Se manifiesta que una de las grandes y extraordinarias creaciones humanas que permitió la transformación cultural del hombre y su entorno, es sin duda el lenguaje. Los estudios antropológicos y lingüísticos han permitido establecer que hace más de un millón de años, no es exacto, el Homo Erectus poseía un aparato fonador parecido al nuestro y que hace más de 100.000 años, el hombre de Neandertal ya tenía la capacidad de un incipiente lenguaje oral significativo. Luego vendría, cientos de siglos después, el lenguaje escrito, Mesopotamia. De aquí la idea que todo lo que se nombra existe, y lo que es nominado es significativo, apropiado, recrea la realidad y la transforma.
En adelante todo se bautiza. Eco hablaría de un ser sígnico, o el ser simbólico; el ser comunicativo, en otro sentido el hombre es palabra, el universo es lenguaje.
Otro tipo de intercambio y comunicación, sin duda es, el símbolo (lenguaje), como la manifestación visual de conceptos abstractos; el blanco, la paz; el negro, la muerte… y más aún, los íconos; la cruz rebota miles de significados y el verde (color y forma) la paz. En sí, todos los países y sociedades poseen una simbología que los identifica en sus valores e ideologías…
En esta constante de crear actos comunicativos, la epidemia del COVID 19, permite el aporte de un lenguaje que no se sustenta en el alfabeto, pues la pobreza de cierta forma amordaza, sino en su simbología, lo visual; el trapo rojo; es un signo o símbolo que nos permitió descubrir el estado de pobreza y miseria en el que viven miles de colombianos.
Si en un barrio marginal, en las puertas se ha ubicado una franela, o un “limpión” o un trozo de papel colorado, nos remite a entender que al interior del hogar, las familias carecen de todo medio de subsistencia; hay hambre, sobreviven niños, mujeres, ancianos humildes y hombres sin trabajo. El símbolo se ha trastocado, el rojo nombraba metafóricamente la heroicidad de nuestros mártires, ahora, el color significa, y es hecho palpable, oprobio, desigualdad, abandono estatal, desigualdad social, estratificación, y lo más probable, significa, algo que no se desea, la agonía de seres humanos que miran su fin no como producto de la infección del virus, sino por física hambre.
Pienso y denuncio a aquellos que por entorno se les encomienda dotar de un mercado adquirido con recursos públicos y no asumen su misión de solidaridad y filantropía y se apropian ilegalmente de esos dineros, a estos calaveras deberíamos colgarles en sus puertas y ventanas un trapo negro que dé a entender su complicidad, su deshonor, su tendencia al robo y cómo se conciertan para delinquir. A estos truhanes no les importa la vida del otro, del humilde.
Nos queda, creo, entender esos lenguajes, para, en un acto de rebeldía, cuando llegue el momento, castigarlos con el desprecio, o, desearles desde ya que se vayan al infierno, si éste existe.
Un poeta manifestó que “tras las cortinas acecha la muerte”, cierto, los nuevos héroes serán los abandonados por el estado que sobrevivan.