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RESUELTO

Sebastián Orozco

 

El ajetreo que se vivía en el hospital central a eso de las ocho era tremendo; enfermeros y personal médico iban y venían presurosos por los pasillos, respondiendo como podían a los quejidos de los pacientes. La sala de urgencias estaba repleta de enfermos que, envueltos entre mantas esperaban a ser llamados entre delirios y temblores. En la portería los celadores estaban atentos a la llegada de la ambulancia no.344 que había sido enviada a la zona de tolerancia. Unos veinte minutos más tarde, un celador abría la puerta de madera que separa la sala de espera de la de urgencias para dar paso a dos paramédicos que arrastraban una camilla por el pasillo que conduce a la sala de reanimación. De los corredores salían auxiliares y enfermeras cargados de medicamentos para asistir al sujeto que habían traído de los suburbios.

De aquel hombre que inconsciente había ingresado poco se sabía, apenas lo que los ojos dejaban ver a simple vista: de mediana edad, de aspecto áspero y descuidado, con los cabellos alborotados y húmedos. Dos oficiales, Campos y Rodríguez habían llegado al hospital central a escasos minutos del ingreso del NN. Campos aguardaba en una de las sillas plásticas mientras Rodríguez entregaba la poca información que tenía. Transcurrida la noche, se supo, por cuenta de Claudia, la recepcionista, que el hombre había sido encontrado inconsciente en la bañera del motel. Al parecer, se había intentado ahogar, pero para su mala suerte, una de las señoras del servicio, pensando que la habitación ya debía estar vacía, lo había encontrado desnudo y sin aparentes signos vitales. Cuando la policía llegó al motel e inspeccionó en sus ropas no pudo encontrar ningún tipo de identificación, por lo que de inmediato se llevaron al administrador de lo que él llamaba hotel, quien había sido la persona que había hecho la llamada para reportar el hallazgo del desconocido. Ya en la comisaría, el administrador les había contado a los policías que el hombre le había ofrecido el doble para que lo dejaran entrar sin hacer ningún tipo de registro, y que él, aunque temeroso, había aceptado porque había pensado que “el suicida”, como ya algunos lo empezaban a llamar, había venido a fumar marihuana o a masturbarse. ¡Les sorprendería lo común que esto puede ser! “Contado por el mismísimo oficial Rodríguez” decía Claudia.

Transcurrida la media noche, el hombre que había sido encontrado en el motel y traído en la 344. había sido estabilizado y se había procedido a hacer un examen toxicológico para descartar la posibilidad de envenenamiento. En la sala de espera, los oficiales Campos y Rodríguez aguardaban a que el hombre abriera los ojos para obtener alguna información sobre su caso, mientras que, en la estación, un grupo de policías buscaba en los registros la forma de esclarecer su identidad, la cual continuaba siendo un misterio tras cuatro largas y tediosas horas sentados bebiendo café e intentando no sucumbir a las amabilidades de Claudia.

En la madrugada, habiendo hablado con el médico de turno y sabiendo de antemano que “el suicida” no despertaría por la medicación sino hasta la mañana del día que ya transcurría. Abandonaron el hospital. Conducía Campos, pues era más sereno y, además, la mayor parte del trabajo la había hecho Rodríguez: un asunto de camaradería.

⸺ Tiene uno que estar muy jodido para irse a un lugar de esos a intentar matarse, ¿no le parece, Campos? ⸺ Tiene, en serio uno que estar muy llevado para ir a ese antro y terminar en bola y rescatado por la señora que arregla los cuartos. ⸺rio⸺. ¿Se imagina la cara de la señora, Campos? ⸺. Campos sujetaba la Cabrilla y miraba al frente, siguiendo el rastro amarillento opaco que las luces de la patrulla dejaban. ⸺ Supongo que no puedo imaginármela… ⸺. Frente al edificio … Campos cedió el puesto del conductor a Rodríguez. ⸺Buena noche oficial Rodríguez. ⸺Descanse Campos; mañana nos toca dar con la identidad del “suicida.” La patrulla rugió y Rodríguez desapareció en lo que quedaba de madrugada.

