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QUINIENTAS PALABRAS

Anushka Tereshkova

«Quinientas palabras por noche para matar el insomnio, aunque parecen muchas son pocas», dijo mi maestro. Pocas para el tiempo que paso extrañándote, recordando cuando consideraba un triunfo cada uno de mis pasos porque me acercaba a ti. Saber qué hacías, qué te gustaba, qué soñabas… todo era hermoso, aunque pequeño era un botín que yo creía ganar.

Un buen día lo rifé todo en un puñado de palabras. Mi conquista se desvaneció como la niebla después de los rayos del sol.

Quinientas palabras para mejorar mi escritura. «Mejor aún durante la noche cuando el ego está cansado y es fácil derrotarlo», dijo el maestro. Sonreí mientras lo escuchaba ¿Qué clase de ego es quien siempre maldice todo cuanto soy, yo y siempre yo…?

Quinientas palabras sea como sea para escribir mañana cosas coherentes y dignas de ser leídas, pero solo sé escribir tu nombre. Tu nombre comienza y termina con la esperanza de encontrar algún día un mensaje tuyo mostrando tu ausencia como una pesadilla pero que estás allí como siempre para mí.

Quinientas palabras a mano, o en el ordenador, o en las paredes, o en el techo, o en el cielo estrellado, o en las ramas de los árboles que bailan y se retuercen en la oscuridad de la noche y se reflejan en la pared de mi cuarto para decirme que estoy tan sola como la luna y tan fría como la brisa al pasar por las rendijas de mi ventana.

«La escritura es un espejo, refleja quienes somos, qué sentimos…», dijo el maestro, porque somos ego, y somos ego, porque vivimos con nosotros, nos conocemos… y siempre estamos pendientes de nosotros y de ninguno más.

Dejemos un rato ese ego, un ratito, pensemos en qué queremos decir, en las historias que queremos contar… y ya no escuché nada… La voz se fue alejando lentamente y el vídeo fue avanzando hasta apagarse.

«Quiero contar mi historia», me dije. Lo siento por el ego, pero quiero sacármela de dentro, quiero vomitar y evitar romper mis entrañas y quedar desnutrida, sin fuerzas para ver llegar el alba.

Con ganas de dormir un día entero, después de un largo insomnio, después de una eterna vigilia me fui adentrando en los sonidos de la noche: en cantos de ranas y de grillos; en un aullido mío o de algún perro… ese otro que lo retuitea. 

No puedo parar de escribir y ya me pasé de las quinientas palabras… Estoy muriendo, lo sé, pero también estoy resucitando. Las palabras siempre fueron mis aliadas. Un escudo ante mis dolores asesinos; mis desesperanzas agudas, mis tortuosas y penetrantes melancolías.

Esas quinientas palabras se formaron como soldados y pusieron cara de perro; se enfrentaron a la vergüenza y dijeron a voz en cuello: «¡Por aquí no pasarás!». Y así fue. Otra vez me protegieron y cuidaron, me acunaron hasta quedar profundamente dormida.

La brisa de la noche me acarició la cara y las ramas siguieron bailando su danza silenciosa. El maestro tenía razón: «Quizás lo que ustedes escriban los emocione porque lo escribieron inspirados. A ustedes los emocionó». No importa, a mí me sirvieron las palabras, para no morir, me sellaron el dolor de al menos una noche y eso cuenta maestro, eso me empuja a seguir escribiendo mañana otras quinientas palabras para no morir.

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Revisión: Joel Peñuela Quintero

1 comentario en «Quinientas palabras»

  1. Anushka querida, gracias por plasmar esa importancia que las palabras tienen para algunas de nosotras, nos salvan de la agonía.
    Un abrazo desde México ?

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