Saltar al contenido

DON JOSÉ

Adalberto Camargo Molina

La grandeza del hombre no está en lo que dice, sino en lo que hace.

Adalberto Camargo

Y nada pudo hacerse. El paludismo acabó con Wilhem Knüpfer sin poder cumplir la misión que su gobierno le había asignado en Colombia.

El geólogo alemán, igual pudo haber muerto en la India, Italia, Francia o cualquier otro país de los muchos donde era enviado aprovechando el dominio de sus siete idiomas.

La muerte es caprichosa y se parqueó a esperarlo en Mariangola. La fiebre alta a consecuencia del paludismo, lo obligó a detenerse allí, con recua de mulas, contratadas apenas desembarcó en Cartagena, para transportar su equipo de trabajo. Con él viajaban Ana Leang, su esposa y Lores su pequeña hijas de apenas cinco años.

Había sido contratado para hacer los estudios de factibilidad del suelo de Uribia en La Guajira, donde se realizarían pozos profundos para proveer de agua a los resguardos indígenas. A Wilhem se le escapó la vida a pesar de los esfuerzos que hiciera una enfermera de puesto de socorro del pueblo. Ana sintió que el mundo se le venía encima, sola en una tierra extraña, sin conocimiento del idioma. Era como estar rodeada de luz, atada de pies y manos pero los ojos vendados. Su angustia fue mayor cuando se percató que todos sus bienes habían sido robados mientras se ocupada del funeral de su esposo.

El Comisario de Mariangola, utilizando el telégrafo, único medio de comunicación con Valledupar, logró  contactar a la colonia alemana residente en esa ciudad. Ellos recurrieron a Pepe Castro, su mecenas, para que les ayudara a socorrer a la compatriota en apuros.

Pepe envió enseguida a su hombre de confianza, un conocedor del vericueto, casi intransitable, por la temporada de lluvias.

De regreso a Valledupar, el guía, para hacer menos tediosa la jornada y porque además le parecía divertido, utilizó durante el viaje la semiología y el lenguaje kinésico al tiempo que pronunciaba la palabra correspondiente al significante señalado, para que Ana y Lores repitiera: ár-bol, sol, cas-sa, ca-ba-llo, a-gua. Pronunciando esta palabra, se vino sobre ellos un torrencial aguacero. Reían y gritaban emocionados bajo la lluvia, era como el creador universal consolaba el dolor de aquella familia caída en desgracia.

Llegaron a Valledupar cuando las sombras comenzaban a extender sus alas sobre la ciudad. Para entonces Lores ya repetía claramente todas las palabras en español que había aprendido con el guía.

A pesar de la hospitalidad de Pepe y su señora, Ana siente la soledad y la distancia de los suyos. La nostalgia la invade constantemente y anhela regresar a su país. Pepe comprende su angustia y dispuesto a ayudarla de nuevo, hace averiguaciones en Riohacha y se entera que un barco está a punto de zarpar para Australia y dispone inmediatamente hacer llegar hasta allá a Ana y su niña. Otra vez a lomo de mula emprende viaje por los caminos de la angustia del cónclave familiar. Pero el destino parece cerrarle los caminos de regreso.

El barco sufrió una avería en la larga travesía por los mares del Atlántico y solo en tres meses podría ser reparado y levar anclas.

—Son solo tres meses mami —le consoló Lores, hablándole en español, idioma que aprendió sorprendentemente rápido.

No quedaba otra opción, debían regresar a Valledupar y esperar.

La flora desértica de la alta Guajira, constataba visiblemente con lo frondosidad de los bosque del sur y los cantos del Turpial y el silbido de Gonzalico, mezclándose en melódico sonido con la concertina del guía, desaparecían casi por completo la fatiga de los viajeros.

Hicieron un alto en Villanueva para proseguir a la mañana siguiente. Allí en la misma pensión donde se hospedaron, conoció al hombre que por segunda vez hizo que su corazón palpitara desbocado y al galope corriera al encuentro desenfrenado del amor.

Joseph Traxler, un austriaco que se encontraba en Colombia como ayudante del ingeniero mecánico Herman Everland, contratados para reparar y construir los molinos de viento, fue el aliciente que Ana encontró para llenar el vacío dejado por Wilhem. Aquel apuesto joven, de atlética figura y con la mirada franca en sus ojos grises, hizo olvidar a Ana el afán de regresar, sim importarle para nada que el gallardo caballero no fuera de su misma clase. Esto se lo manifestó Pepe Castro, cuando le advirtió que su familia no aprobaría estas relaciones.

—Esos preceptos del origen hidalgo y linaje de sangre azul, existen en mi país, estamos en Colombia y aquí son otras las reglas —argumentó con muchas dificultades por su mal manejo fonético del idioma español.

