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UNA HISTORIA DE PELUQUERÍA

Johanna Campos

Dedicado a Ruby Meléndez.

Pasaba un trapo de aquí a allá, movía las tijeras, los cepillos, las peinetas tratando de acomodar todo de la mejor manera. Con viejos periódicos limpiaba los espejos. Esos que tantas caras vanidosas había conocido.

Cantaba. Su cadera se movía al ritmo de la escoba y juntas seguían las notas de una pegajosa melodía. Su garganta arrojaba un canto sabroso que afirmaba sus raíces. Entre ir y venir, baile y canto se pasaban los minutos de la mañana. Una ráfaga de viento al abrirse la puerta de su negocio la distrajo de su oficio, y una inocente figura capturó su atención. La música quedó atrás y los alegres cantos fueron reemplazados por una sonrisa cálida.

—¡Buenos días! —dijo ella con cierta sorpresa.

Devolviendo ese hermoso gesto se acercó más al pequeño visitante: 

—Buenos días vecina —dijo con voz tímida, mientras firmemente sujetaba una bolsa plástica llena de frutas.

—Vecina quiero venderle esta fruta para poder cortar mi cabello.

Conmovida por la ternura del negociante tuvo la necesidad de sonreír una vez más:

—Claro, sigue y siéntate, pero no voy a comprarte las frutas.

Preso de la confusión, rascó su cabeza e hizo una expresión de no comprender lo que esa señora tan alegre le decía.

—Sigue, voy a cortar tu cabello pero no te compraré las frutas, son tuyas, guardarlas para que las comas en el colegio.

Tan pronto ella terminó de hablar, el pequeño subió a la silla fácilmente olvidando por completo que era más grande que él y allí permaneció en total quietud. Al terminar, se despidió de la señora y le regaló una última sonrisa y ella lo acompañó hasta la puerta. ¡Fue una mañana diferente!, pensó mientras el niño se alejaba.

Cuenta la leyenda que esos espejos nunca han visto una sonrisa tan grande ni una expresión tan feliz, como la de ese pequeño cliente.

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3 comentarios en «Una historia de peluquería»

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