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EL VIAJE

Anushka Tereskova

Para los niños todos los días son «Hoy”. ¿Cómo lo sé? porque mi madre me decía, de pequeña, que saldríamos de viaje cuando yo le preguntara y ella me contestara “Hoy». A los diez años de aquellos tiempos un viaje era un gran acontecimiento; había que preparar maletas, comidas, y todo tipo de elementos indispensables para una odisea, casi comparable con una gran batalla. Una adrenalina burbujeante presidia al gran acontecimiento y uno esperaba que al fin fuera el dichosos “hoy».

Los viajes de mi infancia eran en un tren que llegaba a la estación, la última del país. Mi padre hacia los tramites en la ventanilla donde un señor serio y bigotudo sellaba unos papeles amarillos, después de largas explicaciones donde mi padre cambiaba la expresión cada cinco segundos, hasta que sacaba un billete de un color extraño que jamás veía y el empleado accedía a entregarle los boletos. De grande supe que los vagones iban atiborrados y se sobrevendían los pasajes, por lo tanto, mi padre pagaba un plus para que le dieran los boletos que el Estado Nacional le brindaba una vez al año y los ferrocarrileros sobrevendían a los pasajeros que pagaban directamente con dinero, no con papeles como mi padre.

Éramos seis hijos y mis padres. Ocho boletos que no querían entregar de buenas a primeras, así que, mi padre pagaba para que le concedieran lo que por derecho le correspondía. El trayecto duraba tres días, que se partían en dos en la capital del país, donde la operación se repetía: El empleado, mi padre y los boletos amarillos. Yo me preocupaba porque en la gran ciudad éramos unos desconocidos y los trenes eran más raros, largos y de a montones. Una vez arriba del tren, algunos íbamos a un camarote con mi madre y otros con mi padre. Era más ventajoso ir con mi madre porque ella llevaba la canasta con la comida, mi padre por su parte solía comprar algunas golosinas o bebidas y leía los carteles con los nombres de las ciudades e inventaba historias de cada pueblo donde supuestamente él había estado y todos lo conocían, donde algunas calles y plazas llevaban su nombre y toda la gente esperaba que regresaba a vivir para que pudiera atenderles sus dolencias.

Luego supe que mi padre solo inventaba todas estas cosas para que el viaje se hiciera más corto y entretenido. El final del viaje era en una ciudad de agua muy salada que nos estropeaba el estómago, con temperaturas altísimas y unos parientes que no conocíamos ni queríamos, solo nos miraban como sorprendidos y poco a poco nos iban aceptando hasta acostumbrarnos y acostumbrarse. Para esto ya era hora de partir y se repetía todo en otro lugar, tal vez un campo, tal vez una quinta, tal vez un tío con almacén de vituallas y golosinas que robábamos por la noche.

Recuerdo primas cariñosas que me regalaban sus joyas y me peinaban incansablemente los risos rubios que ellas encontraban novedoso. Todos mis primos eran de piel oscura y cabellos negros, trabajaban y regresaban al medio día cansados y sonrientes. Sus juegos eran diferentes a los nuestros. Pelaban las naranjas sin cuchillo con la velocidad del rayo, hacían trompos con limones verdes, cargaban vueltos pesados en sus cabezas y armaban figurillas de barro. Andaban a caballo, alimentaban a unos toros gigantes y se bañaban en un pequeño río donde también jugaban y reían, siempre estaban riendo, con unos dientes relucientes como estrellas. Mis primas querían dormir conmigo, se turnaban para estar cerca siquiera y me daban las naranjas peladas. Mis primos me traían presentes al regreso del trabajo, eran unos niños, a los que nunca más volví a ver.

La última vez que fuimos, mi madre dejó nuestras maletas como obsequio y se despidió de mi abuela con un abrazo largo y silencioso, como el que le di yo a ella hace poco, porque tal vez sea la última vez…

Pasó un año, luego dos y después dejé de contar y de preguntar por «el viaje”. Mi padre dijo que ya no habría trenes, que dejaron de llegar a la última estación del país y… nos quedamos solos, allá en el fin de todos los destinos, donde la maquina gemía, los vagones se atiborraban de gente y uno podría ir a conocer a sus primos y tíos que al principio te miraban con extrañase y al final se despedían con lágrimas en sus almas.

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2 comentarios en «El viaje»

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