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LA CHICA DE LA BOINA ROJA

Anushka Tereshkova

Sí, creo que me enamoré porque espero encontrarla en todos los buses a los que me subo en cada uno de los viajes que hago de regreso a casa, ¿o será nostalgia? ¿o soledad…? ¿o todo junto?

Era la primera navidad que tenía libre porque mi grado militar ya era bastante alto, me lo merecía. Esperé toda la noche para subir a ese bus que me llevaría a pasar treinta días en casa, cerca de mi familia, mis pequeños sobrinos y mis amigos de colegio, los que se quedaron en sus casas, los que no cometieron la odisea que yo cometí, de volverme un soldado.

Lo único que rogaba era que se sentara al lado mío alguien que no me interrumpiera el sueño y que me dejara libre el divisor del asiento, porque estaba totalmente agotado, no quería hablar con nadie. Subí, ubiqué mis bártulos en la gaveta, usé el asiento del pasillo y me dispuse a dormir, el de al lado iba vacío, qué suerte la mía… Era un rey en su trono.

Mientras avanzábamos por la ruta, me di cuenta que me esperaban largas horas de viaje y aunque tenía mucho sueño, quería aprovechar las horas del día para leer el libro que me había dado mi madre, y quería que comentáramos en mi estadía en casa. Me dispuse a hacerlo cuando mis ojos se fueron cerrando involuntariamente y el libro se cayó hacia un costado. El ómnibus frenó abruptamente en la ruta y subieron algunos mochileros, entre ellos una joven de boina roja que ocupó el asiento contiguo al mío. Era muy joven, muy risueña y a cada rato me miraba de reojo, como supervisando mi fingido sueño. De repente me di cuenta de que no tenía el libro.

— ¿Buscas esto? —preguntó.

— Sí, es un libro que me dio mi madre y debo…

— ¿Te lo comento, así te ahorras la lectura o quieres leerlo de verdad?

— De querer quiero, solo que estoy muy cansado.

— Ah pues, cuando falten unos minutos para bajarme te despierto y te cuento el resumen.

— ¿Pero, ¿dónde te bajas, acaso es pronto o mañana?

— Mañana es pronto.

— ¿Adónde vas?

— A Perú, pero me detengo en cada provincia a conocer un poco y sigo.

— Yo vengo a pasar las fiestas con mi familia, me siento eufórico y sé que los días serán muy cortos, tengo tantas cosas que hacer.

— Debe ser lindo tener una familia que te espere.

—Sí, aprovecho porque algún día tendré la mía y mis visitas no serán tan asiduas, supongo.

— ¿Bajamos a almorzar?

—Claro, hace tanto tiempo que no como con una chica tan…

—Y yo hace tanto tiempo que no como en una mesa —ella reía desprevenidamente mientras le preguntaba— ¿Qué piensa un chico de veinte años para ser un militar?

—No piensa —involuntariamente me reí.

—Yo no puedo estar encerrada más de un día en ninguna parte.

—Aunque no lo creas, un militar no está mucho tiempo en ninguna parte, siempre vivimos de un lado para otro.

—¿Y tampoco comen en mesas?

—Tampoco, comemos en una carpa, en un plato improvisado y no nos lavamos casi nunca, solo los ojos.

—Y huelen horrible.

—Te acostumbras.

— ¿Y te sientes feliz con lo que haces?

—Sí, solamente una cosa me haría más feliz.

—¿Y esa cosa es?

—Tener un amor que me espere cada vacación, para que me dé toda la ternura que esta carrera me va quitando, uno se siente muy solo y poco a poco va olvidando lo que es una caricia, un beso una palabra bonita; uno va perdiendo la capacidad de conquistar a una mujer, eso es muy triste, ¿sabes? ¿Y nadie te espera a ti?

—No, alguna vez, pero ya no —y se quitó la boina y me la puso, me sacó una foto y me pinchó un trozo de carne del plato para dármelo como le dan las madres a los bebés y todo eso riendo siempre como un cascabel tierno y ruidoso que no para nunca de decir cosas ocurrentes.

Cuando subimos al ómnibus siguió parloteando mucho tiempo, me contó el libro y de a poco se hizo el atardecer que la fue adormilando y a pesar de que quise acompañarla en el sueño, no pude, monté guardia a esa cabeza rubia que se apoyó tiernamente en mi hombro, se quedó ahí adornando mi uniforme como el sol más radiante que pudiera estar bordado.

Durante la cena volvimos a bajar y disfrutamos de nuestras comidas favoritas, hicimos adivinanzas, discutimos un poco de algunas cosas filosóficas en las que no nos pusimos de acuerdo y volvimos a subir. Esta vez ella guardó mi sueño y debo haber sido yo el que se apoyó en su hombro dejando que sus pequeñas manos me acariciaran el rostro curtido por soles y vientos de tantos meses de entrenamiento, de tanto tiempo sin sentir lo suave, de tantos y tantos amaneceres que me vieron despertar…solo, como aquella mañana.

Miré a mi alrededor y ya no estaba, fue como un sueño, de no ser por la boina roja, que estaba sobre mi pecho, y su perfume, tenía su perfume…

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7 comentarios en «La chica de la boina roja»

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