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ED Y EL ÁNFORA DESPERDICIADA

Anushka Tereshkova

Después de aquel desengaño amoroso con la hija de los García Narambuena, fui descubriendo más recovecos donde suele anidar el amor, donde solemos querer y creer que encontraremos las mismas emociones perdidas y, sin proponérmelo, un día hallé a la persona más parecida a mí que pueda existir en este mundo, la más preciada reliquia que todos quisiéramos rescatar del fondo del mar para atesorar hasta el fin de nuestro tiempo.

Los mismos defectos, las mismas ansiedades, los mismos deseos, las mismas canciones, las mismas películas, las mismas dicciones, las mismas tristezas y las alegrías. Posiblemente soñábamos los mismos pecados y las mismas travesuras. Seguramente la intensidad de nuestro deseo mutuo y callado eran directamente proporcionales a nuestra desesperada y contradictoria necesidad de no habernos conocido nunca.

Internamente quería encontrar algo que difiriera en nosotros para tener la excusa de no depender tanto. Quería no sufrir agónicamente la enfermedad de necesitar la comunicación diaria, constante y esperada de las noches, el mediodía y las horas que cada uno creía horas muertas, para poder darle rienda suelta a nuestras divagaciones interminables.

Parecía que nunca se acabarían los temas a discutir, parecía que todo el infinito abría más y más ante nosotros un abanico de situaciones, ideas y aprendizajes para que tengamos más y más puntos de afinidad para ir tejiendo una relación larga y duradera.

Tenía la belleza intacta de Aretha, la sabiduría de Renata, el ímpetu de la juventud de Macarena. Era el refugio de las mujeres de un día, el desasosiego de los amores inconclusos, la certidumbre de una madre que nunca se marcha, la solemnidad de una maestra, el sinsabor de un último bocado de pastel, la agónica luz de una vela que se apaga, el esfuerzo de una hora más de trabajo, la luminosidad del mediodía y la tristeza de los andenes vacíos.

Era todo, aún seguirá siéndolo para quién tenga la suerte de dormir a su lado…

Habría funcionado si hubiera habido amor, quiero creer, pero no hubo. Hubo solo la necesidad de vernos en un estanque cristalino.

Éramos incapaces de soltar todo un pasado, todas las certezas, toda la solemnidad de principios obsoletos ya caducos y seguir vanagloriándonos por lo obediente, honesto y abnegado de nuestro proceder. Y la vida, que no espera, nos terminó empañando el espejo, hasta perdernos…

Nuestras siluetas llorosas y desaliñadas por el esfuerzo de dejarnos, flotaron hasta perderse en el lapislázuli de la noche cercana, sin Luna, sin estrellas y una brisa entumecedora, que no nos dejaba disfrutar de la, otrora, posible razón que una vez nos llevara a estar juntos, que a cualquiera le hubieran alcanzado tres veces para ser felices.

Nosotros… Nosotros estábamos más allá de lo convencional.

El amor no siempre es lo que se cree que es. No es amor hacia otro, es amor hacia uno mismo, que se opaca o se desdibuja en el preciso instante en que nos vemos descubiertos amándonos a nosotros mismos.

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1 comentario en «Ed y el ánfora desperdiciada»

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