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FALSO POSITIVO

Jesús Armando Peña Coral

(Chucho Peña)

Antes de declinar el día, la escuálida figura de una niña, descansa en una maltratada banca de madera, en el parque de la ciudad. Lleva la cara sucia, el vestido maltrecho. Tenía la mirada atónita. Desenterró de su desteñida mochila, un viejo y zurcido papel que siempre entreveía en momentos difíciles; mientras que en el otro extremo del parque un anciano en su demencia, presumía de sus aventuras de guerra que nunca vivió.

Los pájaros y las hierbas pisoteadas trajeron a la memoria del infante el lugar donde vivió, una tierra vasta, llena de árboles cargados de frutas, de café. En verano solía jugar corriendo por las anchas praderas detrás de las mariposas y animales silvestres, en invierno hacía muñecos de barro, cuando caía granizo tendía una toalla para atraparlos y comerlos con limón y azúcar.

En noches de luna llena al calor de una vela, se sentaba en el corredor de la pequeña casa junto a su padre, que le contaba cuentos, leyendas de la región, que hablaban de fantasmas y seres mágicos que solo salían en las noches. Un día los pájaros fueron enmudecidos, su canto fue cambiado por el estridente tableteo de las metrallas. Humillaron las yerbas, derribaron las puertas, como perros rabiosos entraron en todas las casas, mataron todas las inocencias, quebraron los sueños, desmoronando toda la tranquilidad. Desde esa funesta noche, comenzaron aparecer los muertos bajo la oscuridad.

En cada amanecer había que contarse, para saber quién faltaba y buscar su cadáver; la vida en la región se volvió insoportable, los muchachos, como llamaban a los guerrilleros, defendían al pueblo; el ejército las instituciones de la patria. En un mes de agosto bajo esos fuertes vientos fríos, fue la batalla final; claro solo para los que lograron salir con vida de la región.

El ejército se enfrentó con los guerrilleros, el combate fue feroz y sangriento, persistió toda una noche, en medio estaban los civiles escondidos como conejos asustados debajo de las camas, de las sillas. Cuando el sol empezó a despuntar, los combatientes se retiraron cada uno con sus heridos y sus muertos. Solo dejaron los ciudadanos civiles, entre ellos la madre de la niña junto a su padre herido de muerte, agonizante la miró sin decir nada, sacó de su bolsillo una carta, se la entregó dando sus últimos suspiros, estrechando la mano de su esposa que murió antes que él.

La niña cogió una vieja mochila y salió del lugar; ocultándose entre los matorrales hasta llegar a la carretera más cercana, un chofer de camión la recogió, la trasladó a la ciudad, la niña mientras contaba los sucesos al desconocido limpiaba sus lágrimas y apretaba la misiva que el padre le dio antes de morir. Era un mapa mal dibujado de la ciudad, que la niña nunca pudo descifrar, en él se señalaba un lugar donde vivía un pariente de su madre, fue lo único que alcanzó a garabatear el padre de la niña antes que una bala atravesara su pecho.

El recuerdo fue interrumpido violentamente por la estridente sirena de una patrulla que se detuvo en el parque frente a la niña, unos uniformados descendieron de la patrulla; se acercaron a la niña que guardaba la carta afanosamente, le arrancaron violentamente la mochila, la revisaron minuciosamente, encontraron la hoja de papel arrugada, vieja y zurcida, se llevaron a la niña detenida por sospechosa.

Al día siguiente, en un prestigioso diario apareció la foto de la infante con una copia de la misiva que su progenitor le dio, resaltando el siguiente titular: “Niña terrorista perteneciente a la guerrilla fue detenida en pleno parque de la ciudad”. Más abajo recalcaba en letra más grande: “Las autoridades recalcan que se le encontró un mapa de la ciudad por lo que se deduce planeaba actos terroristas; por esta acertada acción serán premiados los agentes del orden”.

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