Ahora que tengo tiempo de ver los colores que un día sembré y, desde la oscuridad que ahora me sumerge pero no me ahoga, puedo sentir los temblores debajo de mis pies, la vibración de los seres que me rodean, como si algunos caminaran con la furia del arado que abre la tierra dejando surcos en este mundo; otros que se mueven con la gracia de un pétalo viajando en la brisa y tocando la tierra con la suavidad de una caricia; otros quedan tan quietos en su lugar, que las partículas de rocío se acumulan en las puntas de sus dedos y caen a la tierra.
Se cuelan entre las pequeñas piedras y la tierra misma hasta formar diminutos caminos que aparentan las venas que sangran y forman ríos en los surcos de los que pasan por esa vida, desgarrando la tierra. Los que viajan en la brisa caen y son arrastrados por los rápidos de la corriente. Algunos quedan atrapados para bien o mal en las grietas donde dan vida a otras flores.
Que con sus hojas atrapan los rayos de sol que calientan el agua y la esparcen como diminutas gotas en la misma brisa que los ayudó a llegar allí. Se cierra el círculo que vibra y hace temblar el piso como los latidos de un corazón. Si me preguntan cuál soy yo, no lo sé.
Tus letras me han llevado a evocar las texturas y los aromas de la tierra, el agua… El modo de transmitir estas sensaciones es realmente hermoso.