A Marisela Escobedo
Somos tus ojos hoy, más vivos que nunca.
Eres inquebrantable voz exigiendo justicia
que aún sacude el silencio de la impunidad.
Espíritu indomable que se niega a abandonar
nuestros cuerpos lacerados por la violencia.
Zapatos polvorientos al andar por el escabroso
sendero de la búsqueda de la igualdad.
Nuestros corazones son pedazos del tuyo,
destrozado por el mazo implacable de la injusticia y el dolor.
Latidos, ecos en nuestros cuerpos reclamando vida,
gritando que la muerte, no siempre es el destino final.
Fuiste para el gobierno minúscula piedra en el zapato,
espina en la mano, grano de arena en el ojo que,
sin necesidad de empuñar un arma,
encolerizó al putrefacto y castrado Goliat.
Nos legaste el camino del amor incondicional,
la voluntad férrea, la esperanza y la fe irrompible,
pasiones del alma que ni la bala de odio que calló tu grito,
pudo asesinar.
Tus tres muertes nos enseñan que la vida
no solo se vive una vez; se muere cuando se deja de luchar,
de soñar, de creer, de vivir, de amar.
Y, aunque hoy no estés aquí, tu semilla sembrada
con lágrimas de impotencia ante el asesinato cobarde de tu hija,
con mayor fuerza florece hoy en nuestros corazones.
Hoy tus ojos viven más que nunca.
Son faros en nuestra oscuridad,
estrellas en el firmamento de la brutalidad y la misoginia;
pequeños cocuyos en nuestro aún oscuro
e incomprendido clamor.
Fuiste piedra de San pedro sobre la que día con día
las mujeres colocamos una piedra intentando crecer,
porque nos enseñaste que aún entre la mierda,
se puede florecer.
Gracias por este emotivo poema, María! Esta historia tan conmovedora se me había escapado.
Alzar la voz por las innumerables Mariselas de cuya existencia ni siquiera tenemos constancia es cuanto menos un acto de rebeldía, un grito de desgarro para que no volvamos a perder la memoria de lo trascendental.
Mientras leía esta dolorosa historia pensaba en las semillas. Las únicas semientes de las que brota vida son aquellas que mueren para germinar y dar a luz a tallos nuevos con nudos de las que emergen las verdes hojas nuevas formando un bello encañado coronados por frutos abundantes y deseados, granos de distintos tipos y variedades de las que solo aquellos que den su vida brotarán nuevos cereales. Saber que su sacrificio no se queda evaporado en la nada, es un consuelo.
Tus palabras son directas y se clavan con fuerza y decisión. La mención que haces de personajes bíblicos como Goliat (sí será forzudo, putrefacto y castrado, pero nos queda la esperanza que David aparecerá para asestarle de una vez el golpe mortal al filisteo matón. Lo único que queda por conseguir es despertar al David que está en las manos y corazones del pueblo entero para acabar de una vez con la tiranía impuesta y sordomuda para el llanto de la gente de la calle) o la piedra angular de San Pedro (sí siempre hay una primera vez alguien cuya fe es tan inabarcable que se convierten en la roca dura capaz de soportar el peso enorme e inaguantable para el resto).
Las menciones a la naturaleza y especialmente la mención del cocuyo, una especie endémica de Hispanoamérica, embellece tu poema y le otorga fuerza. Me imagino a Marisela luchando en una oscuridad inquebrantable (con todo lo que simboliza esto, el desinterés, el miedo, la injusticia, la falta de apoyo, los mensajes amenazantes, etc.) y sin embargo, iluminando la misma oscuridad con dos luces encendidos e indoblegables resplandecientes en sus ojos, luz que encontraba salida también en letras y palabras fundidos en un mensaje único de disipar de una vez la negrura de la oscuridad y dejar que el cuento de la vida termine bien de una vez.
Un saludo cordial