El ritual de las arenas del tiempo
El anciano le permitió la entrada y se sentaron frente a frente en el comedor de la casa. Se miraron midiendo sus distancias. El visitante observó el lúgubre aire que los rodeaba, y le dio escalofríos tanto vacío.
El anciano le permitió la entrada y se sentaron frente a frente en el comedor de la casa. Se miraron midiendo sus distancias. El visitante observó el lúgubre aire que los rodeaba, y le dio escalofríos tanto vacío.
Tomando café se reprochan entre ustedes el descuido, se dicen que deben echarse agua o hacer lo que sea para no quedarse pegados a la hamaca, que tiempo tendrán para descansar cuando se mueran como lo hacemos nosotros, sus antepasados.
Miro a Manuel sin hablar. No sé qué decir. No me lo esperaba. Era exactamente lo que quería después de tantos años juntos, después de haber hecho del avión nuestra casa. Roma-Madrid-Roma, el trayecto más recorrido de los últimos nueve años.
Ella era una hermosa joven del ei’ruku Pushaina que vio por primera vez la luz en estas pampas tropicales, donde creció jugando con sus wayuunkera a las orillas de la laguna donde las criadas lavaban la ropa y los animales saciaban su sed.
Así apareció Zeus a la entrada del banco vendiendo chance, vestido con una camisa blanca casi rota y unos pantalones ajustados con una cabuya de hamaca; Afrodita estaba embarazada de Hércules, pedía dinero en los semáforos con cuatro niños pegados a su falda…
A la estancia del finado Aldemar ella entraba colgada de su mano. Él, ansioso se zambulliría en su pelo tupido de monte y de hiervas que ella también recogía para vender.
Allí lo activó de nuevo. Al alba el ruido pareció multiplicarse y las casas aledañas sufrieron el embate de su retumbo. Sobra decir que la insultada y cachetada que le propinó su mujer no disminuyeron en nada su engreimiento.
Ranjan no podía apartar de su mente la noticia de la trágica violación de ayer en su barrio. El agresor mató a la chica. ¡Cómo es posible que la gente sea tan despiadada! Ranjan no pudo relajarse en absoluto, y no se atrevió a participar en el cotilleo habitual con sus amigos aquella tarde.
Abelardo era un muchacho delgado, con acento tolimense, hijo de don Humberto que se dedicaba al cultivo de sorgo y algodón, andaba siempre en una bicicleta, a veces participaba corriendo alguna carrera ciclística.
Tejo en horquillas rojas un recuerdo retorcido que reemplaza al llanto caminan a mi vera los fantasmas se recuestan en la almohada una lágrima negra agita los lienzos….