En la iglesia de Santo Tomás de Villanueva unieron sus vidas, estas dos almas nacidas en cunas diferentes pero igualadas por las razones del corazón.

El Cerro Pintao, ese día mostró su verde sonrisa a la pareja y, la Ceiba por encima de los techos de las casa, les hizo la venia en señal de aceptación. Por eso poco le importó a Ana que los tíos de Lores, resentidos porque ella había violado las reglas de la sociedad alemana, pidieran a través de la embajada a la niña, para que no se levantara al lado de un padre que no estaba a su nivel.

Lores contaba con once años cuando tuvo que ser enviada a su país de origen. Sus parientes la recogieron en la embajada.  Allá estudió música y enfermería que era por esos entonces de carácter obligatorio. La ausencia de Lores fue menos dolorosa al nacer Helka y tres años después la cigüeña le trajo también a Carmen.

Traxler, en un viaje que hiciera al interior del país, conoció el cultivo de arroz y a su regreso a Villanueva, le propuso a Everland asociarse para la siembra del cereal.

—Conozco el cultivo —dijo Everland—, pero estas tierras no son óptimas ni tiene el reguío para coger buenas cosechas.

—Eso lo sé, pero no necesariamente tenemos que sembrarlo aquí, hay que buscar las tierras adecuadas.

Hablaban en Alemán, era la costumbre cuando no querían que se enteraran los que estaban a su alrededor.

Sin mayores conocimientos geológicos, emprendieron la búsqueda de las tierras aptas para el cultivo de arroz.

La inspección de terreno duró  varios días, mirando la textura del suelo. Asesorándose a veces de campesinos de la región, previendo las posibilidades  de riesgo, porque el arroz es una planta que requiere agua permanente y de subsuelos permeables. Alguien les habló de las fértiles tierras de un pueblito perdido en las riveras del Río Ranchería llamado Distracción y más que las ganas de encontrar las tierras que necesitaban, fue la curiosidad por conocer a un pueblo con ese nombre tan curioso. Tenían  razón, era un pueblo apacible, acogedor, mimado por el arrullo constante del río y morado por gentes de nobles corazones, almas inmaculadas y de una honradez increíble, ranchos de bahareque,  sin cercados los patios, puertas de estera. Sus animales domésticos convivían con ellos. Sus noches iluminadas con velas y lámparas de petróleo, hacían de Distracción un pueblo curioso,  romántico. Allí hicieron contacto con Manuel José Daza, un terrateniente descendiente de una de las familias colonizadoras, hombre probo, dueño de una gran extensión y conocedor del campo. Manuel José era ganadero, pero al escuchar el proyecto de los alemanes, no tuvo inconvenientes en facilitarles las cosas. Les arrendó diez hectáreas en La Mata. Su instinto le decía que este cultivo traería prosperidad a la región.

—Unos Alemanes están buscando gente pa’ trabajá las tierras del viejo Che.

El comentario fue llegando de esquina en esquina. Roque Mendoza, el pregonero del pueblo, con sus pasos cortos, su vestido caqui y su tambor de cuero de chivo, cabalgando sobre su redondo abdomen, recorría las calles, divulgando la noticia.

Los interesados en la propuesta de trabajo, corrían inmediatamente a “La Otra Casa”, lugar que hospedaba siempre a personajes que solían ir de visita y porque además,  era una miscelánea comercial. Una mansión que guardaba celosamente en sus aposentos la historia que inspiró a Antonio María Vidal y en un arrebato poético lo llamara “Distracción”.

Manuel José, presentó a los alemanes y explicó su proyecto. La gente los miraba con recelo, con curiosidad. Aquellos hombre eran distintos a ellos; su porte, su color, sus ojos, sus cabellos y esa forma tan enredada hablar, causaba risa.

Corría por el calendario el primer lustro de la década de los años treinta, cuando se plantó por primera vez un cultivo de arroz en La Guajira, en un pueblito cuyo nombre contrasta con su ambiente.

Al poco tiempo de estar cosechando en Distracción, deciden abandonar Villanueva para radicarse definitivamente en aquel pueblito acogedor. Allí conoció Herman Everland a una graciosa morena, de cadenciosas caderas y constante buen humor. Pilla Manjarrés, conquistó al conquistador europeo y de ese apasionado amor, nació una preciosa chiquilla a quién bautizaron como el nombre de Herlinda del Socorro.

Los días del pueblo fueron diferentes a partir de la llegada de los alemanes. La prosperidad comenzó a notarse. La vida de muchas familias cambió. Hombres, niños y mujeres trabajaban en la cosecha de arroz; este era recogido a mano en latas de aceite, depositado en sacos para luego ser trillado con palos; asoleado y enviado a Padi en Barranquilla donde se completaba su proceso de industrialización.

