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Entre Medardo Pacheco y Prudencio Aguilar

INTERFERENCIA WAYUU, REALIDAD Y FICCIÓN EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Ángel Roys Mejía

En el traspatio de la casa de Aracataca habitaba otro mundo que le comunicaba a Gabito en su infancia una realidad mágica y fantástica que develaba sueños, transmitía una botánica con curas para los males del alma y del cuerpo e interpretaba la lluvia y los fenómenos naturales desde una mitología antigua a partir de su primer contacto con una lengua distinta.

Los muertos que hablan y los sueños que visitan sustanciaron el imaginario del nobel colombiano. Ese otro mundo de los Wayuu instalado como una ranchería dentro de la casa de los abuelos maternos, constituye una especie de leitmotiv en Cien Años de Soledad. Este universo determinador de su pacto literario con el realismo mágico le compite a la influencia del fantasmagórico mundo que le aportó la lectura de Pedro Páramo de Juan Rulfo.

 «Pero si la infancia de García Márquez fue una «estación prodigiosa» es por que en la casa de Aracataca su crianza estuvo rodeada de lenguajes de variada cepa. La fratría del novelista no se redujo a la ascendencia familiar del lado de la madre sino que fue más amplia; no creció rodeado de un lenguaje sino de dos: al intercambio «lenguajero» de la parte de la fratría que habla español como lengua materna y enraíza el tronco principal de su memoria cultural en occidente se suma el de la servidumbre amerindia que estuvo desde siempre en la casa: los Wayúu …» Moreno Blanco (2002).

Los Wayuu de La Guajira, que conforman la mayor población indígena del país, pertenecen al vasto grupo lingüístico arawak originado hace unos 3.000 años en la profunda cuenca amazónica, cerca del Río Grande, según la versión oficial, la etnográfica y antropológica; pero para el saber de los ancianos sentados junto al fogón, se cuece en cada llamarada una tesis protectora de su origen territorial, en el sentido de afirmar que ellos habitan esta tierra desde su mito fundacional en la unión de Mma, la tierra y Juyá, el que llueve.

«En la vida espiritual de la comunidad se hace uso especial del sueño como fórmula especial de establecer contacto con el mundo de los antepasados, desde el cual se recrea el fundamento de vida espiritual y mitológica del ser Wayuu. Mediante el fenómeno del sueño se integra el mundo de los vivos y la experiencia espiritual de los ancestros, quienes se manifiestan a través de revelaciones que ocurren durante el acto de dormir. Desde luego se considera que el espíritu de los familiares muertos permanece en contacto con el mundo de los vivos» (Junta mayor autónoma de Palabreros, 2009).

En este mismo sentido Michel Perrin llama “mundo-otro” a esta manifestación espiritual de la etnia y lo precisa en los siguientes términos: «Las culturas que obedecen a estas lógicas han supuesto posible una comunicación de doble sentido entre este mundo y el mundo otro, el cual se comunica indirectamente con el primero mediante lenguajes especiales, como aquellos de las adivinaciones o del sueño que anuncian diagnósticos u oráculos.» (Perrin, 1992: 102)

  

Honor y venganzas

 La historia de La Guajira, plagada de conflictos interclaniles, de hechos de sangre llevados hasta las últimas consecuencias por generaciones y narrados en la literatura regional y nacional por Laura Restrepo en Leopardos al Sol, o en la Noche de las Luciérnagas de Cervantes Ángulo o en tonos más locales en Turbión de Nelson Amaya y Los Dolores de una Raza de Antonio J. López, recrean historias de honor y venganza. Como el rastro que le sigue Prudencio Aguilar a José Arcadio después de la muerte a través de los sueños, la misma persecución del fantasma de Medardo Pacheco al coronel Nicolas Ricardo Márquez Mejía después de que este lo matara en Barrancas.

Este desafío motivado por una afrenta al honor tuvo similares móviles como se hace evidente en este paralelo del Prudencio Aguilar de la ficción y el Medardo Pacheco Romero de la realidad. Prudencio Aguilar cuestionó la hombría de José Arcadio en una riña de gallos y Medardo Pacheco, instigado por su propia madre, le reclamó al coronel Nicolás Márquez una burla a su honra en una parranda. Sonsacado por su madre, se vio obligado a desafiar de palabra al que había sido su superior en la Guerra de los Mil Días.

Un solo disparo se sintió la mañana de la octava de la Virgen del Pilar en Barrancas el 19 de octubre de 1908 y pese a la muerte de su oponente, esta también fue una batalla perdida para el coronel, al tener que abandonarlo todo, que en los códigos de la guerra para los guajiros, también es una forma de perder. «Acabo de matar a Medardo Pacheco y si resucita, lo vuelvo a matar», sentenció soberbio Nicolás Márquez a su compadre Lorenzo Solano Gómez antes de entregarse a las autoridades.

