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ASOMBRO Y CURIOSIDAD

Cuento para colorear

Roberto Enríquez Izquierdo

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Mi Caballito alicornio

José Luis tenía un hermoso caballito de madera, se lo compró su padre durante un paseo por una feria de juguetes. Lo quería mucho. Con ayuda de su padre lo pintó de colores muy llamativos, le delineó el rostro y le reemplazó la rienda a su gusto. En las tardes, al regreso de la escuela, realizaba competencias con otros amigos; en algunas ocasiones ganaba y, en otras, perdía, pero era muy feliz. Durante las noches, en una esquina de su habitación, descansaba su caballito de madera.
Sucedió que este hermoso corcel de madera apareció en los sueños de José Luis, ¡estaba transformado! No se veían las riendas, pero tenía una larga y abundante crin suave como el algodón y de colores brillantes, en su cuello y en su cola; además, poseía alas de azul claro y un cuerno torneado de amarillo encendido.
—¿Quién eres? —preguntó José Luis
—¡Soy un Alicornio! —respondió—. ¿No me reconoces? Soy tu caballito de madera, me he transformado para llevarte a visitar las estrellas.
—¡Si!, te reconozco por los colores, ¡yo mismo te pinté! —contestó José Luis.
—¡Está bien! —dijo el Alicornio—; entonces, sube a mi lomo y viajemos.
José Luis se agarró fuertemente de la crin y se fue a un viaje de fantasía. Las estrellas le sonreían, los luceros lo saludaban.
—¡Vaya!, ¡te deseo un feliz viaje! —exclamó, la señora luna.
—¡Gracias! —respondió José Luis, con alegría
Avanzaban, a gran velocidad y se dieron cuenta que se avecinaba una tempestad.
—¡Una lluvia de Meteoritos! —gritó José Luis.
—¡Agárrate duro! —exclamó su brioso Alicornio. Y empezó a dar giros y toda clase de movimientos, para evadir los meteoritos que viajaban atravesando el espacio. ¡Bravo!, ¡hurra! ¡Así se hace!, dijo José Luis, ¡ufff!, ¡al fin!, estamos a salvo.
De esta manera, el caballito de madera acompañaba a José Luis durante el día y, en las noches, se transformaba en Alicornio para llevarlo en vuelos de fantasía por el mundo de su imaginación.

Lanosito, el muñeco de trapo

Lanosito era un muñeco de trapo que su dueña Catalina, ya lo había olvidado y no jugaba con él. Permanecía en diferentes lugares de la casa, el perro lo mordía y lo cambiaba de sitio; los demás habitantes, a puntapiés, lo lanzaban de un lado a otro, de tal manera que su vestido estaba manchado y de mal olor. El padre de Catalina se cuestionó: ¿Acaso a las personas adultas, les disgusta volver a ser niños? Enseguida, recogió al muñeco de trapo, lo lavó, lo reconstruyó y, al mismo tiempo, regresó a sus sueños cuando deseaba ser pirata, astronauta, príncipe o rey.
Motivado por sus recuerdos, preguntó a su hija:
—¿Por qué ya no juegas con Lanosito?
—Tengo nuevos juguetes, grandes y muy bonitos —contestó, ya verás.
Catalina se fue, a su habitación, en busca de sus juguetes para mostrarle a su padre. ¡Qué sorpresa! Lanosito estaba en su habitación, precisamente sobre su cama; lo miró y se sorprendió ¡Está bañado! Exclamó. Al instante, viajó a sus recuerdos cuando hablaba con él, cuando lo mimaba y lo quería tanto. En ese momento apareció su Hada Madrina de otros tiempos y le preguntó: ¿Ya no deseas ser princesa, mariposa o flor?, ¿te olvidaste que las flores, las aves y los muñecos te hablan? Enseguida, con su vara mágica, tocó a Lanosito y este cobró vida y le pronunció las palabras que Catalina le decía cuando lo mimaba.
Catalina lo estrechó entre sus brazos y le dijo:
—¿Por qué no me hablaste antes?
—Muchas veces lo hice, buscaba tu mirada con mis ojos llenos de lágrimas, deseaba que me mires por última vez, pero tu corazón estaba lejos del mío.
Catalina comprendió que los juguetes son nuestros amigos y aunque envejezcan o lleguen otros nuevos, debemos quererlos, conservarlos y, en casos especiales, regalarlos a los niños que no tienen juguetes.