Los dos aventureros fueron levantando un imperio regional. Negociaron con Pedro Jacinto Borrego las tierras de “Barro Prieto”, de textura limoarcillosa de fácil reguío y cercanas a la población.

La distancia y la escasa comunicación con el antiguo continente, no fue óbice para que la esposa de Everland, se enterara que este había conseguido amante en Colombia y celosa de perderlo, lo pidió a través de la embajada. Al momento de partir, recomendó a su socio:

—Joseph, no dejes que le falte nada a Pilla no a mi hija y si no regreso, le entregas mi parte de la sociedad a ellas.

Estuvieron en contacto algún tiempo; después que estalló la Segunda Guerra Mundial, se perdió la comunicación entre ellos y don José, como comenzaron a llamarlo para entonces, quedó como dueño absoluto de todo; Pilla nunca recibió ni reclamó nada y una que otra vez, la señora Ana le pasaba alguna ayuda.

El amor de una madre por sus hijos es más grande que los prejuicios de clases. Durante el tiempo que Lores estuvo en Alemania, Ana viajó tres veces a ver a su hija, sin importarle el repudio de sus parientes, quienes no le perdonaban nunca su unión con un plebeyo.

Lores, a quién en Distracción siempre la llamaron Lola, se casó en Alemania con Joseph Böhm de cuya unión nacieron Alma, Manfred, Rosalinda y Claus. Este último con apenas cinco años, murió durante un bombardeo.

Terminada la Segunda Guerra Mundial y en una Alemania vencida y repudiada por el mundo, Lores convenció a su esposo a venirse a vivir en Distracción, un paraíso en la hermosa península de La Guajira, remanso de paz y ejemplo de inocencia pueblerina. Encontró que su padrastro Joseph Traxler, había convertido a Distracción en un centro industrial, importando máquinas para las labores del campo. Las tierras eran aradas con un tractor de aspas conducido por Canacho y un camión Chevrolet, manejado por el Bolo Pérez que era encargado de sacar el producto hasta los mercados de Valledupar y Barranquilla; la fuente de trabajo se incrementó aún más cuando construyó en su taller de herrería una maquina compactadora de bloques de cemento y cuyo manejo lo hacía Juan Pinto. No conforme con esto, puso a funcionar también una máquina para fabricar tejas de cemento, administrada por Juan “El Mocho”.

Muchas familias devengaban su sustento del emprendimiento de Don José. Llegó a manejar una nómina de veinte empleos directos y más de cincuenta indirectos con los obreros que dirigían en el campo, en la limpieza de cauces, desmonte de lotes, riegos y fumigaciones, sus capataces Ismael Campo y Pedro Lamparita. El despertar a nuevo horizonte, lo trajo a Distracción ese alemán, parco en la palabra, pero ligero en sus acciones. Lo que su imitado conocimiento del idioma no me permitió decir, las cosas grandes que hizo en el pueblo hablaron por él.

Antes de su llegada, el coloniaje era aún notorio. Los patronos se creían dueños del trabajador. Abusaban de su poder para someterlos a grandes jornadas de trabajo con poca o ninguna remuneración.

Don José le dio al obrero su valor y les asignó un salario. Pagaba salarios por horas, por día o por contrato, según lo convenido con el trabajador. La limpieza de cauce la cancelaba por braza. Hacía sus pagos los sábados en efectivo y de manera personal; si la paga  del trabajador daba más de medio centavo, como no podía cancelarlo, lo anotaba en su libreta para abonarlo al siguiente pago.

Fue evolucionando con tanta prisa que para los años cuarenta ya contaba con su propia trilladora de arroz y más tarde montó la piladora con piezas casi todas construidas por él. En su yunque llegó a construir clavos y tornillos; con su mano diestra moldeaba a mazazo limpio cuanto repuesto necesitaba. Nunca se le vio de mal genio y jamás se le oyó decir que deseara regresar a su país, donde seguro ya no sería recordado.

Sus hijas, nacidas en Villanueva, levantadas en Distracción y educadas en Barranquilla, formaron sus hogares: Helka con el coronel Medina y Carmen con “Monche” Guerra.

Cuando alcancé mi “uso de razón”, él ya era un sexagenario, pero tuve la suerte de verlo por más de diez años, todavía fuerte como un roble y sano como un adolescente; con una historia escrita por él, protagonizada por él y disfrutada por usted amigo lector, que sin conocerlo, tal vez, hoy tiene la dicha de saber que Don José es el más recordado de “Los héroes de mi infancia”.

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (Ninguna valoración todavía)
Cargando...

2 comentarios en «Don José»

  1. Cámara, son mis cuentos favoritos, y te confieso también me pareció raro el nombre Distracción. Pero hay que vivir muchos años para acabar entendiendo. Tu cuento me ilustró muchas cosas. Gracias amigo y felicitaciones.

Responder a Nilsa peñalozaCancelar respuesta