


Compañero hagamos un trato
un trato de olvido,
tu finges que no me amas
y yo finjo que te olvido.

 

 

Tu muerte

Lágrima,
sangre negra que dobla mi mejilla,
y tibiamente recorre aquel recuerdo,
breve suicidio que me remonta al pasado
frío, esquivo, nostálgico,
físico abismo de labios extraviados.


Cuerpo,
casa vacía de mi tiempo
en la que me hallo recorriéndote,
y recordando que agonizo siendo tuya,
temblando como el veneno entre las manos del suicida
en un rose de piel.


No eres más que una cruel caricia
triste y fingida
que brota del suspiro del ayer.
Intrépida daga de venas usadas,
por la que fluye la sutil fragancia,
evocadora de placidos sueños privados;
y te conviertes en el místico fluido
que deja la vida convertida en dolor.


No eres más que el recuerdo
que me insista a volar desnuda sobre la ciudad
como una más de las vagas y meditabundas ruinas,
que aferran su esencia al silencio de la evocación,
donde el leve peso de tu ausencia
desciende como la niebla
mientras aguardo el sigiloso momento de tu muerte.

 

 

Pienso en ti
Pienso existir furtivamente en la esencia de tu mirada,
pienso rozar tus labios a tientas cuando me lo
permitas,
pienso vivir en tus brazos al resguardo de tu calidez,
pienso que a veces pienso en ti.


Pienso, solo pienso,
que tal vez, es poco lo que siento,
y, aun así, pienso en ti.
Pienso que a veces pienso en ti,


y mi ser te habita, te sujeta, te respira,
te recrea cual cómplice y verdugo
en el todo y en la nada de mi lienzo,
es ahí, en donde a veces te pienso.


Pienso que a veces pienso en ti,
esperando que tú también pienses en mí.

 

 

Poesía
Te has convertido en mi poesía,
te posas en mi libro y entre cada línea me abraza tu
aroma.

Te abandono entre metáforas y paradojas,
y el párrafo siguiente pernocta el breve suspiro de tu
silencio,
silencio ausente que se posa en la brisa,
esa que retoma tu aliento y bruscamente lo eleva hacia
mi rostro,
llega allí para decirme que existes,
que no te has ido,
que, aunque no quiera verlo habitas en cada parte de mí.

Prosigo y el capítulo siguiente recorre tu ser,
habitas en la nada y en el cosmos,
y cómo decirle a la luna que fue poco,
si me señala tu camino cada noche y entre letras usadas,
desteñidas,
encuentro tu nombre.

Abandono el libro como si pudiera huir y caminar lejos,
sin percibir que el olor añejo se ha quedado para siempre.

Leerte hace parte de mi noche favorita,
como aquella noche en que se amaron para siempre
el espejo del poeta y su intento de poseía.

 

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