II

El primer rastro de luz que dio en su rostro lo reconfortó de inmediato; aunque no había pegado el ojo, no podía seguir acostado, y aunque los ojos le ardían como un par de carboncillos por el insomnio, supo que debía abandonar la cama. Cuando la patrulla asomó la nariz al edificio… el oficial campos ya estaba afuera esperando.

⸺Buen día, Campos, ¿sí pudo dormir? ⸺ ¡Apenas llegué caí rendido!⸺ respondió el oficial Campos a pesar de que la cabeza le zumbaba como si tuviera una avioneta dentro. ⸺ ¿Y usted Rodríguez? ⸺  No mucho; cuando llegué… mi mujer y su cantaleta… usted sabe, que, porque llego tarde, que todo me toca a mí… que porque no llevo las llaves… ⸺¿Quiere que maneje? Con eso duerme un poco⸺. Ahorita, Campos.

Un sabor amargo invadió su boca y luego una babaza espesa salió de sus entrañas y se pegó en su mascarilla de oxígeno dejando un rastro verdoso. Se quitó la mascarilla para comprobar si aún respiraba (en efecto, estaba vivo) Sus pulmones y garganta ardían por el laringismo. Cuando sintió el valor de abrir los ojos y enfrentar la amarga realidad de haber sido sacado del agua sin su permiso, vio las cortinas manchadas y las baldosas extremadamente limpias. El olor a hipoclorito y naftalina le revolvieron la cabeza.  «¿Quién lo había sacado del agua?» pensó, «¿Quién había decidido por él y lo había sacado empeloto de la tina para que no muriera ahogado?»  «¿Quién se sentía con el derecho de decidir sobre su propia vida? » «¿Acaso no era suya?» ⸺Al parecer no si se desistía de ella en el cuarto de un Motel⸺. Trató de incorporarse de la cama, pero las fuerzas lo abandonaron, sepultándolo de nuevo allí, y como los ojos le ardían no pudo hacer otra cosa que cerrarlos y permanecer en silencio.

En la recepción, Claudia, con una sonrisa afable les indicó que el hombre se encontraba en el cubículo 13 y que este apenas había despertado. ⸺Mejor que hable de una buena vez el muy hijo de puta⸺. Bufó Rodríguez a Campos⸺ Si quiere yo entro y usted se queda acá, con eso puede dormir en una silla o tomarse un tinto. ⸺ Ni loco me perdería lo que este imbécil tiene que decir⸺. A zancadas atravesaron el largo tramo aséptico de cubículos. Fue Campos quien corrió la cortina para ver al hombre.

Cuando los dos oficiales entraron, uno pegado al lado del otro, el hombre, o los despojos que quedaban de él se las arreglaron para darles la espalda como un niño que quiere ignorar los regaños de sus padres.

⸺Me imagino que usted, ¡quien quiera sea! ya sabe por qué estamos aquí⸺. Inquirió Rodríguez, pero el hombre permaneció sumido en silencio. ⸺ ¿Sabe usted que por esto puede ir a la cárcel? ⸺. Pero el hombre siguió acurrucado, dándole la espalda a los dos oficiales. ⸺¿Por qué se ha querido matar? ¿acaso esconde algo? ⸺. Ametralló Rodríguez ⸺¡Oiga, imbécil no entiende que le estoy hablando!⸺ volvió a rugir Rodríguez, esta vez tomándolo del hombro. Campos interpuso su brazo entre el hombre y la furia de Rodríguez, quien ya tras varios intentos de hacer hablar al suicida no conseguía más que su propia exaltación. ⸺¡Bien pendeja la vieja esa! debió haberlo dejado ahogar. ⸺ Rodríguez Salió del cubículo azotando la cortina manchada.