La tortuga Clotilde

Viajaba Clotilde a 10 kilómetros por hora, seguramente llevaba mucho afán. Se veía elegante, con duro chaleco de variado color, con medias tobilleras bordadas con flores en amarillo y añil y con zapatos finos en negro y blanco marfil; al mirarla tan bella el sol le guiñaba el ojo y brillaba con más intensidad.
—¡Ufff! —dijo Clotilde— es insoportable el calor. Miró una tienda y compró un sombrero adornado con cintas de rojo y azul.
—¿Hacia dónde viaja esta veloz dama? —preguntó croando un sapo burlón.
—¡Me voy de paseo a la gran ciudad! —contestó vanidosa, estirando el cuello.
Pasaron las horas en larga caminata y… ¡Ya estaba en las calles de la gran ciudad! Los carros pitaban, la gente asombrada, los niños contentos; algunos de ellos la querían acariciar. Pararon los autos y también las motos y se formó un duro trancón.
Clotilde asustada por todos los ruidos, guardó su cabeza en su duro chaleco y entre los afanes perdió un zapato de blanco marfil; también su sombrero de rojo y azul.
Llegó así la noche y Clotilde exclamó: ¡Que susto me han dado!, ¡Por suerte estoy viva!, ¡Agradezco a Dios!
Luego sin reproches pensó lo correcto y se dijo: Este no es mi mundo, me voy de regreso a mi dulce hogar.
Llegando al campo, cerca de su casa, apareció de nuevo el sapito burlón y le dijo:
—¡Hola!, ¡Veloz dama! ¿Por qué regresas tan pronto?
—¡Era insoportable el ruido y el peligro en la gran ciudad! —contestó Clotilde.
—¡Sí!, ese lugar no es para nosotros —dijo el sapo—. Y se despidió entre saltos y más saltos y con tremenda carcajada.
—¡Es mejor que no vayas o morirás aplanado! —gritó Clotilde.
De esta manera la Tortuga Clotilde comprendió que su hogar estaba en el campo, donde su vida corría menos peligro y, además, viviría en relación con otros animales, con las plantas, con ríos, lagos y quebradas.

Asombro y Curiosidad

La escuela “Arcoíris del Cielo”, tenía muchos estudiantes, entre niños y niñas, que cursaban la educación primaria; igualmente, había profesores y profesoras encargados de la enseñanza y el aprendizaje. Era una escuela muy bonita pintada de varios colores y con cómodos espacios para jugar.
Sin embargo, sucedió un hecho curioso que llamó la atención al rector y a sus profesores. Varios estudiantes disminuyeron el rendimiento escolar, poco participaban de las actividades educativas y se presentó algunas deserciones.
En esta hermosa escuela estudiaba Carlos quien se encontraba sin deseos de asistir a la escuela. Al acercarse la noche Carlos expresó:
—¡Mamá!, ¡no volveré a clases!
—¿Por qué Carlitos? —preguntó mamá.
—No me gustan las clases —contestó.
Mamá sorprendida, se preguntó: ¿Por qué no quiere volver a la escuela? Carlos, por su parte, se acostó preocupado y soñó que su salón de clase ¡Estaba oscuro! Se veía asustado porque una mujer vestida de negro danzaba la misma tonada, pronunciando: ¡Rutina!, ¡Rutina!, Rutina; continuamente. Al mismo tiempo, veía a sus profesores vestidos de magos y acompañados de dos hermosas hadas: Asombro y Curiosidad. Asombro empezó a girar formando luces de variados colores, serpentinas luminosas y confeti de alegría, entre vivos movimientos de personajes de cuentos que Carlos conocía. Estaba fascinado, se divertía increíblemente.
Carlos emocionado preguntó: ¿Cómo se hace eso? Curiosidad se acercó a uno de los magos, ¡Era su profesor! y juntos le presentaron: colores, crayones, toda clase de pinturas y, él en su deseo de aprender a colorear, pintó los personajes de sus cuentos favoritos. Todo el salón se iluminó y la rutina que danzaba reiteradamente, quedó pintada de vivos colores.
En las horas de la mañana, Carlos le comentó el sueño a su mamá, ella le dijo que debía hablar con su profesor y hacer los trabajos escolares, con ojos de alegría, para que la rutina desaparezca.
Salió rápidamente a la escuela, contó su sueño al profesor y éste le manifestó que, desde ese instante, buscará cumplir su sueño y los del resto de estudiantes. Compartió la experiencia de Carlos con el rector y los demás profesores y decidieron cambiar las estrategias de trabajo, para que llegue a los estudiantes, la alegría de aprender

