Escuchar los gritos de su esposa por los dolores del parto lo había puesto nervioso por lo que puso a caminar en círculos como un loco alrededor del rancho de yotojolo y barro donde tenía lugar el nacimiento de su primer hijo. Cerca de allí, en la enramada, estaban los familiares de la mujer, incluido el pütchipü’üi, un tío de ella, quien era la autoridad moral de los Wayuu y lucía un atuendo con mantón, sombrero, gafas y bastón, al mirarlo recuerda el día en que se comprometió con la sobrina de ese hombre cuando se reunió con su familia. Aquella mañana soleada, propia de estas pampas, tuvo que convencerlo sobre las buenas intenciones con la muchacha y logró su consentimiento afirmando que él era un hombre trabajador, sobrio y solidario, el tipo de yerno que desean los padres para sus princesas en estos reinos de matorrales desérticos.
Miró que en la enramada también se encontraba la suegra, vestida con una manta elegante y una pañoleta que cubría su no muy poca cabellera, una mujer bastante seria y silenciosa que no sonreía en ningún momento, ni siquiera el día en que le envió como muestra de agradecimiento y reconocimiento varias cabras de su rebaño. Esa tarde en que le llevó los obsequios, respondió su saludo asintiendo con el mentón y señándole con la mano el sitio donde estaba el corral, fabricado con cardones y troncos de trupillo, para que guardara las cabras junto con los demás animales. Ese regalo inicial fue el primer acuerdo al que llegó con el pütchipü’üi y lo hizo considerando a la familia de su mujer. Así fue como él pudo lograr ser parte de ellos.
Además del pütchipü’üi y la suegra, hacían presencia sus cuñados y tíos políticos, estos hombres a diferencia de la matrona si les gustaba reírse de sus historias graciosas, ellos fueron los más abiertos con él y estuvieron puntuales en el momento en que entregó el segundo regalo acordado, y que se repartieron entre ellos. Cabras, vacas, ovejas, caballos, mulas y collares de piedras fueron compartidos entre la parentela política. Todos esos animales y objetos fueron exigidos por el pütchipü’üi el día del compromiso y en un tiempo que pidió la familia del hombre, esta pudo recogerlos entre parientes y amigos.
Él sabe que la familia política deberá corresponderse mutuamente con el mismo gesto cuando se presente cualquier situación sin importar que no sean matrimonios. Así son las normas entre los Wayuu. El pájaro Utta, quien fue el primer pütchipü’üi, decidió en el principio de los tiempos que las uniones entre hombres y mujeres se arreglaran así por respeto a estas últimas, quienes trasmiten con su sangre los linajes de generación en generación.
El mismo día de la donación, que en lengua wayuu es llamada Pa´aünaa, su mujer se fue con él, se llevó algunos animales que los tíos les regalaron para que ambos tuvieran mayor compromiso en mantener el bienestar del nuevo hogar, además la suegra le dio entre lágrimas a su hija elementos de cocina y los chinchorros que esta elaboró cuando vivió su ritual del encierro, para que entendieran la nueva vida que tendrían de ahora en adelante. En esa mañana las familias de ambos compartieron comidas y bebidas hasta saciarse, se repartió tragos de ishiruuna a todos los presentes, hubo danzas de la Yonna, fue una gran celebración que evocó ese momento importante de la historia cuando al principio de los tiempos la gran lluvia Juya y la madre tierra Mma se unieron para dar origen a los Wayuu. Las parentelas se quedaron departiendo hasta muy entrada la noche.
Todos los animales y los collares que recogió y entregó iban ligados a un compromiso de fidelidad, si ella algún día le llegaba a fallar debía devolverlo todo, pero él confió en ella, sabía que era una mujer integra y que sería una gran madre para sus futuros hijos.
Justo en el instante en que terminaba de recordar los detalles de su matrimonio, la partera se le acerca para decirle que su esposa dio a luz una niña, eso lo tranquiliza más, él sabe que la noticia le alegra mucho a la suegra, los tíos y los cuñados porque así el linaje de ellos se mantiene. Sin embargo, la mirada seria que logra detectar al pütchipü’üi a través de sus gafas, le recuerda algo enseguida: que debe hacer otro regalo de animales a la familia, esta vez por la sangre que ella derramó en el nacimiento de la niña.
Hermosa narración