⸺Señor, le pido escusas por la actitud de mi compañero; no ha tenido un buen día. He de suponer que usted tampoco. El hombre siguió en posición fetal ⸺. No hemos podido aún averiguar cómo se llama, pero supongo… que en estos momentos… eso poco importa… ¿verdad? ⸺  continuó Campos ⸺¿Podría decirme qué lo ha llevado a tomar esta decisión? ⸺. Pero el hombre continuó dándole la espalda al oficial Campos quien como un niño reclamaba con insistencia la atención del suicida⸺. ¡Lo único que quiero es ayudarlo! ⸺ Derrotado en su propósito, el oficial Campos dejó el cubículo.

 ⸺ Le pido que lo reconsidere, no quisiera volver a… valore su vida… ¡ámela!

El hombre desencajó con esfuerzo su cuerpo y se giró para ver por un instante el rostro del oficial Campos. De su garganta herida, una voz como de silbato dijo⸺ Amo enormemente la vida. Pero para gozar del espectáculo hay que ocupar una buena butaca. Y en la tierra la mayoría de las butacas son malas⸺. Tras esto volvió a recogerse como un capullo. 

La noche que precedió al encuentro con el suicida fue mucho peor para el oficial Campos; por más de que intentó alejar el rostro compungido de aquel hombre, con sus cabellos pegados y sus ojos cuencudos, este aparecía de improvisto aflorando en los recovecos de su memoria lo que él se obstinaba a olvidar, como si los recuerdos fueran una hoja mala de un escritor que sin el mayor reparo la arruga en sus manos y la arroja a la papelera. La vida marchita de aquel hombre, de innegable soledad y abandono, despertaba en él, una miseria absoluta, pues sentía que esa vida estaba siendo apretujada en las manos de un destino azaroso, casi resulta a ser escupida en la caneca de los desperdicios.

 

III

Dicen que lo más sensato que se le puede decir a un suicida es que intente dejarlo para más tarde, que lo posponga un poco más. La mañana siguiente y varias más, el oficial Campos asistió al hospital central con el noble propósito de visitar a aquel hombre que, en la intimidad del cubículo y la confidencia absoluta, encontró en el oficial Campos un pequeño alivio al sufrimiento que venía arrastrando solo, o al menos así lo había pensado el oficial Campos quien sagradamente iba en la mañana y a veces un rato en la tarde a visitarlo, eso sí, solo, sin el oficial Rodríguez.

Por supuesto que, en esa extraña relación entre los dos, Campos llegó a saber el nombre del suicida y hasta a conocer las razones que lo habían llevado a tomar aquella decisión. Lo cual no era lo mismo que comprender ¡esas razones! Lo único cierto de todo esto era que Campos, con cada una de sus visitas estaba creando un vínculo que luego le costaría romper.

Quizás, una de las mañanas más difíciles que tuvo que afrontar el oficial Campos fue el momento de la partida. Al llegar al hospital central y entrar al cubículo en donde se encontraba el suicida, solo encontró la colchoneta pelada y las cobijas enrolladas, listas para ser lavadas. Tras recorrerse todo el hospital sin dar con el suicida, volvió al cubículo 13 con la absurda idea de verle de nuevo en su cama. En su lugar encontró a una enfermera que le dijo que el hombre había expresado irse lo más pronto posible.

⸺Le dejó esto⸺ dijo la enfermera, extendiéndole una hoja de papel arrancada con brusquedad de una libreta.

No se quede con la amarga sensación de haber podido hacer más. Por mi parte he hecho lo necesario. A veces quisiera ser de los que dicen y luego se arrepienten, pero estoy seguro que este no es mi caso.  La enfermera se quedó viéndolo, resuelta a entender en el oficial Campos lo que la nota decía.

⸺Le agradezco, es usted muy amable⸺. Dijo Campos, cuidando el tono de su voz ⸺ ¿Sabe usted a dónde pudo haber ido?

⸺La verdad es que no…Pensé que usted podría saberlo ⸺dijo la enfermera, expectante a la respuesta del oficial Campos⸺. Aunque si gusta, puede ir a recepción, tal vez ellas lo sepan.

