Todo en la nada
Sorbo tras sorbo paladeaban mieles de infinito amor, no disminuía el contenido de cada copa a pesar de la avidez con que labios impetuosos en vano trataban de sofocar incandescentes pavesas avivadas con amorosos susurros.
Sorbo tras sorbo paladeaban mieles de infinito amor, no disminuía el contenido de cada copa a pesar de la avidez con que labios impetuosos en vano trataban de sofocar incandescentes pavesas avivadas con amorosos susurros.
Se perdió cuando su boca era la invitación al pecado no el dulce sabor de los enamorados. Se perdió cuando su cuerpo era solo sexo no el refugio cuando estabas cansado.
Me gustas despierta, con los ojos azules bordados en el rostro y tu boca entreabierta y esa palidez de lienzo que espera pinceladas comienzo con el rojo, y termino con el alba. El rubor que cubre tus mejillas cuando te digo que te amo y te susurro en el oído una balada.
Admirar tu vientre de tupida sombra… Solidaria tú eres, ¡oh, silenciosa! Y tus dones ¡que embriagan más que pétalos de rosa!
Quizás ha llegado el turno de los que hicieron cola pero al final no alcanzaron panes. Quizás haya llegado el turno de los «oscuros», de los olvidados, de los que se lanzan al vacío y sus caídas no parecen tener fin.
El grito vuelve a la garganta y la lanza en la celda petrifica el alma,
dos rosas blancas se estrechan en un abrazo llaves y pestillos el sello. En la vena está el gesto escotado el momento oscuro que dura mucho tiempo algunas barcazas varadas de mujeres testigos de geografías desnudas.
Así en México, entre sombras y colores, se teje la trama de eternos amores. El Día de Muertos, tradición sin par, donde la muerte es vida, y nunca dejará de brillar.
Y corríamos contra el viento, desobedeciendo al tiempo sin pensar en el después, el presente era lo nuestro. Días fríos y soleados, noches eternas de viento, nieve impoluta en la calle, nieve borrando el sendero, esperando la silueta, de quien prometió el regreso como potros desbocados a darnos amor y sosiego.
El dolor que no se puede contener habla, cuenta de este mar que fue
un barco que se hundía, que lanzaba geografías, ovillándose en la abismada «pulcritud» de cuerpos mutilados.
Hay trenes que no van a ninguna parte, pero en ellos es posible encontrar el verdadero camino, almas, miradas que dicen todo,
conexiones que trascienden al tiempo, a los idiomas, y al espacio.