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FACUNDO Y RUBINA

Alicia López

Solo la piedra de amolar podía dar fe y testimonio de los pensamientos de Facundo.

—Rubina, alístame la ropa, la capa impermeable, la lámpara de batería, los cigarrillos, ah, y no te olvides de mis fieles compañeras, las que me libran de todo mal.

—¿Quiénes? —preguntó Rubina.

—Ombe, la estampita de la Virgen del Carmen que me da protección divina, y mi rula por si encuentro alguna culebra mapaná rabo seco en mi camino… pa’ mochale la cabeza.

Esas eran las peticiones de Facundo a su amada Rubina. Fueron transcurriendo las cosas en forma tranquila, excepto cuando le tocaba viajar por el mar. Facundo era comerciante, vendía y compraba pescado en los islotes cercanos. Él, con su compañero el zorra, su socio, eran los capitanes de la embarcación. El zorra era de estatura pequeña y una delgadez singular que lo hacía moverse con rapidez y destreza.

Facundo siempre partía por las noches en la compañía del zorra, en ese trayecto hablaban de sus aventuras en el océano, de los sustos que habían pasado por las tempestades mar adentro y hasta ficcionaban con encontrarse unas cuantas pacas de cocaína de algún narco que, para protegerlas de los guardacostas en un momento de persecución, las hubiese arrojado al mar, pero a Facundo lo que más le gustaba era pensar en su amada Rubina.

A tempranas horas de la mañana llegaban con las primeras claras del sol, el pueblo estaba atento a su retorno para comprarles sus productos, era un trueque afortunado para ambas partes. Facundo necesitaba el caracol, pescado salado y seco al sol y los isleños el plátano, ñame y demás comestibles que les era imposible cultivar en esas islas pequeñas por la salinidad de sus suelos y además solo tenían poco espacio para hacerlo.

De su negocio sacaba buenos dividendos. En los días que no estaba con Rubina anhelaba sus brazos, su cuerpo de diosa, sus labios carnosos y suaves. Para él ella se había convertido en el vino que lo embriagaba. Ella tenía la piel de ébano, una altura de 1.75 metros, caderas anchas, glúteos prominentes que al caminar se movían de una forma insinuante, voluptuosos senos se apreciaban como dos montañas gemelas que a simple vista provocaban suspiros hasta al más retraído de los hombres, y para complementar ese espectro de cualidades tenía ese picante característico que tienen las mujeres de tierras de raíces afros. Con su cabello pegado al cráneo, su dentadura blanca como el marfil, ojos grandes de mirada gitana, estaba colmada de una sensualidad demoníaca que destilaba por sus poros. Era su diamante preciado, la que le sabía dar ese gustico que ninguna otra y con una maestría sin igual en cada uno de sus movimientos cadenciosos que le arrancaba gemidos de lo más profundo sumiéndolo en un agonizante y enardecido placer que lo invadía de ansías por ejecutar la danza del amor una y otra vez durante toda la noche. El olor de su cuerpo lo llevaba impregnado en su mente, ese recuerdo era el viento que lo impulsaba a seguir a mar abierto.

A esa despampanante mujer la veían pasearse por las polvorientas calles del pueblo sus turbantes coloridos para protegerse del sol, pero lo único de lo cual no podía resguardarse era de las lenguas viperinas de los habitantes del territorio, quienes la miraban y señalaban a sus espaldas.

—Mira ahí va. No me quiero imaginar cuando el marido se dé cuenta de lo que está haciendo.

—Sí, sí es verdad, porque entre cielo y tierra no hay nada oculto… ni amor que no se note. Qué ingrata, nunca le ha faltado nada, ni amor, respeto, ropa, eso es un hecho sin lugar a dudas ¿y entonces por qué? —se preguntaba el pueblo.

Facundo era un hombre apuesto. Con Rubina representaban dignamente la estirpe mestiza de América. Con sus 1.85 metros de estatura, cuerpo atlético esculpido por las labores del campo y la pesca, pelo liso castaño a la altura de sus hombros, a ese semental lo vestía una piel canela rojiza que para ella era un deleite rozarse. Tenía ojos sus redondos y grandes color miel, encendidos por el éxtasis. Su boca estaba proporcionada al conjunto de su marco facial: era un elixir de pasión.

Con todo ese cúmulo de virtudes, antes de conocer a su amada Rubina era un Casanova, pero luego fue absolutamente todo para él. Siempre lo veían afilando su rula de gavilán colorao con la paciencia y tranquilidad que lo caracterizaba.

Mientras tanto, Rubina se entregaba a plenitud y sin remordimiento alguno a Joaquín, capataz de una de las fincas plataneras de esa región.

Ya se estaba acercando el 29 de junio día de las fiestas patronales, Facundo viajaba y Rubina continuaba con sus incidencias amorosas. Cierta tarde aprovechando la ausencia de Facundo, la vieron pasar contoneándose. No se miraron como de costumbre porque el pueblo entero estaba engalanándose para lucir sus mejores vestidos. Ella aprovechó la distracción de la gente y se fue a entregarle su amor a Joaquín. Acto seguido se desencadenó un ritual donde la liviandad fue la protagonista. El calor que emanaba de su centro como volcán en proceso de erupción enloquecían a su apasionado cómplice del apetecible pecado. Apenas comenzaban su faena cuando de repente apareció Facundo que como un rayo mortal separó de un tajo la cabeza de Rubina del tentador templo de sensaciones. La rula que muchos veían acariciar de cacha a punta, le dio el valor de acabar con la vida de su amada.

Mientras que el cuerpo de Rubina convulsionaba en el suelo tendido, la cabeza daba giros con una sonrisa macabra en su rostro. Joaquín no se quedó a ver la escena cuando Facundo picoteaba el estuche producto de miradas morbosas a la lasciva Rubina.  Facundo persiguió al amante, pero este lo esperaba con su escopeta la cual descargó en legítima defensa. Facundo agónico mordió la hierba del suelo por el impacto de la bala, pero le dolió aún más la impotencia por no terminar de cobrar la ofensa recibida.

Fue un día de mucho dolor y tristeza para el pueblo y sus alrededores. El día del sepelio todo se tornó gris con el último adiós que se le dio a la pareja: Facundo delante y Rubina atrás. Juntos partieron a su última morada. En el epitafio del esposo traicionado resaltaba en letras grandes y en alto relieve: “El hombre es guapo hasta que el cobarde se decide».

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Revisión: Joel Peñuela

4 comentarios en «Facundo y Rubina»

  1. Majestuosa manera de narrar, felicitaciones Alicia, Dios bendiga todos tus talentos. Me encantó esa pluma maravillosa de narrar un hecho trágico pasional.

Responder a Yedenira CidCancelar respuesta