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LA CALLE DE BABEL

Henry Manrique

 

AQUÍ ESTAMOS LOS DE AYER


En esta casa se reconocían los colores,
Pero esto sucedió un día que ya no es,
Hoy, ha quedado reducida a dos
Y es más grande el salón,
El comedor,
Y las habitaciones
Donde los sueños recogían
Noches infantiles.


Los otros ya se fueron, es cierto, pero,
Tarde o temprano reconocerán la calle que los alejó,
No se perderán porque la fachada seguirá siendo la misma.
Para qué renovaciones si lo nuevo también muere.


La juventud de los que amamos
No se ha dado cuenta que aún vivimos.
Así estamos,
Sacudiendo los recuerdos,
Quizá de un día lunes por ser el más lejano,
O de un domingo habitado por voces y sonrisas.


Huérfanos quedamos, siempre ha sido así la historia,
Huérfanos, esperando que nos busquen donde nunca nos
perdimos.

 

 

ORACIÓN
¡Dios!
Cierto que esta calle
Puede ser un río
Y estos parques pueden ser un mar.
Y la muerte
Y el negocio
Y la palabra
Y el abandono
Y la miseria
Y la paloma
Y el dinero
Y la banca
Y la iglesia
Y la lascivia
Y los cuerpos
Y el infinito
Y la política
y…
Pero,
¡Dios!
En estas calles
Y en estos parques
Hechos de misterios y de sangres
Casi ya no existes.

 

 

TAMBIÉN LOS CAMINOS


Más allá del huerto se estiraba el bosque
fundido de espinas y hojas secas.
Allí los ecos chocaban contra los troncos reiterando
la alegría que se extendía como una vida recién inaugurada.


Qué voz buscábamos en la espesura,
quién se deslizaba por las hojas descomunales buscando
cuevas,
quién se aferraba al rocío de la mañana, de todo el día.
Quién esperaba los ocasos para volver a casa.


De nuestros labios se deprendían los caminos.
Eran de arcilla, de tierra era el camino,
el camino era un remolino hecho de polvo.


Con un cielo ennubecido era bueno retardarse
Para luego dejarse conducir por los senderos
Que ofrecía la rosa de los vientos.

 

 

 

AUSENCIAS Y PRESENCIAS

I
Ahora
que la puerta no mide la estatura de tu cuerpo,
ni las sábanas revueltas configuran el perfil de un cariño
armado en medio de la absoluta noche,
acepto
que te esfumaste como el aire
y como el pasado terminaste siendo un misterio.
Ahora
que la soledad me imprime la fe del abandonado,
termino,
demasiado tarde,
sufriendo tu ausencia definitiva.

II

Ansiaba tu llegada, el murmullo, el secreto.
Esos fueron verbos que se dejaban venir en la alta hora
en que la noche se hacía sigilo y advertía impurezas.
Pero descubrí el viejo truco,
era la magia que trabajabas bajo un vestido embarrado
en coitos ajenos.
Esa tortura de sentirte ida, de no decir nada,
era mi pobre forma de quererte
fue mi escudo contra el olvido.

III

Pasajera de la noche,
tantas advertencias me haces,
y hoy no tengo oído para el dolor.

No desesperes, no me pidas
que borre todo el amor que sufrimos,
no seas necia, no insistas,
has creado en mí una absurda resignación.

Que tu cuerpo no está
que tus manos no precisan de mis manos,
que solo tengo tu respiración agitada,
que quieres huir, salir, escapar
y no lo haces. Quién te entiende.

Qué más da,
qué más da,
en las tinieblas todo se borra
y es más preciso el sufrimiento.

Pasajera de la noche
tu ausencia es una definitiva presencia
que me asusta.

Y tantas advertencias que me haces…
y hoy no tengo oídos para el dolor…

 

 

 

 

LA CALLE DE BABEL

I
Salí a la calle a recoger versos
Y encontré naufragios.
Tantos barqueros
Ofrecen navíos oscuros de borrascas
Para pasar a la otra orilla.

El limbo no despliega sus velas.

Es costumbre esperar
A que la oscuridad cunda
Para empezar la travesía.

Del otro lado se agitan los fantasmas.

II

Esta calle hecha de miradas

Iza una nostalgia en lo más alto

Y navega sobre un río

Lleno de huellas intangibles

 

Abandonado

Rompo brisas

Y ondeo las tristezas

 

Buscando llegar a un puerto inevitable

Nadie me espera

Con palmas o banderas

Por eso apresuro la tardanza

Desde las profundidades de mis ojos

Reclamo el relámpago de un faro

Que clava su luz en la opuesta orilla.

