Miro a través de la ventana, el viento sopla con fuerza, los árboles ceden ante la ira de Eolo soportando valientemente las embestidas que les atiza. La chimenea proporciona un agradable calor en la sala de mi hogar. Situado frente a esta se encuentra ubicado mi sillón preferido y en él, la manta que coloco sobre mis hombros y me brinda un cálido y agradable abrazo. Camino hacia el pequeño bar, sirvo una copa de vino tinto. Afuera, la lluvia empieza a caer con melodioso ritmo, me dirijo nuevamente al calor de la chimenea donde sobre la pequeña mesa, La reina del Sur, de Arturo Pérez-Reverte, me espera. Todo es perfecto para pasar una agradable tarde de lluvia y sellar este momento de ensoñación.
Paso las páginas del libro e imagino cada palabra, una mujer en una etapa temprana de su vida se ve obligada a involucrarse en trabajos ilícitos, donde la discreción es fundamental, no para conservar el trabajo, sino para la supervivencia.
Ella se enamora de un contrabandista que se juega la vida en este ambiente. Llego al momento de la historia donde suena el teléfono y supo que la iban a matar. La novela sigue: “Ella miró sus pies húmedos sobre el suelo y se dio cuenta de que temblaba de frío y de miedo”. La trama me encanta.
Cierro el libro y lo dejo a un lado, doy un sorbo al vino, mis ojos se pierden por un momento, ante la majestuosidad del fuego y pienso, qué maravillosa oportunidad me brinda el autor para reflexionar sobre el amor, el miedo, la vida, la muerte, el destino.
Tomo la libreta que siempre me acompaña junto con el bolígrafo, imagino la situación de Teresa Mendoza y empiezo a escribir: “Qué duro es caminar por la vida, sobre todo si no sabes a dónde vas. Correr para que el destino no te alcance. Esconderte con el corazón sobresaltado, la mirada perdida y el miedo a flor de piel; transformada en la sombra de lo que una vez fuiste sin poder confiar en nada ni en nadie”.
Dejo todo y camino hacia la ventana, el aroma a leña invade el espacio. Afuera, la temperatura continúa bajando, la lluvia se ha convertido en tormenta, y yo, solo atino a pensar: en algún momento de la vida nos toca sortear, padecer y superar tu propio infierno. Suspiro y me escucho decir: ¡Qué difícil es la vida, pero cuántas satisfacciones nos ofrece!
Pasan los minutos, mi copa queda vacía y mi alma agradecida por aquellos momentos en los que, al igual que la protagonista, tuve que correr. Miro el reflejo en la ventana, le guiño el ojo y con una leve sonrisa de complicidad pienso, al parecer todas tenemos algo de Teresa Mendoza en nuestro interior y una Reina del Sur en nuestro destino.