El mosquito singular
Era tanta su admiración por la sabiduría de ellos que pidió al mesero le permitiera colocarse el delantal y llevar el servicio a estos eruditos, así los escuchaba, los observaba y se preparaba para mejorar su escritura.
Era tanta su admiración por la sabiduría de ellos que pidió al mesero le permitiera colocarse el delantal y llevar el servicio a estos eruditos, así los escuchaba, los observaba y se preparaba para mejorar su escritura.
El recinto estalló en una gran carcajada que tardó en apaciguarse y, cuando se calmaron, volvió a estallar y así, por tres veces consecutivas dejando a la mitad del alumnado con dolor de estómago y al resto con la mandíbula dislocada…
Carmiña tenía la esperanza que el amor de su Don Juan Nicolás, un empresario panameño de quien había quedado enamorada, podría una vez más rendirse a sus brazos.
Los perros me persiguen, imagino su aliento cerca de mis piernas. Lo oigo y sin dejar de correr miro hacia atrás, Jaime con su escopeta de cartuchos grita que me detenga.
La oscuridad envolvía su mundo, como una niebla densa que no permitía ver más allá de la tristeza. Karina, una mujer de 35 años, se encontraba sola, sumida en la depresión que la había consumido desde la pérdida de su esposo.
Este océano, con sus olas envolventes, nunca dejó de amar, ni siquiera por un segundo. Bajo el brillante espectáculo de la Aurora Boreal, el cielo se complementaba con este magnífico océano.
De suerte tiene un techo en una vieja estación de servicio tirada al costado de una ruta en ruinas, esas que conectaban un pueblo con otro. Estos también desaparecieron, más bien, se evaporaron, convirtiendo a la ruta en un cadáver de serpiente reseca bajo el sol gigante y rojo del ocaso de los planetas.
Cuando Abelardo Izquierdo tomó el balón entre sus manos se acordó de su Gran Madre, la Sierra Nevada. Hacia allá iba a mandar el balón que rompería las manos del portero rival y la red del arco.
Paso caminando entre las cáscaras del edificio. Es un día hermoso, iluminado y árido de julio. Por suerte, pude entrar a la ciudad sin que me vieran.
Una camioneta desvencijada recorría las callecitas de tierra y un altavoz anunciaba la llegada del parque de diversiones, cada tanto soltaba un puñado de boletos, porque para iniciar sus actuaciones querían reunir a la mayor cantidad de visitantes.