 

III

Claro,
salir de la casa es una osadía,
y quién lo sabe,
¿Se permitirá el regreso?

Pero la calle
También tiene un punto de retorno.
Más pesados desandamos huellas para no dejar constancia
de tropiezos, de choques, de saludos embusteros.

La calle, la calle tiene un atrás en el espacio.
Volver, ese acto tan simple tan sencillo,
Es una victoria pasajera.

La vida que aún queda será el coraje para pasar la noche.
Mañana cruzaremos los umbrales,
Ciertamente será, como siempre, la primera-última vez.

IV

Te busco en la calle,
cuento tus pasos, garabateo tus huellas,
trato de entender el vaivén frenético
que no termina al final de los andenes.

Te busco en otros rostros invisibles
que avanzan y se postran;
son ecos, sombras curvas,
maniquíes yertos con sonrisas vagas.

Te busco en todos y no eres ninguna.
Trato de encontrarte en esta ruleta que no para,
en esta ciudad sin isla y sin orillas.

En esta calle que lo configura todo,
te busco y no te encuentro,
me busco y no me encuentro.

V

Puede ser que todo lo confunda,
que miles de ojos de colores
se claven en mi rostro,
puede ser que las sombras
sean el advenimiento de un día soleado
y que el aire permita un coro de respiros,
puede ser que yo también mire – oiga – sienta
y cruce una o dos palabras despistadas.

Todo puede ser,
que apure en pasos largos
remembranzas de ficticias aventuras,
que busque algún destino
o elija un extravío,
que acumule soledades a montones
o responda una sonrisa mojigata.

Todo puede ser,
pero los demás no existen
mientras no te encuentre
en esta Calle de Babel

VI

Como un encuentro no deseado,
como si nadie te entendiera,
ven a este lugar de desencuentros
para ser entre los dos
una sombra que se esparce.
Mujer,
concurre
como una simple idea,
como una ilusión,
como un dolor pasajero
para que todo empiece a ser
en esta Calle de Babel.

VII

No tengo otro motivo, estoy en un rincón de la noche
y debo salir, atravesar los umbrales y vadear una esquina.
Es que me han doblegado los insomnios
y empiezo a buscarte en otros nombres que no son los
tuyos.

Sé que hay una traición, una deslealtad en el intento,
por eso es inútil el refugio de la cama, de las paredes o el
humo del cigarro.

Qué quiero en este momento donde aún no albea,
qué quiero en este instante en el que todo el mundo mata
un sueño.

Me conforta respirar el aire hambriento de ladridos y
maullidos
que quieren alcanzar la estrella matutina.
Sé algo de ti que se repite en su infinita soledad, es la
ciudad,

ramificada en oscuridades que se extienden hasta alcanzar
un punto lejano.

La calle no entiende de misericordias, no desvanece el
perfil del amor,
la calle sin voces hace más crudas las ausencias,
por eso salgo a desgarrarme de toda presencia tuya.

VIII

Sé que a ti también te muerden los momentos,
los instantes donde ninguno de los dos somos presencia.

Pero nos toca, entre tanto se hace la espera,
matar lejanías y masticar sonrisas sedientas de mentiras.

Sé también que algo te envuelve, o me envuelve,
no son hilos transparentes ni tragaluces ni erizados rayos.

Pero nos toca entender que la calle es lejanía,
y que las ausencias, entre más sean, como un ancla, nos
hunden.

IX

He sumado al recuerdo unas fachadas blancas;
eso era la ciudad;
las fronteras existían más allá del barrio
y el atardecer era un horizonte compartido
que se golpeaba contra los montes lejanos y altos
donde creíamos que se terminaba el mundo.

Pero existimos y regresamos por la calle que transita sin
sosiego hacia la casa,
donde todo, todo, hasta la ausencia se tiene al alcance de
las manos.

Qué viajes, qué caminos, qué nostalgia atravesar la frontera
donde se inicia el negro ramaje del olvido.

Ahora que me crujen los huesos y desperezo la memoria
me duele lo que antaño era mi infancia.

 

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2 comentarios en «La Calle de Babel»

  1. Gracias, Maestro Manrique, por esta bella poesía.
    Aquí estamos los de ayer, así es, es la historia que se repite una y otra vez en cada familia donde se enseña a los hijos a abrir sus alas y volar.

Responder a Nilsa peñalozaCancelar respuesta