Saltar al contenido

Cuento

Dimensión espejo

Preocupada, empezó a observar a sus compañeras de estudio que tenían la misma o aproximada edad. ¡No puede ser!, ¡ellas ya están completas! ¿Qué me pasa? Llegó a casa se miró en el espejo y gritó: ¡Este espejo no sirve! ¡Este espejo no sirve!

Aleluya

La tarde de un viernes de agosto de 1958, dejamos colgadas las batas de trabajo y olvidamos los implementos de ciencia para abrirnos paso en la noche de la ciudad. Unos cuantos tragos fueron suficientes para liberarnos de la rigidez.

La proletaria

Pero también cuentan que su ego y mal humor fueron creciendo y se volvieron parte de su personalidad, lo que le daba un aspecto marchito a su rosto, quitándole la posibilidad, entre otras cosas, de encontrar una pareja permanente.

Atraco

El barbado iba a hablar, pero Joaquín no le dio tiempo: se abalanzó sobre él con evidentes muestras de querer golpearlo. No tuvo más que entregar la cartera, cambió de mano el celular y huyó despavorido.

Aquel sol oscuro

Los guiaste al cementerio de tus propios vecinos, los del linaje Epinayu, aquellos que golpeamos duro en los caminos y que descendemos del venado. Como wayuu olvidaste que estos lugares son sagrados para nosotros porque son las escrituras del territorio…

La otra María

María Gertrudis se hizo célebre a los treinta años cuando resistió valientemente la arremetida efectuada por Julio Pérez, un terrateniente que tenía la malévola intensión de arrancarles como fuese sus tierras y así poder agrandar sus dominios en esa región.

Habitación blanca

Solo quedó un colchón blanco en medio de la alcoba. Las paredes seguían siendo beige, como lo dispuso la señora, pero en el desenfreno de su desquicia y en la lucha que encarnaba su conciencia con ese lado oscuro que ningún hombre, por muy imbécil que parezca, pretendiera visitar, había logrado conservar el colchón por no aceptar nunca la tradición aborigen de dormir en el suelo.

La masacre de La Esperanza

Dentro del cuarto la situación no podía ser peor, la mayoría prefería
taparse los oídos tratando de eludir cada gemido emitido. Sus encharcados ojos eran la prueba incuestionable del reconcomio que
produce la incapacidad de auxilio y su inevitable final.