Simaluuna Palaa
Cuando el apalaanchi estaba en el mundo de Lapü, ella le envolvía la humanidad con sus cabellos y lo besaba por todo el cuerpo.
Cuando el apalaanchi estaba en el mundo de Lapü, ella le envolvía la humanidad con sus cabellos y lo besaba por todo el cuerpo.
La soledad del viejo es tan diferente, está tan llena de capítulos, de prefacios, de epílogos y de notas al pie. Es un enorme caudal de fotografías en blanco y negro, de colores vivos y de colores borrosos o grises indefinidos.
Se perdió cuando su boca era la invitación al pecado no el dulce sabor de los enamorados. Se perdió cuando su cuerpo era solo sexo no el refugio cuando estabas cansado.
Me gustas despierta, con los ojos azules bordados en el rostro y tu boca entreabierta y esa palidez de lienzo que espera pinceladas comienzo con el rojo, y termino con el alba. El rubor que cubre tus mejillas cuando te digo que te amo y te susurro en el oído una balada.
Admirar tu vientre de tupida sombra… Solidaria tú eres, ¡oh, silenciosa! Y tus dones ¡que embriagan más que pétalos de rosa!
Quizás ha llegado el turno de los que hicieron cola pero al final no alcanzaron panes. Quizás haya llegado el turno de los «oscuros», de los olvidados, de los que se lanzan al vacío y sus caídas no parecen tener fin.
El grito vuelve a la garganta y la lanza en la celda petrifica el alma,
dos rosas blancas se estrechan en un abrazo llaves y pestillos el sello. En la vena está el gesto escotado el momento oscuro que dura mucho tiempo algunas barcazas varadas de mujeres testigos de geografías desnudas.
Así en México, entre sombras y colores, se teje la trama de eternos amores. El Día de Muertos, tradición sin par, donde la muerte es vida, y nunca dejará de brillar.
Y corríamos contra el viento, desobedeciendo al tiempo sin pensar en el después, el presente era lo nuestro. Días fríos y soleados, noches eternas de viento, nieve impoluta en la calle, nieve borrando el sendero, esperando la silueta, de quien prometió el regreso como potros desbocados a darnos amor y sosiego.
Julio la había conocido en un bar gay. Se consumieron con los ojos aquella noche de octubre. Llovía. Reconocieron, casi de inmediato, que se necesitaban.