EL DE LOS OJOS DIFERENTES
Anushka Tereshkova
Ya no voy a escribir cosas románticas ni lloros de amor, me dije mientras borraba todos los textos de mis archivos en el ordenador. Entre todos, estaba una fotografía que guardo desde hace algunos años de un amor platónico que alguna vez supo poblar de corazoncitos mis noches de insomnio y de sonrisas todas las mañanas al leer sus mensajes. Tenía una voz inconfundible, no me gustaba, por aflautada y poco varonil. A mí me gustan las voces graves y mentoladas. No tenía el buen humor que a mí me gustaría para la persona con la que comparta mis días de felicidad, ni la figura atlética que quisiera ver al despertar todas las mañanas. No tenía el romanticismo musical que yo necesito a la hora de la pasión entre las sabanas rojas de terciopelo ni la calidez de quien te escribe una notita amorosa y te la deja junto al mate, antes de irse a trabajar. Tenía, eso sí, una habilidad especial para herirme.
Yo esperaba cosas inconclusas, cosas que siempre comenzaban de la mejor manera y luego, por mi culpa o la suya, se estrellaban contra muros de larga data, de bloque duro y húmedo que luego nos costaba levantar. No teníamos cimientos, solo andamios altos donde subíamos a marearnos hasta caernos.
A veces llegábamos a construir paredes y balcones donde mirábamos las estrellas y le poníamos nombres sofisticados y hasta sonreíamos con las ocurrencias que nos provocaba la impunidad de no ser nada, de no estar etiquetados ni definidos ni encasillados ni…. Luego nos enojábamos; borrábamos el cielo, escupíamos las estrellas y soplábamos con fuerza de vendaval las ventanas, se rompían los vidrios y caían las paredes y nos quedábamos sentados mirando los restos de nuestro refugio.
Nos culpábamos por todo. Tenía esa gran habilidad para herirme y dejarme sola mirando el desastre. No era amor, no era ningún sentimiento terrenal el que nos unía. Así como no vemos todos los colores ni usamos todos los sentidos ni aprovechamos todas nuestras funciones cerebrales, creo que hay sentimientos inexplicables
Yo no lo cuidaba, no lo regaba, no lo lustraba ni lo atesoraba en una cajita de cristal. Lo estrellaba desde lo más alto del andamio y luego lo remontaba como un barrilete multicolor para observarlo volar entre las nubes de algodón apretujadas en un firmamento azul. Él se desplomaba como un barrilete, también multicolor, cayendo pesadamente ante mis ojos, aplastando las hojas amarillas del otoño.
Teníamos una abultada cuenta bancaria para darnos todos los lujos. ¿Qué es lo más valioso que se tiene? Tiempo. Teníamos todo el tiempo del mundo para satisfacernos a cualquier hora, todos los minutos y los segundos, siempre. La usábamos sin pensar en ahorrar, como si no fuera a agotarse nunca. Gastábamos a manos llenas en mascotas sofisticadas con nombres estrambóticos. Viajábamos por el espacio, asistíamos a costosas conferencias donde ambos disertábamos para nosotros mismos, sin público ni aplausos. Fabricábamos teorías inadmisibles y nos premiábamos con bóvedas llenas de más tiempo para usarlo en momentos impensados, imprevisibles, esperando que ese derroche nos hiciera invencibles.
Pero todo es finito, esa es una máxima que no hay que olvidar. En este y en todos los universos las estrellas se desintegran y se convierten en polvo y ese polvo está presente en todas las cosas. La foto, ya es esa pequeña partícula de polvo que forma parte del universo, pero hay algo que ha quedado impreso en todas mis cosas y será lo inolvidable de esa parte de historia que hemos escrito juntos aprovechándonos de la impunidad de no ser nada.
Uno mira a todos de una manera más o menos igual, pero algunas pocas veces, las menos, nuestra mirada se posa a ver a las personas con ojos inquisidores, buscando ese algo más que sabemos que hay muy adentro, en lo recóndito de algunos seres que se cruzan en nuestro camino.
Habiendo más constelaciones que descubrir, metas para alcanzar, historias por tejer y caminos por andar, nos empeñamos en posar la vista justo a quien debiéramos ignorar, descartar, prohibirnos, escapar.
Es inexplicable saber exactamente cuánto y cómo vamos a destruirnos ante esos muros y, sin embargo, apretamos el acelerador. Hay algo engañoso en todas las veces que se cae un muro, se escucha una cascada o se grita en la cúspide de una montaña: es el eco.
Estamos solos, no hay nadie más. No le creas al eco, eres tú. Esa otra voz que oyes, eres tú. No hay nadie más….







(Argentina. 1966). Aborda temas de hondo contenido humano, enfatizando en el desamor, las emociones, la cotidianidad y la búsqueda del autoconocimiento a través de la introspección y la escritura autobiográficas.
Maravilloso como siempre Anushka ??
Hay relaciones que se sabe (sin duda) del daño que hacen y aun así, se elige seguir en ellas. Ni hablar.
Gracias, Anushka, por permitir que sus escritos sean públicos.
Gracias por leerme.