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HUMO EN LA CEGUERA

Eneldo Deluqez

Cuatro años habían pasado desde que abandonó el mundo de la luz. Cuatro años habían pasado desde que el destino en un trágico accidente le arrebato toda su familia. Desde ese día Sebastián Lacomte decidió confinarse en su habitación, donde la única compañía era un arreglo floral que Inés cambiaba semanalmente y una cajetilla de cigarrillos que le dejaba a diario.

El mundo se le había vuelto plano debido a su incapacidad, producto de aquel accidente. Esto le generaba inseguridad, el único lugar que le daba confianza era su habitación. Los otros lugares de la casa le parecían peligrosos. A veces Inés lo convencía de dar una vuelta por el jardín de la casa. En estos paseos ella le contaba lo mal que le ido con los hombres, cómo llegó a ser dama de compañía a pesar de poseer un título profesional. El la tranquilizaba diciéndole que algunas cosas son pasajeras y que todos sus problemas tienen solución, pero, la pérdida de su familia era una situación que nunca superaría.

El sentimiento de culpa se convertía en una carga pesada y todos los hechos lo condenaban. La habitación era un nuevo tipo de prisión, donde Sebastián pensaba que podía espiar sus culpas. El cigarrillo se volvió una parte importante en su vida, aparte de Inés, el único contacto que tenía con el mundo era a través del cigarrillo. Este hábito se le convirtió en una ruta de escape, a causa de este vicio perdió también el sentido del olfato, la nicotina y el alquitrán lo habían hecho estrago. Sebastián desarrollo un cuadro de sinusitis y esto le impedía distinguir los olores, eso, si es que los percibía.

No recordaba cuantas cajetillas de cigarrillos había consumido, lo que ahora tenía presente es que una no era suficiente y pidió a Inés que en adelante le dejara dos cajetillas. Cada bocanada lo extasiaba, lo liberaba de aquel sentimiento de culpa. En algún momento pensó en consumir algo que lo hiciera alucinar y lo llevara de vuelta aquellos días donde podía acariciar el rostro de su mujer, deleitarse con aquel perfume ácido que lo embriagaba de placer; pero Inés se negó a esta petición. Había fumado todas las marcas de cigarrillos y podía distinguir cual era con solo encender y dejar escapar las primeras esencias del tabaco. Inés le trajo unos hechos en Camerún que mezclaba el tabaco con el chocolate, se los recomendaron en la cigarrería donde ya era conocida por sus compras continuas. El olor a tabaco en la habitación era fatigante, pero Sebastián ni se percataba, él y el cigarrillo eran uno.

El sábado Inés realizó sus labores como de costumbre y le dijo a Sebastián que volvería hasta el martes, pues, se iba de paseo porque estaba saliendo con un hombre y esta vez todo saldría bien. Dejó las seis cajetillas de cigarrillos sobre la mesita de noche, esto sería suficiente para los días que ella iba a faltar. El vicio crece y el hombre lo ignora, las seis cajetillas fueron consumidas en un solo día y Sebastián quería más. La intranquilidad se apodero de él, necesitaba exhalar aquel humo y expulsarlo luego para ahuyenta su pena.

En medio de la desesperación decidió tomar el riesgo de ir hasta al supermercado. Recordaba que de su casa al supermercado había cinco cuadras, con un poco de paciencia y con la ayuda de algún transeúnte lograría su fin. Encontrar la salida de la habitación fue fácil, pero casi no puede salir de la casa, tropezaba con todo. Fue a parar a la cocina donde se enredó con el lavaplatos, la estufa, con los registros del agua y el gas. El desorden que armó fue monumental. Hasta que recuperó la calma y pudo llegar al jardín, orientado por el ruido de los vehículos y llego trabajosamente a la calle. Después de una breve espera, tomó la ruta que lo conduciría hasta el supermercado. Al bajarse del autobús, caminó un largo trecho e intercambió una que otra palabra con alguna persona que se cruzaba en su camino pidiéndole información acerca de la ubicación del supermercado. Sebastián se encontró que una voz femenina que le indicaba el camino y lo guio en la tan anhelada compra.

De regreso a casa la mujer lo acompañó, aún recordaba la nomenclatura de su casa y esto hizo las cosas más fáciles para su acompañante. Intercambiaron impresiones, ella le dijo que no se expusiera de esa forma y el simplemente asintió con la cabeza. En la puerta de su casa, la mujer se despidió con un beso en la mejilla y al acercarse, Sebastián percibió aquel perfume ácido que lo embriagaba. La fragancia que acompañó a su esposa había vuelto y con ella su recuerdo. Entró a la casa se recostó en el sillón donde muchas veces había compartido momentos de ensueño con su amada mujer, su única compañera. El aroma lo llevaba de vuelta a un mundo que no debió abandonar jamás. Sumido en el recuerdo del perfume, no percibió el fuerte olor a gas que había en toda la casa. Sacó un cigarrillo de la cajetilla, luego una cerilla; el rostro de su mujer lo invadió. Sebastián no alcanzó a encender el cigarrillo.

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8 comentarios en «Humo en la ceguera»

  1. Cordial Saludo apreciado Maestro ENELDO, felicitaciones por ésta narrativa muy bien lograda que va llevando al lector de la mano por su estructura hasta encontrarse con un impresionante giro en el desenlace. ??✍️?

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