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Cuento

Majayüt de oro

Ella era una hermosa joven del ei’ruku Pushaina que vio por primera vez la luz en estas pampas tropicales, donde creció jugando con sus wayuunkera a las orillas de la laguna donde las criadas lavaban la ropa y los animales saciaban su sed.

Los dioses urbanos

Así apareció Zeus a la entrada del banco vendiendo chance, vestido con una camisa blanca casi rota y unos pantalones ajustados con una cabuya de hamaca; Afrodita estaba embarazada de Hércules, pedía dinero en los semáforos con cuatro niños pegados a su falda…

Vendrá tal como es

A la estancia del finado Aldemar ella entraba colgada de su mano. Él, ansioso se zambulliría en su pelo tupido de monte y de hiervas que ella también recogía para vender.

El despertador

Allí lo activó de nuevo. Al alba el ruido pareció multiplicarse y las casas aledañas sufrieron el embate de su retumbo. Sobra decir que la insultada y cachetada que le propinó su mujer no disminuyeron en nada su engreimiento.

Poesía de pinceles y lienzos

Ranjan no podía apartar de su mente la noticia de la trágica violación de ayer en su barrio. El agresor mató a la chica. ¡Cómo es posible que la gente sea tan despiadada! Ranjan no pudo relajarse en absoluto, y no se atrevió a participar en el cotilleo habitual con sus amigos aquella tarde.

La extraña

Abelardo era un muchacho delgado, con acento tolimense, hijo de don Humberto que se dedicaba al cultivo de sorgo y algodón, andaba siempre en una bicicleta, a veces participaba corriendo alguna carrera ciclística.

El viaje

Tejo en horquillas rojas un recuerdo retorcido que reemplaza al llanto caminan a mi vera los fantasmas se recuestan en la almohada una lágrima negra agita los lienzos….

Dimensión espejo

Preocupada, empezó a observar a sus compañeras de estudio que tenían la misma o aproximada edad. ¡No puede ser!, ¡ellas ya están completas! ¿Qué me pasa? Llegó a casa se miró en el espejo y gritó: ¡Este espejo no sirve! ¡Este espejo no sirve!

Aleluya

La tarde de un viernes de agosto de 1958, dejamos colgadas las batas de trabajo y olvidamos los implementos de ciencia para abrirnos paso en la noche de la ciudad. Unos cuantos tragos fueron suficientes para liberarnos de la rigidez.

Atraco

El barbado iba a hablar, pero Joaquín no le dio tiempo: se abalanzó sobre él con evidentes muestras de querer golpearlo. No tuvo más que entregar la cartera, cambió de mano el celular y huyó despavorido.