Sabía que de un momento a otro se iba a quedar sin tinta para escribir. Su pluma estaba agotada. Una y otra vez había escrito la carta. Pero siempre sucedía lo mismo, la leía y luego la destruía. Cada ejercicio resultaba más frustrante. Sentía que perdía coherencia. Por más que se esforzara sentía que las palabras no eran las correctas para explicar la situación. Los dos enemigos continuaban vivos. El papel en su blancura amenazadora y la pluma con su magnetismo ejercía un dominio perverso sobre la mano y la razón.
Simón se levantaba de la mesa, daba un corto paseo por la casa. Regresaba a enfrentarse al papel, aunque en verdad el papel no era el problema. Eran las palabras, no se identificaba con ellas. Además, ¿por qué escribir algo que no deseaba? Se decía. Ya nadie escribe cartas. Se burlará cuando el empleado del correo toque su puerta. Pensará que es una broma o se confundirá y pedirá explicaciones. No soportare escuchar su voz, verla directo a los ojos. Dirá que soy un cobarde, como lo ha pensado siempre.
La pluma rodó por la mesa, Simón la lanzo. Estaba decidido a no escribir una palabra más. Se libraría de todos, los enfrentaría. Era más fácil derrotar a cualquier contrincante que resistirse a los labios de su dulce Isabel. Es mejor morir en medio de un orgasmo, que con el cargo de conciencia de no haber hecho nada. Tomó el papel, recogió la pluma y procedió a escribir una nueva carta.
Madre, padre y queridos hermanos. No he perdido la razón. Cuando lean estas líneas, comprenderán la fuerza con que el corazón nos guía. Entiendo todas sus prevenciones. Pero el sentimiento por el cual obro, no se alimenta de prevenciones ni de medidas lógicas que nos llevan a razonamientos correctos. Su preocupación es valedera, pero la felicidad se nutre de resolver aquellas situaciones que nos preocupan. Ustedes cada día podrán decirme lo mismo, que Isabel no es para mí, que ella es inalcanzable, pero yo estoy seguro de su amor. Luís, Isabel es real, sus ojos son sus ojos. Sus labios son sus labios. Sus manos me acarician y puedo despertar todas las mañanas viendo como abre sus ojos y beso sus labios.
Las manos le sudaban, la empleada golpeo la puerta. Simón no contestó pero para ella esto era usual. Su hermano Luís abrió la puerta. Saludo a Simón y notó que todo estaba en orden y cerró otra vez. Simón al verse solo, tomo aire y retomo el ejercicio de terminar la carta.
No se opongan a que realice mis sueños. Isabel me espera. La ansiedad me carcome. Es justo que vaya por ella y no deje que se escape la felicidad. Madre, tú eres feliz con mi padre y tus otros hijos deja que vuele. Aterrizaré en unos senos perfectos. Además, Isabel está de acuerdo con todo. Las cosas materiales que hacen falta las superaremos con base de amor. Mis hermanos les causa envidia la forma como Isabel y yo nos queremos, jamás podrán conseguir una mujer así.
Pensó que todo estaba dicho y que todos lo entenderían. Se dio un paseo por el jardín, tomo un refresco. Volvió a su habitación, se dijo esta es la noche perfecta. Leyó la carta y considero que tenía que escribir una nota de despedida.
No me hubiera gustado irme así, pero no me dejaron otra salida. Huir como un fugitivo no es propio de hombres civilizados, pero en este caso el amor me obliga. Adiós, ojalá los hechos los haga recapacitar. Sin más, Simón.
A las dos horas Luís encontró la carta. Al leerla entró en un estado de preocupación. Gritó llamando a su padre y hermanos, estos respondieron inmediatamente. Luís comentó la situación, la madre estallo en llanto. Hay que calmarse y organizar la búsqueda, dijo Luis.
Dos semanas habían pasado y todos los esfuerzos fueron sido infructuosos, Simón no aparecía. La tierra se lo había tragado o mejor dicho el amor. En la noche sonó el teléfono, Luís contesto. Luego de sostener una conversación con una persona, salió con sus hermanos. Media hora más tarde se reunieron con una patrulla de la policía. Se dirigieron a una zona deprimida de la ciudad. El olor era repugnante, casi no se podía respirar de la cantidad de basura se oponía al paso. En medio de cartones y bolsas plásticas dormía Simón. Abrazado a unos restos de un maniquí. El policía apartó bruscamente el maniquí, Simón despertó, vio a Luís y a sus hermanos. Cuando el policía arrojaba los restos del viejo maniquí, empezó a gritar, ¡no me separen de Isabel malditos dejen que sea feliz! En medio del escándalo, Simón fue controlado por dos policías que lo condujeron a la patrulla. Ya solo, se escuchaban los gritos de Simón: Isabel no dejes que nos separen, yo luchare por tu amor. Suéltenme malditos, Luís ten piedad. La patrulla se perdió en la distancia y atrás solo quedaron los restos del maniquí.
¡Bravo, Eneldo! ?????????? Gran historia.
Excelente historia.
Me has vuelto a dejar impresionada con el final. La historia posee ese sello muy tuyo que ha caracterizado a cada una de tus creaciones.
¡Felicitaciones, nuevamente!