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SUEÑO LÚCIDO

Rodolfo Rivera López

La noticia era real, la hija del señor herrero fue atacada ayer por la noche mientras regresaba de una reunión con sus amigos. Ella, muy pocas veces salía. Encontraron su cuerpo hoy por la mañana, a unos pasos de su casa, sin rastros de agresión física. Don Omar, su papá, dijo no haber escuchado nada durante la noche.

Al salir a comprar pan y leche para el desayuno la encontró en la calle, estaba sentada sobre el piso, recargada en el portón del vecino con las manos sobre su cara como si intentara escapar de algo y quisiera evitar verlo, supuso; entonces se acercó a preguntarle a qué jugaba, sin recibir respuesta decidió tocarle las manos y las sintió igual de frías que el inquieto aire que los despeinaba esa fresca mañana; cuando se las quitó del rostro no pudo evitar dar un salto atrás y sentir un viento helado intenso que le nacía en la nuca y se iba moviendo por su espalda hasta llegar a su corazón, que por poco se detiene de tan gran impresión.

—Lo peor fue ver su cara —decía el señor herrero—, aún no puedo quitarme de la cabeza esa expresión de terror que tenía mi’ja. Ella se murió de susto.

Luego no pudo seguir hablando, la voz se le enganchó en la garganta impidiéndole pronunciar algo más, solo logró llevarse las manos a la cara para tratar, de alguna forma, que no lo vieran llorar, aunque segundos después no pudo más y dejó correr las lágrimas que le presionaban el pecho impidiéndole respirar.

Yo lo supe por casualidad porque también había salido a comprar pan. Necesitaba un desayuno rápido después de la mala noche que había tenido, café y pan siempre es una buena forma de enfrentarse a la realidad después de una noche eterna. Era una mañana especialmente fría para ser verano, demasiado callada, tenía ese silencio abrumador que te produce un espasmo inesperado, como cuando sientes que alguien o algo te está siguiendo, volteas a ver y no hay nada ni siquiera tu sombra está presente. 

Seguí caminando y esperaba escuchar los ladridos habituales de los perros de don Omar, no había caído en la cuenta que los perros parecían ausentes. No ver perros en el pueblo de los mil y un perros ni escuchar ladridos ni aullidos ni gruñidos creaba una atmósfera escalofriante; solo existía un silencio muerto que me susurraba al oído que algo raro pasaba. Al doblar la esquina todo cambió, como si de repente alguien encontrara el control remoto y quitara el mudo empecé a oír el murmullo de varias personas reunidas al final de la calle, cerca de la casa del señor herrero; también había una ambulancia y varias patrullas. Poco a poco me fui acercando con un paso tan lento que parecía que no me movía, mi respiración estaba agitada, de la nada supe que algo le había pasado a su hija, pero ¿cómo podía saberlo? Aún estaba lejos para escuchar a las personas e incluso no podía ver claramente lo que pasaba allá, pero yo sabía, estaba seguro que algo le había pasado a Marthita, la hija del doliente. Por más lento que intenté avanzar, finalmente llegué a donde estaba todo el embrollo y pude escuchar claramente a varias señoras decir: “pobre muchacha, si no se metía con nadie, ojalá Dios la tenga en su santa gloria”, mientras las sirenas de las patrullas aturdían nuestros oídos. En la ambulancia estaba la esposa de don Omar, parecía haber envejecido 10 años de un día a otro, no paraba de mirar al cielo repitiendo en cada momento: “¿Por qué Señor, por qué a ella?” Era evidente que una parte de sí también había muerto esa mañana junto al gran portón de metal de la casa de al lado.

Seguí acercándome con una sensación de vacío que me inquietaba sobremanera, giré la vista y justo al lado del portón vi su cuerpo cubierto con una manta, lo único que se asomaba eran unos mechones de su cabello pelirrojo moviéndose al compás del aire helado, esperando pacientemente la llegada del personal del SEMEFO (Servicio Médico Forense).

—Toda muerte violenta implica una autopsia —le decía un policía al señor herrero mientras, me volteaba a ver con una mirada que me invitaba a seguir rápidamente sin detenerme, así que apresuré el paso lo más que pude hasta el final de la calle y doblé a la derecha, tres cuadras después llegué a la panadería con la respiración agitada y el corazón destrozado en ese momento la realidad atacó a mi mente y por fin comprendí que ella se había marchado para siempre; en total silencio, sin un adiós, sin explicaciones, simplemente ya no estaba.

