Mi querida Pola
Nos revelamos contra el sistema, pero entre nosotras mismas lanzamos injurias, muchas veces a la espalda porque no tenemos el coraje de decir las cosas de frente.
Nos revelamos contra el sistema, pero entre nosotras mismas lanzamos injurias, muchas veces a la espalda porque no tenemos el coraje de decir las cosas de frente.
Necesito un pañuelo, esta niebla que obnubila el papel son mis lágrimas. Y no quiero llorar. Ya he llorado demasiado en estos años.
El cielo era su tierra y la tierra su suplicio. Miraba a la bóveda celeste como el sediento ansia el agua. Cielo de color azul profundo y nítido sin ninguna mancha gris, tiempo despejado, anaranjado de luz tenue al anochecer, una importante tormenta se avecinaba.
Mordiéndose los labios tenía la impresión que las pretendidas princesas extendían las manitos para consolarla. Pero no. Su llanto, silencioso y doliente, no iba a producir milagro alguno.
Convertía las tareas habituales en exclusivas y protocolares, ejemplo de ello, cuando rasuraba sus mejillas y bigote, pedía a uno de sus hijos: «¡Tráigame los implementos con los que se afeita un hombre!».
Farid de hecho siempre la escogía a ella independientemente de si jugaban a “Polis y cacos”, al “Balón prisionero”, al “Pilla Pilla” o como en este caso a la “Zapatilla por detrás”. A Aina le tocaba correr siempre, tanto si debía escapar de él como si pretendía atraparle.
Fue en uno de mis viajes que la conocí, no era como las que habitualmente conocemos al final de una noche mientras tomamos un buen whisky en el bar de un hotel o en el aeropuerto a punto de embarcar…
Por su rojo brillante, el espécimen que compré era un macho, las hembras eran de color rojo pálido, sus variados silbidos o cantos emitidos desde lo más alto de los árboles anunciaban la llegada de nuestro Padre Juya para bendecirnos después del período de sequía
En una de sus habituales caminatas lo encontré la tarde de un lunes. Afanado como siempre. Miré fijamente su cara vieja y arrugada resultado del trabajo duro y el correr de los años. Estreché su mano con gran firmeza y cariño.
Mi hermano y yo vivimos como pocos la dicha de ser jóvenes e indocumentados. Éramos cuestionadores, odiábamos el establecimiento y desaforados al momento de hacer pilatunas.