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MUJER MUERTA

José Omar Parodi

La pequeña ciudad se erguía al lado de un río enorme que con su cauce meándrico formaba una curva justo en una de las últimas calles, creando permanentes remolinos donde flotaban los restos de lo que el río había destruido aguas arriba, así como lo que la gente desecha en sus riveras. Los ríos han sido siempre la manera más fácil de librarnos de lo que no queremos, son la cloaca de la existencia de los seres humanos y llevan dentro de sí las evidencias de las más bajas pasiones que han aparecido desde que pudimos caminar en dos patas.

El niño se había sentado precisamente en uno de los troncos que hacía poco el río había dejado varado en la orilla. No había podido ir a la escuela, el techo de la misma se caía a pedazos y los maestros temían que matara a uno de los pequeños. El aburrimiento lo habría llevado allí, más que una razón clara que lo motivara a quedarse sentado y perplejo mirando el espejo de agua como esperando que algo irrumpiera en el horizonte.

Fue así, apareció primero una gran bolsa de desechos, luego como un tronco igual al que él tenía debajo de sus glúteos y finalmente creyó que era algún animal que había sucumbido ante las traidoras aguas del río de La Nacedera. Pero no, era un muerto, y no cualquier muerto. El cadáver de una mujer, que se distinguía por el vestido largo que dejaba ver de vez en cuando la corriente y los senos que pretendían escapar del pecho como si aún les quedara algún resquicio de vida, flotaba siguiendo el rumbo que describía el flujo de agua.

Se percató del cadáver pero no se sorprendió tanto sino cuando supo que era una mujer. Los niños creen que la mayoría de los muertos son hombres, eso dicen las historietas. La observó hasta el anochecer como una compañía penitente de ese velorio frustrado. Sabía dónde terminaría pero muy a su pesar estaría allí hasta el final. La semana anterior había sido un tipo alto. Hacía un mes un hombre gordo, hizo recordar los manatíes que desaparecieron hace veinte años y así por lo menos en los últimos cinco años, el río que los ha visto vivir se había convertido en el lugar postrero de muchos de esta región. Hoy era una mujer, una hermosa mujer. Ese primer día su cara estaba intacta y en su cuerpo no había señales ni de maltrato ni de bala y el niño buscaría en ella lo que había perdido.

Estaba dejando la niñez pero no los recuerdos de su infancia, aquella que le quitó la felicidad de su compañerita de colegio y otras cosas mucho más importantes; sus padres salieron volados antes de ser agujereados por el plomo y se la llevaron con ellos; jamás la volvería a ver y él lloraría su partida por tres días en el mismo lugar desde donde ahora acompañaba a la muerta.

La mujer que flotaba seguía dando vueltas sin parar y el niño se sentó en el tronco muy temprano incluso antes de desayunar. Su mente empezó a construir la posible historia detrás del cuerpo inerte. Los niños suelen ser muy creativos, generalmente más que los adultos. Pensaría que como siempre ocurre, se había visto involucrada en un conflicto de pareja y algún hombre inconforme la maltrataría hasta llevarla a la muerte. O mejor, teniendo en cuenta que no tenía herida de bala ni laceraciones pudo haber sido por ahogamiento, pero no, sus familiares la buscarían por todo el río, así como si hubiese sido un suicidio. La gente llegaría hasta aquí. Sin embargo, todos han estado en silencio como en los casos anteriores de los últimos meses. Parece que nadie va a atreverse a sacarla. El niño hubiese querido tener un poco más de edad y de arresto para traerla a tierra firme y darle, por lo menos, cristiana sepultura.

Pasó el tiempo necesario. Habría de acontecer lo que él no quería que ocurriera, lo irremediable. El cuerpo siguió flotando toda la mañana y el sol ya le había levantado ampollas enormes en la espalda descubierta. Faltaba poco para que se dieran las cosas, las maletas estaban listas y bien escondidas en un solar enmontado al lado de la casa de sus tíos, nadie podía saberlo, se estropearían los planes. Se sentó de nuevo en el tronco esperando ya el momento final y la tristeza de no saber quién era y que jamás volvería a ver aquel cuerpo exánime; esto lo hizo llorar de nuevo. El cuerpo se hundió, afortunadamente hasta los gallinazos le temen a esos remolinos, y el descanse en paz retumbó en el fondo de la mente de aquel pequeño hombre que abandonaba forzadamente su niñez. Todo después siguió como fue pactado. Tomó sus maletas y se embarcó en un camión que llevaba verduras a la capital, manejado por el padre de uno de sus compañeros de escuela y comprendía la decisión del niño. Su destino ahora estaba asido con más ganas que fuerzas a esas manos nuevas, las que ahora forjarían las posibilidades de hacer vida en otra parte.

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2 comentarios en «Mujer muerta»

  1. Interesante. Los ríos traen consigo, vida, alimento, historias, alegría y por supuesto algunas penas. Los habitantes de sus riveras son prisioneros de sus aguas, algunos viven sin esperanzas. El cadáver flotando de una mujer, tal como se describe en el cuento, es poesía que entristece el alma.

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