Esa tarde solo pudo pensar en aquellas palabras escritas con una caligrafía un tanto burda, posiblemente por el afán de escribir sin ser atrapado en la huida. De noche en su cama solo pudo hacer lo contrario a quedarse con la amarga sensación de haber hecho más, pues sentía haber hecho poco. Entrada la madrugada pudo conciliar el sueño, quedando en él la sensación estúpida de haber espantado aquel hombre con su excesiva amabilidad. La mañana siguiente cuando despertó, y las mañanas que le precedieron a esa, lo embargó la necesidad de saber la última vez que ese hombre había sido feliz, pues esa insatisfacción ajena repercutía en su felicidad propia.

Con el tiempo descubrió que todo, lo bueno y lo malo, dejan un vacío cuando se interrumpen. Si se trata de lo malo, el vacío va llenándose por sí solo mientras que el vacío de algo bueno solo puede llenarse descubriendo algo mejor. El dilema de todo esto era que el oficial Campos no había resuelto lo que ese hombre significaba en su vida. Con el tiempo también comprendió que del suicida no volvería a saber hasta que este así lo quisiera.

La tarde del domingo 1 de mayo, mientras la ciudad retornaba a la calma caótica que la caracteriza, una patrulla se dirigía a la 30-26 para atender el llamado de emergencia hecho a la estación. A paso lento la patrulla se abría paso con el sonar de la sirena y el titilar rojo-azul de la torreta que solo lograba colapsar los ya alterados nervios de los conductores, haciéndoles mover a un costado de la carretera. Cuando la patrulla llegó ya había oscurecido casi por completo. El conductor apeó frente a una cafetería dando un portazo al salir, movido por la cantidad de personas que obstruían la entrada del edificio. De la silla del copiloto, un hombre bajó tras el primero.

⸺¡O se quitan de una buena vez o me los llevo a todos por entorpecer el proceso!⸺ bufó el oficial. El gentío apenas retrocedió unos pasos para que los dos oficiales pudieran introducirse en el lugar. Adentro, un hombre llamado Sergio los condujo casi a tientas por el tramo de escaleras hasta el quinto piso, pues el edificio carecía de buena iluminación.

⸺Hasta aquí Sergio, del resto nos encargamos nosotros⸺. Dijo el primer oficial que no era otro más que Rodríguez⸺. ¡Mucho cuidado con lo que dice allá abajo! ⸺. Sentenció. ⸺ Le agradecemos su colaboración y llamado⸺. Añadió Campos. El hombre llamado Sergio se devolvió solo sin trastabillar por los pasillos. Entretanto, los oficiales se metían en un cuarto tan oscuro como las escaleras del edificio.

El cuartico del quinto piso era pequeño; con la poca luz que llegaba de la ventana se podían distinguir tres cosas: una cama en donde dormir, dos mesitas, una para la estufa eléctrica y otra que servía de comedor. Cuando el oficial Rodríguez pudo ubicar el switch de la luz, los dos oficiales vieron sobre la mesa una botella verde de Baygon y frente a esta, sentado, el cuerpo pálido y sin vida del suicida, tan tieso como un palo. Campos miró con acritud el cadáver que sujetaba entre sus dedos un vaso. Rodríguez quedó estupefacto al reconocerle.

El vaciado de la cotidianidad trae consigo la posibilidad de escuchar las voces que la rutina calla. Mientras Rodríguez pedía refuerzos por el radio y solicitaba la presencia del cuerpo técnico para hacer el levantamiento del suicida, Campos pensaba en su primer encuentro con el suicida; parecía que el tiempo no había pasado desde esa vez en el hospital central hasta ese momento en ese quinto piso, pues el resultado no era otro que la voluntad expresa de aquel hombre. Una absurda interrupción lo había puesto en medio de una decisión tomada, y él perdía de nuevo en su tarea de salvar a quien no se lo había pedido. Que tonto había sido al no haber visto que ese montón de pellejos y carne eran su sepultura, pues ese hombre hacía tiempo había muerto en vida.

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