El Pergamino de la Libertad

Adaptación de una antigua leyenda mexicana

Cuenta la leyenda que los perros de esa época, se comportaban de una manera bondadosa, ayudaban en las labores del campo, cuidaban las viviendas de sus amos y jugaban con los niños sin pedir nada a cambio. Eran muy leales.
Un día, para hacer una evaluación sobre la relación de los perros con los humanos, Rosendo, el abuelo de los perros, los convocó a una asamblea. Presentaron variedad de quejas: Maltrato por parte de los amos, imposición de collares que lastimaban su cuello, rutina alimentaria; con la misma clase de alimento todos los días, permanecer prisioneros en un mismo lugar de la casa, bautizarlos con nombres desagradables, bozales que lastimaban su boca, …
Ante esta situación surgieron varias propuestas, la más debatida y, al mismo tiempo, aprobada fue la de liberarse de los humanos. El abuelo Rosendo mostro una montaña, allá en la distancia, y les habló que en esa montaña vivía el Dios de la Libertad, que muchos animales han viajado a solicitar la libertad, y que un ejemplo claro eran las aves.
—Nosotros también lo podemos hacer —dijo un perro de piel canela que continuamente asistía al gimnasio. Era musculoso y de olfato bien desarrollado.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el abuelo Rosendo.
—Mi nombre es Eusebio y me ofrezco para viajar llevando la solicitud de la libertad.
Inmediatamente Rosendo redactó la solicitud de libertad para todos los perros de cualquier raza y género, y la firmó como representante legal de la asamblea. Mientras Diana, una perrita blanca, de pelo ondulado y con mirada seductora, manifestó:
—Yo acompaño a Eusebio en su misión.
—Eusebio tiene la palabra —dijo Rosendo.
—Está bien —afirmó Eusebio, haciendo alarde de sus músculos y de sus blancos y filosos dientes que encantaban a Diana.
Ella meneando su cola se aproximó a Eusebio y le expresó su gratitud por su inteligente decisión.
—No seré una carga para ti —le dijo al oído.
—No te preocupes yo te ayudaré —expresó Eusebio y se dispusieron para la aventura.
—¡Alto! —exclamó el abuelo Rosendo y continuó hablando: No se puede llevar la solicitud en la boca porque se humedece y se puede echar a perder; tampoco en las patas porque le dificulta al andar.
—Sí, veo que estamos en problemas —afirmó Eusebio.
Diana preocupada abrazó a Eusebio y le dijo: Tu cola es larga y de abundante pelaje, amarremos la solicitud debajo de tu cola. Está bien dijo Eusebio. Todos aplaudieron y el Abuelo Rosendo junto con Diana procedieron a enrollar la solicitud y la aseguraron en la cola y al mismo tiempo orientó realizar la misma operación con el pergamino de la libertad. Enseguida la pareja canina inició su viaje y todos los perros, grandes y pequeños, quedaron con la esperanza de la libertad.
Viajaron con rapidez. Pasaron meses de caminata, estaban cansados y preocupados, pensaban que estaban perdidos de la montaña que señaló el abuelo y donde supuestamente habitaba el Dios de la Libertad.
—¡Mira! —exclamó Eusebio, empezamos el ascenso a una montaña
