Tres de la madrugada.

A esta hora, con seguridad,

tus ojos, cerrados totalmente.

Tu respiración larga y profunda,

lentas y acompasadas las pulsaciones cardiacas

y el incesante tic tac de ondas sonoras,

viajeras nocturnas a través haz de luces

cuyo destino es mí ser.

Tal vez una mano en la mejilla,

la otra quizás, a lo largo de la perfumada almohada.

Una sedosa bata transparente, imagino,

cubre parte del desprevenido cuerpo;

dejando entrever, las aureolas

de ese par de vástagos sonrosados,

transgresores de la ley de gravedad

y de mis presuntuosos pensamientos.

Mientras, yo, en mis tantos desvelos como testigo,

sigo delirando y enfocado

en cuál será el primer botón por arrancar.