Toña
Era una mujer menuda, delgada
con aspecto frágil, vestía de negro y morado.
Así la recuerdo, asomada en la puerta
bajo el sol fresco de las siete.
Toña vivía frente a mi casa y cuando necesitaba de las facultades
escriturales y lectoras de mis siete años
llegaba lentamente y le pedía a mi mamá
el favor de prestarme porque Trinidad le había enviado una carta.
Para ella y su hija era un tipo de confesor.
Nunca me dijo que no podía decir nada,
era un pacto entre los tres: el silencio de lo confesado
quedó en la remembranza del niño.
Me daba dos o tres pesos
todo dependía de lo que le enviaba la hija.
El encabezado era el mismo, lo sabía de memoria
solo cambiaban los acontecimientos
y la salud de los últimos días.
Recuerdo que nos sentábamos en una banca enterrada
cerca de una mesa junto al fogón,
volvía humo
la leña que Crespo,
su marido, cortaba todos los días
y vendía para los ingresos de la casa.
Ella tenía un murmullo por voz.
Preparaba un café muy claro para mi gusto,
lo tomaba con cierta desazón, por diplomacia,
su casa tenía un eterno y extraño olor a pescado
y lo percibía sin esfuerzo.
Ella tenía muchas nietas, unas eran de mi edad
otras eran mayores.
Martha era una de esas nietas, tenía unos ojos azules
embarcadores al infierno de los sueños,
con sus ojos me imaginé el mar.
A ella una vez le cayeron piojos y le raparon
su cabellera negra,
era extraño verla calva,
con una pañoleta para ocultar el oprobio.
Claudia otra de sus nietas era una princesita,
la mejor vestida, la citadina,
iba de visita para fin de año
y jugábamos a las escondidas
en la oscuridad de la noche.
Para una navidad
un volador, que es un artefacto explosivo que se usa en las fiestas,
al salir de la iglesia le explotó entre las piernas.
Fue una madrugada, un viernes, un año
que no recuerdo con claridad,
eran los ochenta, años de libertad y fiesta,
que luego se borraron y se olvidaron.
Crespo casi se muere de dolor.
Su mujer, su Toña
estaba muy mal en el centro de salud del pueblo,
tuvieron que trasladarla a la capital.
Después de unos meses
volvieron las cartas
volvieron las lecturas
volvió a enviar las cartas
volvió la escritura
volvieron los tres pesos
volvió el pacto.
Hasta que un día se acabaron las cartas:
Trinidad decidió llevarse a sus viejos
para la ciudad
y la casa de Toña, solo fue una casa de barro.