Me senté en la banqueta, parecía un bloque de hielo, pero eso era lo de menos, mi corazón ya se sentía helado desde que supe sin ninguna razón que Martha había muerto. En mi mente volví a ver su rostro alegre saludándome el día anterior con ese brillo especial que la caracterizaba, la seguí viendo unos segundos más mientras continuaba jugueteando como una niña pequeña y levantaba su mano para despedirse de mí, sin saber que era la última vez que la iba a ver hacer ese gesto. No pude más y derramé lágrimas de sufrimiento, de impotencia y hasta de arrepentimiento.

No sé cuánto tiempo estuve así, finalmente me levanté, me limpié las lágrimas y entré a la panadería, la temperatura adentro era cálida, parecía que la puerta te llevaba a un lugar diferente, un lugar mejor. Compré el pan solo porque estaba en la panadería y ¿qué otra cosa podría hacer? Pero ya había dejado de sentir hambre, incluso el sueño que sentí al salir de casa había desaparecido. ¿Por qué tenía ese sentimiento de culpa? Desde la mañana estaba muy inquieto porque no podía recordar qué había hecho durante la noche, era evidente que no había dormido porque me sentía totalmente fatigado, tenía unas ojeras tan grandes que daban la impresión de tener cuencas profundas en lugar de ojos, tenía una sed horrible como si hubiera corrido sin parar durante toda la noche y, sin embargo, no recordaba nada. Mi último recuerdo era ver a Martha alejándose juguetona por la tarde y nada más.

Regresé por el camino largo no quería volver a pasar por su casa y ver el cuerpo inerte de Marthita, no quise ver nada más. Los últimos pasos de regreso fueron terriblemente agotadores. Entré arrastrando los pies, dejé el pan sobre la mesa, me quité los tenis llenos de lodo y me dirigí directamente a mi cuarto, al tocar la almohada todo se volvió oscuro y silencioso, entré en un sueño tan profundo que parecía que también yo había caído muerto. Si alguien me hubiera visto en ese momento estoy seguro que hubiera pensado que había seguido a Marthita a donde sea que se haya ido.

Cuando recobré la consciencia ya era tarde y el frío había pasado, aunque mi piel seguía sintiéndose como hielo. Me levanté acompañado del canto de varios pájaros que viven en el jardín de la casa, vi el pan sobre la mesa y el café frío en la cafetera, serví un poco en una taza y lo calenté en el microondas, un café que no está caliente definitivamente no es café; agregué un poco de azúcar y lo acompañé con un polvorón de naranja. Poco tiempo después se escuchó el timbre, me asomé por la ventana y sonreí, era Martha, la niña de mis sueños. Fui corriendo a abrirle y la invité a pasar. Cuando cerré la puerta inmediatamente se lanzó sobre mí y me abrazó fuertemente, dándome un beso en los labios me dijo pícaramente:

—A ver cuándo vas a ir a ver a mi papá, sé que es gruñón pero te estima, siempre dice que eres un muchacho trabajador.

—Si la que no quiere que vaya a verlo eres tú —le respondí.

—Si tú quieres vamos ahora mismo —y abrí la puerta, invitándola a salir.

Ella dibujó una gran sonrisa y la cerró.

—No, tú sabes que aún no es tiempo.

Estuve el resto de la tarde platicando con ella, me encantaba escucharla, siempre tenía algo interesante y divertido que decir, me contó que se aburrió un poco con sus amigos pues solo se la pasaron bebiendo y diciendo tonterías y que a las 10 de la noche no pudo más y salió de la fiesta. La noche era cálida así que regresó caminando, unas calles antes de llegar a su casa sus perros salieron a recibirla, ella los acarició como de costumbre y jugó un poco con ellos. El señor herrero abrió la puerta cuando escuchó los ladridos de Fiona, la perrita de Marthita, y la vio alegre como siempre.

— ¡Qué bueno que llegas temprano mi’ja, así no nos tienes con el pendiente! Anda, te estábamos esperando para cenar.

Los dos entraron y se reunieron con doña Esperanza en el comedor y cenaron como de costumbre.

Recuerdo que cuando se despidió de mí, dijo algo que no comprendí hasta unas horas después:

—No te culpes por nada, en realidad no fue tu culpa, yo no te reconocí —me guiñó el ojo y salió, alegre como siempre.

Inmediatamente me propuse alcanzarla porque no me había dado mi habitual beso de despedida, pero cuando abrí la puerta ya no la vi, la baja temperatura de la tarde me forzó a regresar para abrigarme. Me puse el suéter de lana que uso para estos casos, empecé a sentir mucha hambre y recordé que solo había comido un pan con café y ya era tarde, no tenía nada para comer así que decidí salir a comprar unos tacos de pastor para rápido, parecía que caminaba en círculos porque después de muchos pasos volvía a regresar a casa una y otra vez, ya empezaba a sentirme desesperado, tenía mucho frío, tenía mucha hambre y por más que guiaba mis pasos a la taquería, siempre regresaba a casa. No comprendía qué pasaba, pero por más que intentaba ir a cualquier lugar, siempre regresaba a casa; y así dieron las 9 de la noche sin probar bocado.

