Es que a veces me siento como un águila sin alas
Cruzo la calle apretando mis puños mientras que mis labios bostezan una palabra maloliente. Dos buses que galopan preñados de ciudadanos imperturbables se atraviesan en mi destino.
Cruzo la calle apretando mis puños mientras que mis labios bostezan una palabra maloliente. Dos buses que galopan preñados de ciudadanos imperturbables se atraviesan en mi destino.
Ahora su oído izquierdo apenas captaba el rumor exterior, zumbidos suaves, murmullos entreverados,
como agua corriendo por las rocas.
Mis frágiles dedos, igual que tentáculos, transportaban cada palabra, cada idea. Uno a uno los signos de puntuación eran armados por mí como si fueran parte de un rompecabezas.
En un oscuro rincón estaba él, un sombrero de alas anchas descansaba sobre su cabeza, tomó el último trago de la cerveza ya caliente por el hervor y la tirantez del momento…
La crema es rica, en una época la tomaba mucho, pero estoy de acuerdo en que a la larga es mejor un buen café con leche. Pero ya no tomo casi nunca ni café con crema ni café con leche ni café con azúcar ni café con panela. Café solo, por favor.
Puedo decir, a boca llena, que mi defunción habría hasta enorgullecido a mis compatriotas, ya que de seguro hubiera ocupado uno de los diez primeros lugares en una prestigiosa lista, nada menos que la de Mil maneras de morir, y convertirme así en el primer colombiano en estar allí.
La verdad es que el camión se parqueo frente a la plaza y dos fornidos ayudantes empezaron a bajar varios ataúdes y los fueron colocando en estricto orden en el atrio de la iglesia, los que habían madrugado se percataron de la extraña presencia…
A nadie en la familia agarró por sorpresa que nuestro padre tuviera una novia de tales características, dado que nunca le faltaron féminas a su lado a pesar de que ya sobrepasaba los cuarenta y que ser agraciado no era su mayor virtud
Rosaura iba y venía de Bogotá, allá estudió siempre. Sus vacaciones eran de su casa a la finca de sus padres y de allí a sus estudios. Ella, al contrario de Maté, nunca había recorrido las calles de su pueblo y aunque tan pequeño no lo conocía, no conocía a sus gentes, no sabía de sus problemas ni necesidades y había en el pueblo personas que no sabían quién era ella.
El anciano le permitió la entrada y se sentaron frente a frente en el comedor de la casa. Se miraron midiendo sus distancias. El visitante observó el lúgubre aire que los rodeaba, y le dio escalofríos tanto vacío.