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EL VIEJO AJEDRECISTA

Javier Quiñonez Quiroz

Esa mañana fue invitado a una partida de ajedrez en el parque del pueblo, bajo la sombra de una antigua ceiba donde las golondrinas llegaban al atardecer y dormían la luna. Había sido maestro internacional de ese juego, su fama era reconocida. El contrincante, era un joven que ya empezaba a hacerse un nombre en el deporte de los sesenta y cuatro cuadros. La gente se aglomeró en el lugar porque la partida la promocionó por la emisora local.

La primera partida la ganó el joven, la segunda la ganó el viejo, se había pactado que el ganador sería quien triunfara en dos de tres. La tercera empezó con un vallenato que se escuchaba desde la cantina del frente, uno de los asistentes fue hasta el sitio de donde venía la música y pidió que la quitaran, porque los jugadores necesitaban silencio.

Los espectadores estaban atónitos ante la destreza de los jugadores. Había llegado el mediodía, solo se habían quitado tres peones, una torre y, el viejo le había quitado la reina al joven quien la puso de señuelo para debilitar la defensa de su oponente. Todos pensaron que el viejo sería el vencedor, sin embargo, después de varios movimientos, el joven cantó mate.

Uno de los espectadores se acercó y le dijo:

—Maestro hubiese ganado si en el movimiento anterior sacrificaba la Reina.

El viejo sonrió y mirándolo fijamente, le respondió:

—¿De qué sirve tener Peones, Alfiles, Caballos y Torres desde donde cuidar tus posesiones, sino tienes tu Reina?

El viejo regresó a su casa donde lo esperaba una hermosa joven que había sido el señuelo en una partida, con un pocillo de café y una sonrisa de atardecer.

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