Saltar al contenido

UNA DE ESAS HISTORIAS SIN SENTIDO QUE NO VAN A NINGUNA PARTE

Irene Tapias

Sentada frente al computador Margarita vio pasar los últimos tres años y medio de su vida, como una proyección en video beam sobre sus lentes. La espera que en los dos últimos meses se volvió la más cruel de las agonías, había terminado, pero eso no la hacía sentir más tranquila, solo era un estrujón a una herida ya contaminada.

Un frío sepulcral penetraba por sus pies y se alojaba en el corazón, en su mente retumbaban como golpes de tambor las palabras que acababa de leer en su email: “…todo en la vida se acaba. Esto se acaba aquí y ahora”. Así, sin más, como quien derriba un castillo de naipes se derrumbaban las ilusiones de un futuro junto a José, y a él ni le importaba, al contrario, dejaba entrever en su mensaje que lo deseaba desde hacía tiempo. Margarita no entendía la ironía de la vida, ese destino, titiritero implacable del que somos marionetas, da y quita sin pedir permiso, sin preguntar si todavía quieres seguir disfrutando la miel del regalo.

Ahí permaneció cuasi petrificada, golpeada por recuerdos buenos y malos, y con una larga lista de razones para justificar la decisión que tomó; también eran grandes y múltiples las razones para sentirse frustrada. ¿Valió la pena tanto tiempo concentrada en una espera, que al final no pasó de ser una dolorosa despedida? Tantos años entregados a una quimera, años en los que se convirtió en una isla, un ser solitario, entregada al trabajo. Cuando José se fue a trabajar a la montaña, ella cometió un error que ahora jura no repetirá, pero ya es tarde, se alejó de sus amigos, tratando de evitar malos entendidos, porque personas chismosas hay en cualquier lado, solo vivía para trabajar y esperar la llamada, el email o la visita de su amado. Hoy cuando él se va definitivamente, no tiene un hombro donde llorar, nadie cerca que la consuele y lamentablemente, el trabajo no consuela un despecho.

 Ahogada en llanto, tratando de tomarse un respiro que le permitiera asimilar lo que estaba viviendo y apartar de su mente los pensamientos tristes que la sobrecogían, abrió la ventana del chat y encontró conectado a su amigo el escritor, ese ser con quien había compartido de manera virtual desde hacía mucho tiempo y había visto físicamente pocas veces, circunstancia que nunca fue un problema para ser buenos amigos.

—Hola

—Hola Margarita, ¿cómo estás?

—Bien Néstor, ¿y tú?

—Trabajando —quince minutos después—. ¿Margarita, estás en la montaña? ¿Cuándo te casas?

—No… terminé con José, eso se acabó.

—Tranquila amiga, todo pasa.

Al cabo de un rato Néstor llamó a Margarita a su celular, en ese momento sus palabras fueron realmente consoladoras. Pasaron varios días, Margarita siguió su rutina, hasta que ese viernes casi al anochecer se encontraron otra vez en el chat.

—Hola amiga.

—Hola Néstor.

—Hoy es viernes. Te invito a un trago.

—No, mejor una cerveza.

—Vale, cerveza, pero no una, dos.

—Que sean tres.

—Nos vemos en el bar del Sol.

—En una hora y media nos vemos.

Margarita apagó la computadora y fue a darse un baño con agua de girasoles, se puso un vestido negro y tacones rojos. Llegó puntual al bar y en la barra estaba Néstor, ese fue el inicio de una noche fantástica, hablaron de lo divino y lo humano, excepto de José y su cruel partida, entre copa y copa salieron a relucir cosas de la vida de ambos, la música y el trago hicieron lo suyo, mientras bailaban.

—No sé bailar Margarita.

—¿Y me lo dices después de la sexta canción? La verdad, yo tampoco sé.

—Ese vestido te queda precioso… ¡Me parece increíble que una mujer hermosa como tú, se ruborice así por un cumplido¡

Margarita sabía que el vestido le quedaba hermoso, sabía también que no era Miss Universo, pero tenía la certeza de ser una mujer bonita, sin embargo, no estaba acostumbrada a que se lo dijeran, porque normalmente la gente prefiere halagar su inteligencia. En ese momento, no se sentía abrumada por el cumplido, sino por los recuerdos y no pudo evitar ser presa de un pensamiento que salió casi como un sollozo: ¡A él le fascinaba verme vestida así!

—¿Qué me decías?

—Me siento cansada.

De lo único que ella estaba segura era de su deseo de exorcizar ese fantasma. Sentados nuevamente en la barra, los ojos de él se perdieron en los de ella y sus manos se entrelazaron, Ella temblaba y a él el corazón le latía demasiado rápido, mientras sus labios se acercaban.

—¿Me llevas a la casa?

—Todavía es temprano

—Son las dos de la mañana, me siento agotada.

—Vamos

Durante el recorrido ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Ella miraba por la ventanilla las luces que iluminaban las calles solitarias,  él la atisbaba de reojo y trataba de concentrarse mientras conducía. En la mañana siguiente se sorprendió al encontrar en la almohada una rosa blanca y una nota que decía “gracias por una noche inolvidablemente especial”

1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (1 votos, promedio: 5,00 de 5)
Cargando...

11 comentarios en «Una de esas historias sin sentido que no van a ninguna parte»

  1. Mi querida Irene, un relato que evidencia realidades de muchas personas que se aferran a una relación y dejan amistades y familiares de lado y hacen que su mundo gire al rededor de esa persona y precisamente cuando esa persona decide alejarse , sienten que su mundo se les derriba y ni un hombro para llorar…. me gustó
    Un abrazo.

  2. Muy buena historia, siempre la lejanía aleja corazones y el trabajo nos atrapa la existencia y nos hace olvidar que tenemos que vivir y suspirar que la vida es un complemento de cosas pequeñas, gracias poeta por compartir tus letras

  3. Irene, me encantó, jaja, me hiciste sentir como si de verdad lo estuviera viviendo.
    Es importantísimo que el escritor atrape a su lector y que, además, le haga vibrar con la trama. Agradezco y aprecio que nos regales tu narrativa.
    Felicitaciones.
    Saludos hasta Montería.

Responder a Nidia CavadíaCancelar respuesta