De pronto escuché un ruido siniestro detrás de mí, la sangre se me heló y no pude seguir, alguien me estaba viendo fijamente y venía hacia mí, yo seguía paralizado con un terror extremo que me hacía cerrar los ojos mientras corrían lágrimas por mis mejillas. Me acordé de Martha y me despedí de ella en silencio, estaba seguro que no iba a pasar la noche. De repente mis músculos se desbloquearon y comencé a correr, justo en el momento en el que una garra pasaba rosando mi cabello y la saliva que escupió al gruñir tan cerca de mí cayó sobre mi cara. Era un demonio persiguiéndome, yo seguía corriendo con todas mis fuerzas, sabía que si paraba era mi fin, esa cosa me iba a aniquilar de un golpe; tenía que seguir corriendo. El corazón me latía tan rápido que sentía que se me saldría, mis ojos empezaban a ver borroso, ya no podía más, las energías se me iban acabando, intentaba seguir corriendo pero mis fuerzas estaban traicionándome. No pude más y me arrodillé sobre el pasto del campo, ya no podía moverme, la desesperación que sentía por tratar de huir me hacía sentir un dolor indescriptible en todo el cuerpo, escuchaba los aullidos de la cosa esa mientras se acercaba a mí, sabía que era mi fin, pronto iba a morir.

Ese demonio se acercaba a mí lentamente, disfrutando sobremanera del terror que sentía y yo solo cerré los ojos, por más que intentaba respirar no podía, mis pulmones se negaban a funcionar. Sentí la presencia de ese ser maligno justo detrás de mí, percibía su respiración, me olfateaba, jugaba conmigo. Abrí los ojos justo cuando levantó su garra, pude verlo en la sombra que proyectaba frente a mí, yo ya estaba resignado a morir, entonces la bestia soltó el zarpazo final justo en el momento en el que escuché la risa de Martha. Un dolor agudo recorrió todo mi cuerpo mientras las garras de ese ser horripilante abrían cada parte de mí. Antes de caer grité:

—¡Martha, corre, vete de aquí! —y todo se hizo negro; el ruido se convirtió en silencio y luego el silencio dejó de existir.

De pronto abrí los ojos, ¡estaba vivo! y volví a escuchar a Martha, el miedo volvió a apoderarse de mí; pensé: “la va a atacar a ella también; nooo”. Así que corrí en su dirección con todas las fuerzas que encontré, me sentía ágil, fuerte, mucho más que fuerte en realidad. Unos minutos después la vi, todo parecía muy claro para la oscura noche que era, vi que los perros de don Omar dejaban de ser juguetones y me empezaban a atacar e iban cayendo muertos a cada paso que daba, yo le gritaba a Martha que corriera, pero cuando me vio, su cara alegre se volvió aterrorizada, sus pupilas crecieron tanto que parecía que sus ojos hermosos color miel se volvían negros, las lágrimas salían desesperadamente de sus ojos y por más que intentaba gritar no podía, yo no entendía por qué me veía así, por qué estaba tan aterrada, de pronto sus piernas empezaron a moverse y corrió como nunca, yo seguía pensando: “sí Martha, corre, escapa, esa cosa nos está siguiendo”, de pronto cayó al suelo, yo intenté ayudarla a levantarse pero cuando me acercaba ella retrocedía.

—Solo te quiero ayudar —le decía, pero seguía haciéndose hacia atrás hasta que el portón de metal del vecino le impidió seguir, yo me acerqué y ella solo se cubrió la cara, sus lágrimas seguían corriendo, intentaba que no me acercara y de pronto dejé de escuchar a su corazón latir.

Cuando vi mi reflejo en el portón supe por qué Martha había actuado como lo hizo, supe que yo la había matado, lo que vio fue una horrible bestia, parecida a un lobo, enorme, mostrando sus filosos colmillos; era un demonio… Cuando me vi dentro de los ojos rojos que mostraban una maldad que nunca antes había visto desperté sobresaltado, estaba empapado de sudor. Recordé la expresión aterradora de Martha y lloré amargamente, solo fue un sueño me dije para consolarme. Me levanté y vi la mesa vacía no había nada que comer, estaba hambriento y sentía que no había dormido nada, así que salí a comprar pan.

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