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EL ÚLTIMO KUSINA

Juan Manuel Gómez

Mientras mirabas la fogata, en medio de un mar de soledad, recordaste las noches que compartías con tu abuelo Amasira, quien era el líder de los cazadores. Ustedes se reunían alrededor del fuego a esperar que estuviera cocida la carne de cualquier vaca, chivo u oveja, animales que cazaban cuando venían en rebaños a pastar en su territorio. Asesinaban al que cuidaba el ganado y lo tomaban como cualquier reptil o paloma que acostumbraban comer en los cerros.

El origen de la desgracia para la gente tuya fue el hecho de que el ganado muerto era de nosotros, los pastores. Vivíamos en las sabanas y considerábamos a estos animales como moneda en nuestra economía. Tu viejo no desaprovechaba cualquier oportunidad y les daba muerte a medida que se adentraban en los cerros.

Ustedes eran desconfiados y se comportaban como la fauna del lugar inhóspito donde habían vivido porque no tenían una visión como personas, solo alimentarse y en las horas oscuras recordar los pormenores de lo que hicieron mientras estaban bajo la luz de Ka’i y luego esperar que saliera otra vez después que le diera paso a Kashi, amo del ciclo femenino.

Seguías pensando en esas noches, aun después de comer, mientras preparabas tu enramada para descansar. Mañana sería otro día de caza. Vivías en los alrededores del cerro de Siyamana, cuya cumbre era el cementerio donde reposaban los restos del abuelo y demás miembros de la familia, muertos por nosotros durante una guerra hace muchas lluvias. Dejaban a los difuntos en las cimas sin ninguna ceremonia especial.

Tu territorio hacía parte de un conjunto de cerros llamado Kusina, nombre que le dimos. Habitaban a la intemperie en ese lugar. El abuelo te contaba en las noches de los fogones que cazadores y pastores fuimos un solo pueblo organizado en ei’ruku, pero ustedes se separaron.

Al acomodarte en el mesón con varas atravesadas que usabas para dormir, imaginabas cómo fueron los hechos de un pasado no tan lejano: El pequeño grupo de tus antepasados, no pudo acostumbrarse a usar las cosas nuevas de los alijuna, personas que llegaron en barcos a través de los dominios de Palaa y trajeron animales desconocidos en esa época, armas más letales que en vez de disparar flechas disparaban fuego, telas para hacer ropa, elementos de cocina como platos, tenedores y pocillos, además de muchas cosas. Tus ancestros despreciaron esas cosas porque querían seguir cazando y viviendo al aire libre. Así surgieron ustedes, los cazadores kusina que siempre andaban desnudos; y nosotros, los pastores wayuu, dueños de grandes cantidades de animales que cuidábamos en corrales, armados con escopetas y mujeres luciendo hermosas mantas.   

El frío hace que te abrigues más con las pieles que llevas puestas mientras te acomodas los cueros de iguana que te has colocado en las muñecas, estás en la hora más oscura de la noche. La muerte de muchos de nuestros animales provocó un conflicto sangriento, nos hartamos de los hurtos y decidimos atacarlos. Estábamos mejor preparados por las armas de fuego y los caballos que nos permitían movernos en el terreno de batalla. La lucha fue desigual para ustedes porque solo andaban a pie y usaban flechas envenenadas. Nuestras balas eliminaron a muchos cazadores en cuestión de minutos.

En uno de los combates que se dio tras una emboscada, murió tu abuelo Amasira. Le cortamos las orejas para llevárselas como trofeo a los alijuna, quienes también estaban cansados del hurto de animales y ofrecían recompensa por el viejo.

Fuiste testigo del exterminio de tu familia y el único sobreviviente libre de esa catástrofe. Te refugiaste en los alrededores del cerro de Siyamana mientras que los pocos miembros del ei’ruku, tomados como prisioneros de guerra, fueron vendidos como esclavos a los alijuna, quienes se los llevaron a tierras lejanas de las que nunca volverían.

Al amanecer, vestido con tus cueros de venado, sales hacia la cumbre del cerro para visitar los restos de tus familiares, ya solo quedan unas calaveras, les susurra unas palabras y te dispones a cazar en los alrededores. La presa es cualquier animal silvestre que encuentres o como en la noche anterior algún ganado extraviado nuestro.

Pero sientes nuestra presencia. Estamos acercándonos hacia tu posición, tal vez es demasiado tarde para darte cuenta que se trataba de una trampa con la intención de averiguar donde te mantenías oculto y así cobrarte las cabras que has estado robándonos.

No tienes otra opción que enfrentarnos y nos esperas, dispuesto a combatir, armado con flechas, pero no sabes que a último momento cambiamos de opinión y hemos decidido perdonarte la vida, admiramos el orgullo y la dignidad que has demostrado al no intentar huir. Observo el collar que llevas puesto, está hecho de dientes de animales a diferencia del mío que es de piedras preciosas.

Así que preferimos dejarte sufrir con la soledad. No pastorearemos el ganado en esos cerros. Te mantendremos vivo y aún después que te mueras de viejo, te vamos a recordar en la memoria de los jayeechi de nuestros ancianos como el último kusina.


 

Glosario

Alijuna: Persona no wayuu.

Ei’ruku: Conjunto matrilineal de familias.

Jayeechi: Canto wayuu.

Ka’i: Sol.

Kashi: Luna.

Kusina: Pueblo indígena que tenía asentamiento en el norte del departamento de La Guajira (Colombia). Era un segmento wayuu de cazadores.

Wayuu: Pueblo indígena que tiene asentamiento en el departamento de La Guajira (Colombia) y en el estado Zulia (Venezuela).

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6 comentarios en «El último kusina»

  1. Admiro su talento para, plasmar la oralidad ancestral de manera escrita.
    Deseo que su memoria y sus ganas por mantener viva su cultura sea inagotable.
    ¡Felicitaciones, escritor!

Responder a Felix ramirezCancelar respuesta