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LOS AMIGOS ARDEN EN LAS MANOS

Juan Carlos Acevedo

 

OTRO BARRIO SE ESCONDE EN LA CIUDAD

Bajo las puertas de la ciudad

crece otra gente sin nombre,

sin rostro, sin ruido de fábricas.

 

Seres solitarios habitan otras calles

donde todo arde y se desgasta…

los niños cantan plegarias a las cenizas y a la tierra,

las madres sepultan horas de insomnio y de café,

los viejos llevan cruces en el pecho,

las muchachas brillo en los labios

y agujeros en los calzones.

 

Hay un barrio en las afueras

donde el hambre pudre huesos y sonrisas.

donde una pelota rueda calle abajo y

con ella los sueños

de gente invisible

 

Yo crecí en esas calles,

robándole minutos a la muerte.

agujereando el corazón y los bolsillos,

sujetándome a los sueños y a mi padre.

 

Ella, invisible,

en las fronteras del invierno se desliza

sigilosa, astuta

espera el juego de villanos

donde ella gana y usted pierde.

 

 

HOMBRES SOLOS AGONIZAN FRENTE AL PERIÓDICO

Hombres solos

toman café y hojean periódicos

en plazas desiertas de un país

a medio nacer

o a medio morir.

Solos

alargan sus vidas cada mañana:

la charla inútil en el parque,

los sueños apostados en la mesa de juego,

una muerte espesa de visita,

un ejército de polillas devorando trajes en el desván.

Hombres solos

agonizan frente al periódico

bajo árboles sembrados en la memoria.

 

 

LOS AMIGOS ARDEN EN LAS MANOS

Los amigos de otros

viven en barrios con jardines, juegan billar, beben cerveza,

viajan con putas entre sus piernas y la borrachera,

huelen a Calvin Klein y fuman Marlboro.

En sus cocinas hay suficiente leche

y en las mañanas no harán falta naranjas

(hermosos soles en la nevera) para la resaca.

 

Los amigos de otros,

viajan a sus fincas

con la máscara recién lavada

para ver transcurrir la vida entre la piscina

y el recuerdo de la niña que rompieron el viernes anterior.

 

Mis amigos en cambio,

viajan en la cola de una sirena entre arrabales y la Vía Láctea,

llevan impregnado  el olor a cigarrillos baratos,

a café en la plaza de Bolívar

y nunca tienen una moneda para el teléfono público.

En sus casas una madre, inclinada en la cocina,

hace de una vela y una cruz su propio altar

donde eleva oraciones por nosotros.

Ellos tienen un yo le presto,

                        yo le gasto,

                        yo lo invito,

porque el dinero es agua en sus bolsillos.

Mis amigos creen que no lo sé,

pero cada amanecer recogen mis fragmentos de sueños,

llanto y poesía…

y me arman antes que pueda decirles gracias.

 

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4 comentarios en «Los amigos arden en las manos»

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