—Bien, avancemos con rapidez —argumentó Diana. Cuando llegaron a la cima se dieron cuenta que estaban en la montaña correcta.
—¡Dios! ¡Dios! —gritaron por varias veces y nadie escuchaba.
—Estamos perdidos —dijo Eusebio
—No te desanimes —le dijo Diana y lo abrazó, para darle fuerza.
—¡Dios! ¡Te necesitamos! —gritó Eusebio, con voz estruendosa que hizo eco en el espacio.
Entre las nubes se escuchó un trueno que los atemorizó.
—¡Quien me necesita! —dijo una voz.
—¿Eres tú, el dios de la montaña? —gritó Diana.
—Sí —contestó, entre truenos y relámpagos.
—¡Ven aquí, acércate a nosotros! —gritó Eusebio.
Pasaron unos minutos y se manifestó el Dios de la Libertad y les dijo:
—¿Qué quieren de mí?
—Señor, somos portadores de esta misiva firmada por el abuelo de todos los perros —expresó Eusebio.
El Dios de la Libertad revisó la solicitud y dijo que era posible concederles la libertad.
—Pedro, pásame un pergamino de libertad.
—Con mucho gusto Señor —dijo Pedro.
Bajó de entre las nubes un blanco pergamino y el Dios de la Montaña decretó la libertad de los perros, lo firmó y se lo entregó a Eusebio. Diana hizo el protocolo de agradecimiento y se despidieron. Enseguida, Diana aseguró el pergamino de la libertad debajo de la cola de Eusebio y partieron de regreso.
El camino de retorno ya no fue el mismo, ¡se extraviaron!, ahora, debían atravesar un río y el pergamino se echaría a perder, no sabían cómo solucionar el problema, hasta que apareció entre unos árboles un gato negro.
—Tengo la solución al problema —dijo el gato.
—¿Cuál es la solución? —preguntó diana.
—Muy fácil —dijo el gato—, puedo llevar el pergamino en mi boca y voy saltando de árbol en árbol hasta encontrar un sitio donde pueda atravesar al otro lado del río, allá los espero.
Eusebio y Diana se miraron a los ojos, se notaba en ellos la desconfianza, pero; también, comprendían que era una buena solución al problema y, entre gestos se dijeron: no queda otra salida.
—Está bien —dijo Diana.
—Me parece una sabia decisión —contestó el gato
Diana entregó el pergamino de la libertad, el gato lo recibió en su boca y salió de salto en salto y de árbol en árbol en busca de la otra orilla del río. Diana y Eusebio partieron con nadado lento pero constante rumbo a la ribera del río donde supuestamente llegaría el gato.
—¡Llegamos! —gritó Diana. Miró hacia los lados y por ninguna parte estaba el gato negro.
—¿Dónde está el gato? —preguntó Eusebio.
—¡No sé!, no lo miro por ninguna parte —aseguró Diana.
Esperaron un tiempo, pero el gato negro no llegó, se perdió el pergamino de la libertad. Diana lloró incansablemente, pero Eusebio la consoló, no te preocupes lo buscaremos entre la selva.
Cuentan que Eusebio y Diana vagan por la selva buscando al gato. Sin embargo, los perros aún siguen esperando a esta pareja canina. conocen la historia, pero como olvidaron sus rostros, el color y la expresión de sus cuerpos; entonces, cuando se encuentran dos perros, piensan en Eusebio o Diana y se huelen la cola en busca del pergamino de la libertad.

