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CAFÉ SOLO

Carlos Arturo García

—¿Quieres un cafecito?

—Sí, qué rico, gracias.

—¿Azúcar o crema?

—Ninguna de las dos.

—También tengo panela.

—Gracias, tampoco quiero panela.

—Perdona, esas son las opciones que tengo. No puedo ofrecerte más.

—Café solo, gracias.

—Sí, pero, disculpa, ¿con qué? ¿Azúcar? ¿Panela? ¿Crema?

—Te disculpo lo que quieras, hasta ofrecerme crema, pero solo el café, por favor.

—No estás contestando mi pregunta. Está bien, hagamos algo, dejemos la crema por fuera. Yo nunca he entendido la crema. Para eso está el café con leche, ¿no? Vamos a simplificar las cosas ¿Azúcar o panela?

—La crema es rica, en una época la tomaba mucho, pero estoy de acuerdo en que a la larga es mejor un buen café con leche. Pero ya no tomo casi nunca ni café con crema ni café con leche ni café con azúcar ni café con panela. Café solo, por favor.

—Estás evadiendo la pregunta de fondo aquí, es muy sencilla. No te la puedo hacer más fácil ¿Azúcar o panela?

—No quiero elegir ninguna de esas opciones. Quiero mi café solo.

—Está bien. Tengo una solución para ofrecerte que te va a encantar. Ya que parece que no puede decidir entre azúcar o panela, acabo de recordar que tengo un poco de azúcar morena, que es un poco de los dos, y así no tienes que enfrentar esa disyuntiva que parece afectarte tanto.

—No me afecta tener que elegir entre azúcar o panela, lo que me afecta es que me pongas a elegir cuando a mí no me gusta endulzar el café con nada y parece que no me entiendes.

—Claro que te entiendo, pero es momento en que pienses si eres capaz de elegir. No puedes estar todo el tiempo eludiendo la elección, no comprometiéndote con nada, evadiendo asumir las consecuencias de tus elecciones simplemente por no elegir. Mírame y dime si tienes el valor para tomar una decisión y si tienes la entereza de asumir las consecuencias de esa decisión.

—¡Claro que tengo el valor para tomar una decisión y la entereza para asumirla! Con lo que no estoy de acuerdo es con la elección que me propones. Sigues pensando dentro de tu lógica, a tu manera, no puedes ver más allá de lo que tú piensas. No te pones en mis zapatos y me sigues ofreciendo cosas que no tienen que ver conmigo.

—¡Te estoy ofreciendo lo que tengo! Si no te sirve no es mi culpa. Esto no se trata solo de ti. También se trata de mí, de lo que tengo, de lo que soy. Te estoy dando todo de mí y no me dices nada. Ya no sé qué hacer.

—¡Pues café! Podemos hacer café. Yo quiero tomarme un cafecito contigo. No tienes que hacer todo. Si quieres lo hago yo. Solo dime dónde está y ya mismo hago para los dos.

—Todo lo quieres hacer a tu manera.

—¿A mi manera? ¿A mi manera? ¿Es en serio? ¿De verdad quieres un café conmigo o simplemente me quieres imponer tu manera de tomar café? ¿No puedes ver lo que yo quiero o eliges no verlo para que no tenga más opción cuando hay otras opciones que son evidentes?

—Está bien, cálmate. No es para tanto. Es solo un café.

—Sí, un café solo.

—Oye, discúlpame de verdad. Ahora que lo pienso, acabo de notar que no estoy poniéndome en tus zapatos. Debí imaginarlo. Seguro estás a dieta, ¿sufres de diabetes, tal vez? Debiste decírmelo desde el principio, o de pronto yo debí preguntarlo. Me estabas dando indicios desde el principio. Es difícil notar esos indicios, es mejor hablar con claridad. Mira, no te preocupes, para eso también tengo solución. Por aquí debe estar. No digas nada. Espera. Sí, aquí está. No es necesario que elijas entre azúcar blanca, panela o azúcar morena. Podemos hacer el café con estevia.

—Dios mío.

—¿Estás bien? Estás temblando.

—Sí, dame un segundo.

—Claro, voy a ir haciendo el café. Seguro te hace sentir mejor.

—No, espera. Hagamos algo. Déjame hacer un café para ti. Yo te hago tu café como prefieras, te lo prometo.

—No es necesario.

—Déjame hacerlo, por favor.

—De acuerdo. Allí está el café.

—¿Cuánta agua pongo en la cafetera?

—Hagamos bastante. Llénalo hasta donde dice ocho.

—Buena idea. ¿Cuánto café?

—Tres medidas, por favor.

—Ahora esperamos.

—No se demora nada. Vas a ver.

—No hay problema en que se demore. A veces vale la pena tomarse su tiempo para que el café quede bien hecho. ¿Y esa sonrisa?

—Me alegra ver que estamos tan de acuerdo en algo.

—Sí, parecía imposible.

—Solo era cuestión de seguir hablando hasta encontrarnos en algún punto. Las palabras son un territorio, a veces parecen un laberinto sin salida, pero si uno sigue caminando por ellas, seguro llegará a algún lado.

—A un punto de encuentro en las palabras.

—Sí.

—Qué bonito es eso que acabas de decir.

—Ya está el café. Qué rápido.

—Te lo dije.

—Entiendo que tampoco te gusta la crema. ¿El tuyo lo quieres con azúcar blanca, morena o panela?

—Con miel, por favor.

—¿Miel?

—Sí, miel.

—Eso es nuevo. Nunca he tomado café con miel.

—Siempre hay algo nuevo para todos.

—Sí, siempre.

—La miel está en esa repisa.

—¿Cuánto?

—Un chorrito, ahí. Perfecto.

—Aquí está.

—¿Y el tuyo? No le has puesto nada.

—Así es. Nada. Me gusta el café solo.

—Pero sabe horrible.

—Deberías probarlo.

—Lo he probado, es demasiado amargo. No me pasa.

—Pues sí, tal vez. Recuerdo que cuando empecé a tomarlo así, me sabía muy amargo, pero insistí y cuando me acostumbré, no solo dejé de sentirlo amargo, lo siento realmente dulce así sin nada. Creo que cuando uno deja de endulzarlo, termina descubriendo la dulzura intrínseca del café.

—Interesante, no lo había pensado así.

—Ni yo había pensado en tomar café con miel. No sé por qué, ahora me parece obvio.

—Todos los misterios siempre parecen obvios después de resolverlos.

—Creo que lo probaré, en otro momento.

—Y yo voy a empezar a tomar café solo a ver si descubro eso que dices.

—Un café solo, pero no necesariamente a solas, si quieres.

—Sí, quiero.

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