En la novela de su nieto “resucitó” tantas veces que lo liberaba de la locura de la peste de insomnio amarrado al castaño en el patio de la casa grande, pero ya no Medardo, era Prudencio Aguilar. Alma en pena atravesada por una lanza en la garganta.

El siguiente es el fragmento de Cien años de Soledad que narra el episodio de Prudencio Aguilar:

«De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle. 

-Te felicito -gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer. 

José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. «Vuelvo en seguida», dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar: 

-Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar. 

Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta.»

Queda en el relato escondido del lector, en el punto ciego de su propia perspectiva y en sus interpretaciones determinar si el cuerpo de Prudencio Aguilar cayó boca abajo, si lo recogieron las mujeres, si los varones de su casa pasaron por encima de él clamando venganza, si el cadaver fue acomodado en el ataúd de espaldas, si le introdujeron animales o armas, en fin, si los ritos fúnebres del sincretismo guajiro y las creencias sobre manifestaciones del rencor y la retaliación, acompañaron el peregrinar de Prudencio Aguilar en el mundo de las sombras.

«…Prudencio Aguilar había terminado por querer al peor de sus enemigos. Tenía mucho tiempo de estar buscándolo. Les preguntaba por él a los muertos de Riohacha, a los muertos que llegaban Del Valle de Upar, a los que llegaban de la Ciénaga, y nadie le daba razón, porque Macondo fue un pueblo desconocido para los muertos hasta que llegó Melquiades y lo señaló con un puntico negro en los abigarrados mapas de la muerte”.» “Cien Años de Soledad”.

 Las imágenes de aparición de personas muertas al lado de personas vivas es un tema muy frecuente en los relatos wayuu. El mundo natural queda interrumpido y el muerto ya no carece de vida sino que aparece como actor de ella y, más aún, actor de mucha importancia para los vivos. Un diálogo que pretende asumir compromisos y tareas inconclusas, que predice acontecimientos y previene fatalidades.

Michel Perrin citado por Juan Moreno Blanco comenta que los guajiros tienen una extraordinaria concepcion de la muerte (…) Han imaginado una suerte de ciclo vital que demuestra que morir no es inútil. Cuando uno muere va primero a Jepirra (lugar de residencia de los espectros de los muertos) …En esa tierra de muertos los wayuu se reencuentran bajo la forma de Yolujas. Sus almas los siguen pero vuelven al mundo en los sueños de los vivos a inquietarlos.

Tuvo seguramente García Márquez que convivir con los fantasmas del pasado de su abuelo, que interpretar las excesivas previsiones de seguridad en un pueblo tranquilo como Aracataca e intrigarse de susto con las supersticiones de la abuela y secretos del pasado. Los abuelos terminan prefiriendo al nieto que más los escuchaba y desde esa tierna edad el futuro hombre de letras construía el imaginario en el que posteriormente recrearía la prosa mágica, fantástica y franca de las entrañas del Caribe.

Los yolujas son las formas que toman los indios muertos al llegar a Jepirra. Son una segunda figuración del alma, o, según una fórmula indígena, «las almas de los indios muertos». Los guajiros afirman que éstos vuelven a la tierra en cortas visitas para acosar a los vivos. Rencorosos y puntillosos, son seres de mal augurio. (Perrin, 1976:167)

Por su parte, el otro personaje en tránsito por los linderos de la ficción-realidad es también descrito por la literatura criolla: José Prudencio Aguilar era un hombre de carácter fuerte, “de temple” como dicen en la región pero respetuoso de los demás. No era violento, ni altanero, ni grosero, ni sometía a humillaciones gratuitas a nadie, pero cuando su honor, el de un familiar o un amigo era puesto en juego, él mismo tomaba el papel de justiciero. Hay quienes aseguran que más de una venganza ejecutó con su propio revolver colt. (González Zubiría, 2005.).

En la realidad José Prudencio Aguilar Márquez, legendario pionero del contrabando criollo guajiro, hábil con las armas y temerario, le dio vida al Prudencio Aguilar de Cien Años de Soledad que no tuvo chance de defenderse. Partió al mundo de las sombras y su rencor lo mantuvo yendo y viniendo, pendiente de cobrar la sangre derramada en un antiquísimo código de compensación ideado desde su origen milenario por los Wayuu como medida de preservación tribal. En este mundo, el de Nicolas Márquez Iguaran, el fantasma que instigaba era el de Medardo Pacheco Romero, buscando saldar su deuda de sangre con el abuelo de Gabo y dispuesto a contrariarlo hasta su muerte o quizás para remendar una amistad rota por el honor.

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4 comentarios en «Interferencia Wayuu»

  1. Agradezco su lectura y sus comentarios. Este ensayo contiene apartes del sincretismo literario entre mito, cosmogonía, y realidad existente en la prosa garciamarquiana, nuestro nobel sobre el que se ha dicho mucho y se seguirá diciendo…

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