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VISTA Y TACTO

Cristina López Chadid

Puedo ver la energía de las personas, sus pesadas ganas de vivir recostado a la fe puesta en un egregor social atribuyéndole milagros sin darse cuenta que muchas veces son ellos mismos quienes hacen que ese acto suceda. Puedo ver que para esas personas es más fácil crear que creer en ellos mismos.

Hay otros que llevan un gran peso de familiares que hicieron tratados con energías desconocidas y vengativas, muchos inocentes cargan con los actos irresponsables de sus familiares. Puedo sentir a una esencia pura y sorprendería saber que no todos los niños la tienen. Veo la oscuridad de un alma que se dice llamar buena persona y siento como se me eriza la piel.

Cuando hablo con ciertas mujeres de mediana edad, puedo sentir que un aire invisible sopla mi oreja izquierda a la vez que el clima del lugar se torna denso.

Hay energías que no se dejan ver pero vaya que se hacen sentir, como la vez que fui a una casa totalmente cerrada sin ninguna entrada de aire y donde las cortinas no dejaban de moverse y escucharse el rechinar de puertas cerradas, y ni hablar de mi espalda erizada; no siempre que me erizo me da miedo pero en esta ocasión esta casa guardaba más que solo energías residuales, podía percibir el odio en el aire y sentía que estando allí me hacía más vieja, desde esa vez no fui a estudiar más a la casa de mi amiga.

He visto como curan animales engusanados sin medicamento alguno, solo colocando las manos y orando en voz baja donde puedo ver y sentir algo que no me gusta, el crecer de un remolino gris con rayas negras sanadoras. Cabe resaltar que no todas las sanaciones involucran las mismas energías.

Sin ver el rostro de las personas muchas veces sé que sienten, aunque estén lejos de mí, como cuando mi tío fue arrestado y sin saberlo lloré toda la noche por él o como cuando sentí muchas ganas de llorar repentinamente en el colegio para enterarme al llegar a casa que a mi abuela le había dado un infarto y eligió seguir con vida por suerte.

Detesto ciertas texturas en la piel, no soporto los abrazos aunque por dentro los anhele más que un niño a un dulce, cuando tengo ansiedad no tolero tener un cabello suelto que caiga en mis rostro o en mis hombros, y que puedo decir de esos días con ataque de pánico absorta en mi habitación donde mi piel se quema sin haber ningún calor externo.

Me duelen lo dedos de las manos pues ya no me quedan casi uñas para comer, aunque haya un calor exagerado no puedo evitar arroparme debo arroparme, trato de controlar mi Trastorno Obsesivo Compulsivo delante de todos, pero al llegar aquí a mi habitación ya puedo ser yo. Yaaaaaa basssstaaaa… ¡Yaaaa bastaaaa!  ¿Por qué eres asiiiii? Cálmate tonta, por cierto, hoy se volvieron a burlar de mis piernas flacas, por más que coma no engordo, y ni hablar de esos pies tan grandes, lo único bonito que tengo son mis ojos tristes y mi cabello mágico.

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6 comentarios en «Vista y tacto»

  1. Hola, Cristina, leí tu relato y me hiciste hacer un recorrido por la RAE y luego debí recurrir a algunos escritores venezolanos porque me sonó que «egregor» debía ser una palabra castiza venezolana, y no estaba equivocado. Fue Roberto Molinares quien me sacó del lodazal de mi ignorancia.

    Gracias por estar con nosotros.

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