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SÓLO TÚ, PELUSA

Cristina López Chadid

Vaya que fea bolita de pelo mostaza; Pelusa te llamé, quién diría que desde ese día mi más fiel y única amiga serías. Sola ya no me sentía, pues con tus lamidas mis lagrimas siempre limpiabas, no me gusta llorar, pero aun así no lo puedo controlar. Y cómo calmar las ansias de querer escapar de una vida llena de soledad, donde sin amigos y amigas pasaba mi infancia a causa de mi extraña personalidad. Si no hablo soy, muda; si hablo, no me callo; si rio, soy desubicada; si lloro, soy débil; si brinco, soy inmadura; si debato, soy cerebrito; si salgo, no encajo; si me quedo, soy aburrida; si bailo, se burlan; si me quedo sentada, me juzgan; soy extraña por no ser como todos quieren que sea y, aun así, siéndolo, he perdido mi identidad. Apenas tengo once años. ¡Por Dios! Podré saber mi nombre, pero a este mundo no pertenezco, sin embargo, solo quiero seguir en él, por ti mi Pelusa.

Quisiera dormir y no despertar jamás, porque esta humanidad me acaba de matar con sus frías ganas de mantenerme como parte de un rebaño que va al matadero con gran felicidad, sin saber que, ese, su último día será. No te salgas de la línea, pinta los árboles de color verde, usa falda, no camines así, no hables así, no te peines así, no escribas así, no veas así, no señales así, no llores así, no duermas así, no comas así, no seas así. Entre ser y no ser, prefiero sucumbir porque mis alas pegadas ya se hayan de mis brazos sin poder abrirse, como aquella ave a la que se las han cortado y enjaulada permanece hasta fallecer.

Pelusa, un instinto más allá del conocido tenías porque predecías en qué lugar me escondería para huir del ruido: en el baño, en escombros de la oscura calle, en un salón vacío de la escuela, debajo de mi cama, en la maleza del amplio patio, en el armario de aquella habitación que nadie usaba. Mi infancia contigo me llevó a explorar grandes desiertos imaginarios, grandes bosques llenos de aire puro, mi fiel escudera Pelusa eras; contigo era, sin ti no. Ambas nos parecíamos, pues aventureras, temerarias y salvajes día a día crecimos un año más juntas, hasta ese fatídico día donde tuvimos que dejarte en mano de buenas personas, pero sola, sin mí y yo sin ti. Morí en vida por convertirme junto a mi madre y hermana en inmigrantes. Supe de ti, que nadie podía bañarte y mucho menos encadenarte porque llorabas como si una bala el alma te atravesara. Nunca te olvidaré ya que sin ti mi infancia habría acabado en la necrópolis. No eras una perra, sino el alma indomable de una esencia pura que da luz a quien en tinieblas vive. Y aunque no te volví a ver, tres años bastaron para lograr en mí, el cambio de querer vivir.

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