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EL COMPUTADOR Y EL LIBRO

(Cuento infantil)

Edwin Peralta Martínez

Ticklic era un computador que se sentía más especial que cualquier otro en esa gran ciudad llena de luces y colores, con edificios grandes, autopistas, discotecas, sitios de consultas por internet, grandes tiendas y de noche, no se dormía. La personalidad de Ticklic se destacaba por el sentido de colaboración con sus amigos, les proporcionaba todo cuanto ellos necesitaban, desde una información sencilla, como qué es el Universo, hasta operaciones complejas como las fisicomatemáticas. Un día, Ticklic paseaba por la calle Megápolis, inspiradora y muy visual por la cantidad de afiches, publicaciones en paredes, toda cosa agradable al ojo y sitios adecuados para leer, que la hacía diferente de otras, como la calle Tecno, llena de oficinas, centros de cómputo, luces infrarrojas, por ella transitaba toda persona con atuendos metálicos; Estas diferencias eran pensadas por Ticklic, cuando de pronto… Libreity, un libro que le agradaba estar en una mesa que se encontraba  en un bibliocafé ubicado en una esquina, le preguntó:

— ¿Qué haces tú por un lugar donde no existe ni una sola tienda de computadores? ¿Será que te perdiste del camino? ¿A quién buscas?

Al terminar de hacerle las preguntas que se le ocurrieron, Libreity rió estruendosamente, haciéndole entender a Ticklic su aire de burla y desagravio por su presencia; pero Ticklic aplicó lo que todo mundo hace ante palabras necias: lo ignoró. Ticklic era tan inteligente que había notado celos, rabia y envidia en Libreity por su presencia. Libreity en ese momento recordaba lo que hace mucho tiempo había escuchado de las historias de su madre Papiril, como le llamaban todos en su pueblo de origen. Había vivido en una época donde los libros eran lo más importante después del diálogo, ellos recogían en sus memorias toda historia fantástica, imágenes, narraciones e información surgidas en su localidad, que la llevó de forma rápida al ascenso como los objetos más preciados en el territorio conocido por Papiril. Desde las personas más elegantes, pasando por las más sencillas, siempre fue reconocida y respetada y ocupó un lugar preponderante en los humanos. Le consultaban cualquier cosa que ellos no podían resolver.  Papiril, en un día muy especial le había narrado a su hija Libreity una fascinante historia, donde un hombre había retomado una de las líneas sobre los Derechos suministrado por medio de los ancestros de Libreity y por ese ideal se formó una gran revolución, al final ese pueblo alcanzó su libertad. Era tal la exaltación y el ego de Libreity producto de su educación, que la marcó para toda su vida debido al estatus que había logrado en la historia y vida de los humanos gracias al aporte de sus antepasados. Pensaba que como fuera, en la época en que vivía, tenía que sostener ese ideal.

Mientras Libreity terminaba sus recuerdos, Ticklic la observaba y detallaba su figura, su color, su textura, reaccionando a la inspiración que acababa de sentir; entonces, en ese momento recordó las preguntas que ella le hiciera, contestándole:

—Me siento solo y estoy buscando una compañía agradable con quien compartir y dialogar.

Ella no le dio importancia a su respuesta y agregó:

—Pues aquí no la encontrarás.

 — ¿Por qué me tratas así, no te das cuenta que soy inofensivo, solo proceso y tengo memoria si un humano me toca?

—Sí, pero… por ti es que me han desplazado y eso no te lo puedo perdonar. Aunque no te conozca, hoy todos te buscan, solicitan tu ayuda, te compran, los niños te piden como regalo de Navidad, ya hasta estás en cada casa, en cada oficina, mejor dicho… por todas partes y yo solo estoy aquí, esperando que alguien venga, me tome y consulte mis hojas y así volver a sentirme feliz.

 Ticklic tenía claro que no podía hacer nada por cambiar la opinión a Libreity, pero sin darse cuenta, estaba logrando aunque de una manera diferente, dialogar con alguien, conversar y solo debía seguir en la discusión con ella para así dar más durabilidad a esa relación que acababa de empezar, aun fuera así una relación conflictiva; entonces pensó por un momento y le dijo: 

—No tienes por qué ponerte así, no te das cuenta que yo no puedo competir contigo y tú tampoco conmigo, somos muy diferentes en nuestra forma física, en la manera que nos crearon, los sitios donde estamos ubicados, la forma en que nos estudian, y mucho más; por qué mejor no me aceptas un refresco y conversamos de algo más agradable, ¡vamos! ¿A dónde quieres ir?  —Preguntó Ticklic.

Libreity caminaba en silencio y pensativa, como si estuviera traicionando sus convicciones y por un momento se detuvo y exclamó:

— ¡No, espera! No es correcto lo que estoy haciendo —no había terminado sus líneas cuando Michael Randon, un joven inteligente y educado la interrumpió y exclamó:

— ¡Oh, menos mal que los encuentro! ¡Oigan, esperen un momento! ¿Qué hacen ustedes juntos? ¿De cuándo acá…? ¡No importa, olvídenlo! Estoy en un proyecto donde necesito mucha información y ustedes me pueden ayudar.

Entonces Libreity le contestó:

—Pues yo tengo todo lo que necesitas

Ticklic cuestionó:

—Perdona ¿en qué año fuiste publicada?

— ¿Yo? En 1985.

Ticklic, asombrado por su respuesta, expresó:

—Pero… ¿Cómo? Tú debes tener mucha información desactualizada, yo en cambio tengo en mi memoria información de primera mano.

Como un explosivo que acaba de detonar, Ticklic y Libreity se agarraron como si fueran perros y gatos; en ese momento, Michael Randon intervino para acabar con esa situación y les propuso:

—Oigan, ¿por qué no hacemos algo? Nos sentamos, conversamos un poco de cada uno, mientras, estaré atento para tomar apuntes a sus importantes apreciaciones ¿Qué dicen?

Ticklic le responde:

—Bueno, a mí me gusta tu idea.

Sin pensarlo Libreity le siguió, demostrando que había bajado la guardia; en menos de nada estaban todos comunicándose, compartiendo información y lo mejor de todo, a Michael todo eso le agradaba para su proyecto. Al cabo de unas horas en esa calle donde momentos antes dos personajes no se entendían, con la ayuda de aquel joven nació una gran amistad que hasta el día de hoy todavía sobrevive, ya que Michael los cita y los invita cada vez que debe compartir algún proyecto.

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5 comentarios en «El computador y el libro»

  1. Rafael Enrique Vargas Espinoza

    Felicitaciones Edwin, un cuento ameno y ligado a la cultura de la época
    Ahora es cuando las puertas de las ideas se te despiertan para hacernos recrear y vivir en un mumundo apasionante

Responder a Yedenira CidCancelar respuesta