LAMENTO A SERANKUA
¡Ya quisiera que así fuera, el río en su desembocadura!
como una pluma de oro forjada en verde crisol,
allá arriba, en las alturas de nuestra Sierra Nevada,
moldeada con la maestría por las manos bienhechoras
del orífice ancestral que por siempre la ha poblado,
y que su ambiente ha respetado y en sus aguas ha mirado
muchos astros y luceros desde un lejano pasado,
para encomendar al mundo con sus piadosos ritos,
abluciones, oraciones, y sagrados pagamentos,
por la vida y por la gloria, por alimentos y paz.
Lo que fuera un río de mieles del cual saciaban la sed,
aves, peces y animales de la tierra y de los mares,
desde que el indulgente Serankua a nuestra raza dio vida
y complacido en su obra nos puso a vivir aquí.
Hoy han cambiado las cosas, ya no queda nada igual
pues, a su paso por la urbe, que ayer tuvimos por perla,
la más bella del caribe, la de los arreboles dorados,
que sin orden ni concierto aquel gentil español
a la usanza de su patria en sus riberas fundó.
Hoy, inexorablemente han pasado los tiempos.
Lo que fue ayer un áurea pluma, es un mancillado plumón,
que, aunque conserve el color, son detritos, son las heces
de una ciudad sin pudor que a las playas y corales
sepultó en un aluvión de inmundicias y miserias,
sin considerar siquiera, medidas de prevención.
¡Oh, mis dioses de la sierra! ¡Oh, guardianes de mi heredad!
¡Almas de toda bondad! Tu perdón y divina protección,
hoy de hinojos te suplico, y entre llantos yo te imploro
que la gente de esta tierra impía, ¡tome consciencia un día!