Epitafio
El orden no importa, porque al final, la existencia no es más que una broma, un chiste. Y con el tiempo Seré olvido en un campo sembrado de memoria.
(Curumaní, Colombia) Estudió Filosofía y Letras y Maestría en Filosofía en la Universidad de La Salle. Actualmente es docente de Filosofía en un colegio distrital. Se define como costeño por fortuna, poeta por esencia, filósofo por convicción, maestro por vocación y mamador de gallo por naturaleza. Miembro del colectivo bbc y publicó en el 2019 el libro de poesía Cuatro voces un canto en coautoría.
El orden no importa, porque al final, la existencia no es más que una broma, un chiste. Y con el tiempo Seré olvido en un campo sembrado de memoria.
Me desperté y al asomarme por el ventanal sentí el tibio calor de la mañana, el olor del mar y la voz de la brisa. Un barco a lo lejos parece inmóvil. Un niño de piel trigueña, setenta centímetros de estatura, cabello ensortijado, ojos de tierra y mirada de cielo, ingresó por la puerta.
Las horas se me escapan de los dedos y se pierden entre los escombros del tiempo, ¿y tú qué haces? quizás lo mismo de siempre, correr con la brisa, jugar con el sol en las tardes brumosas, sonreír en la noche, desnudar tu cuerpo al rocío de la ducha, impregnar tu olor en la toallita blanca,dejar en el espejo
un recuerdo lívido de tu piel desnuda.
Para qué filosofía se preguntaron muchos y respondieron una serie de razones, lógicas por supuesto, con lo cual mostraban la necesidad de la filosofía. Sin embargo, sus respuestas no me convencen porque la realidad en su radical forma de mofarse del deber ser, me demuestra que la filosofía sólo tiene su lógica en el deseo de dominio.
Respondan, quiero escucharlos poetas ebrios, campesinos, jecutivos hombres y mujeres de éxito fracasados y desdichados, espondan por favor. ¡Maldición!
Abelardo era un muchacho delgado, con acento tolimense, hijo de don Humberto que se dedicaba al cultivo de sorgo y algodón, andaba siempre en una bicicleta, a veces participaba corriendo alguna carrera ciclística.
He decidido ser como el árbol a la orilla del camino, no invitaré ni estaré atento a nadie pero, quien llegue a mi sombra, será acogido.
Como dice un amigo que conozco hace poco, por esa “esa mala costumbre de trabajar para sobrevivir”, luego de bañarme y colocarme la ropa característica del caribe colombiano, agarré la bicicleta todoterreno amarilla fosforescente y me encaminé al lugar donde trabajaba.
¡Mujeres! Luchen, rían, canten, bailen y vuelen. Conquístense, para que conquisten todo. Estoy dormido en un letargo primigenio, rompan de nuevo mi infancia adánica, mis días ingenuos mirando las calles, este castigo convertido en virtud.
En aquellos ochentas para los meses de junio o diciembre, llegaban de la capital del departamento mis primos y mis primas a pasar unos días en el pueblo, se bajaban en la casa de mi abuela, había bullicio, juegos, regaños y mucha alegría en la vivienda.