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SERENDIPIA NOCTAMBULAR

Gloria Judith López

TRANCE

Titila un lánguido resplandor de pabilo encerado al filo de la madrugada que implora el estallido de un amanecer.

Soñar, ha sido placentero, jugar entre la verdad y la envoltura de un almidonado papel blanquecino y glacial, que espera el confesar de tinta derramada en alegorías y sangrantes hipérboles, de un alma presa, cautiva, como un pichón en una jaula de huesos entretejidos con cadenas de penas y temor.

La noctámbula cicatriz de las horas que se han suicidado en el tic -tac del inquebrantable, indómito y justiciero verdugo, anida bajo mis pálpebras como designio de un insonoro lamento, cual cruz en los hombros de unos pies clavados en el fangoso y oscurecido olvido.
¡Oh, el soplo de Calíope no llegó!

Se ha detenido a columpiarse en las ondas de mi cabello y en su balanceo, se acerca hasta el abismal gemido de un verso que tiembla, herido, en mi mano petrificada por la urgencia de crear.
Ante la sal de mis pupilas,
se deshace el hechizo en la convulsión quieta de la noche,
que ha parido
un poema.

INTROSPECCIÓN

Voy en el vaivén de tus pestañas y
persigo la estela que despeinó las hojas de un hijo de Gaia,
a la orilla,
en el abismo de tu mirada.

Soy levedad que se balancea
con el grito de mi sangre y la savia recorriendo las lianas
como eco de un gemido.

Poseidón, sucumbe al arrullo de Morfeo, cobijado por un velo añil
que ha sido arrancado del pincel romántico.

Lo ignoto se transluce, se desvela,
ante el certero mirar de la matrona reina de la noche
y la comunión de mi cuerpo y el verbo.

Soy la metáfora del silencio entre claroscuro y el copular de Tánatos y Eros
pariendo estrellas
bajo el ojo de Selene.

SERENDIPIA NOCTAMBULAR


Sobre la crespa espina dorsal de la temblorosa noche
y amparados por el escariado alero de luna emergiendo con su regolito y sus mares,
se vislumbra la fémina silueta al sur,
vestida solo por su versar,
enrutada al plano cartesiano
en los brazos de su Adonis
quien la espera ardiente
para libar sus epifanías.


Atestiguar, puede la colina que leyó y vibró con el lenguaje de dos cuerpos fundidos en caderas,
ritmo, fulgor, vientre, creación, latidos, carne;
muerte vida y vida muerte
con un santiamén de vocablos
y cecografía en el bostezo de la madrugada.


Ha nacido el poema sonámbulo
y en su aletear de libélula tornasol
esparce vida con altivez
sobre las gotas de rocío,
los inconmensurables aromas y silbos del instante perenne y cíclico, del alba.

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