Fi-Fi, El Pequeño Dragón

Un pequeño dragón llamado Fi-Fi, vivía entre las montañas de Alaska. Empezó a crecer e inició la práctica de algunos deportes en la nieve, salía continuamente y se había convertido en un problema para el ecosistema y para los demás dragones puesto que cuando gritaba expulsaba abundante fuego sin ningún control.
Su padre le insinuó:
—Es necesario controlar tu propio fuego para no derretir la nieve y causar catástrofes.
—¡Está bien!, haré lo posible —expresó Fi-Fi.
La madre dragona lo acompañaba a las prácticas deportivas escolares con la lonchera llena de alimentos, para calmarle los bostezos, a cada instante le decía: ¡Ven Come!; por cuanto, lanzaba fuego desordenadamente, al bostezar. Los pequeños dragones de la comunidad, se burlaban de él, debido a su comportamiento con relación al fuego, igualmente los dragones adultos reían a carcajadas.
La Junta de Deportes de la escuela dijo a Fi-Fi:
—Si no controlas tu fuego no podrás participar en las actividades deportivas escolares.
—Está bien —dijo Fi-Fi, agachó su cabeza y se retiró.
Sin embargo, Fi-Fi, a pesar de la condición impuesta por La Junta de Deportes, continuó preparándose para algunas competencias y se lo veía alegre porque se acercaban las actividades deportivas; las cuales, iniciaban con patinaje sobre el hielo donde debían recorrer grandes distancias y en esta disciplina tenía mucha habilidad.
—Tengo la solución para tu problema —dijo el padre dragón.
—¿Cuál es? —preguntó Fi-Fi.
—Simplemente, no debes gritar —contestó papá—, y, para no bostezar, comer bastante alimento antes de la competencia.
—¡Está bien! —habló Fi-Fi.
El día anterior al campeonato, sucedió algo inesperado, ¡Fi-Fi amaneció resfriado! y en cada estornudo lanzaba ¡Abundante fuego! sin ningún control, mamá y papá manifestaron preocupación y rápidamente llamaron al doctor dragón.
Lo diagnosticó y le dijo:
—Lo siento mí pequeño, tienes un fuerte resfriado.
—¿Podré participar en las actividades deportivas? —preguntó Fi-Fi.
—¡Claro que sí! —exclamó el doctor dragón—, te aplicaré una inyección y seguirás tomando un jarabe de mentol.
—¡Gracias doctor! —expresó Fi-Fi, con alegría.
Luego, se acercó a los padres de Fi-Fi y dijo: Debe cubrirse con una bufanda para ir a la competencia, debido a que la falta de control en su fuego, se debe a una alergia al frío. Fi-Fi cumplió todas las recomendaciones del médico y de sus padres y salió a la competencia en busca del triunfo. La comunidad de dragones a excepción de sus padres, suponían que Fi-Fi no terminaría la competencia o sería retirado por la Junta de Deportes, realmente, no era un oponente de temer.
Fi-Fi, todo fortachón y con optimismo, llegó a la competencia y barrió con todos sus oponentes. Muy seguro de sí mismo se presentó a recibir su premio y ¡Gritó de alegría!, normalmente y sin ningún problema.
Tanto los dragones adultos como los pequeños quedaron asombrados y empezaron a gritar ¡fuego!, ¡fuego!, ¡fuego!… la intención era comprobar si lo producía voluntariamente. Por su parte, alzó con sus manos el premio ganado, el público le ofreció un nutrido aplauso; luego, levantó su cabeza hacia el cielo como agradeciendo a Dios por el triunfo y produjo fuego por tres oportunidades consecutivas.
A todos los dragones les sorprendió la capacidad de autoestima y de optimismo de Fi-Fi y comprendieron, que la función fisiológica de expulsar fuego voluntariamente, no se daba a igual edad, en los pequeños dragones.

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2 comentarios en «Asombro y curiosidad»

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