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LA CIUDAD DE LA FURIA

José Omar Parodi

Me verás volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mí
Y yo soy parte de todos

Llegué al Ezeiza a las cuatro de la mañana. Hacía mucho más frío que en Bogotá, pero aquí no había montañas. Las cosas se ven mejor desde el aire y si son por primera vez, aún más. El avión antes de aterrizar recorrió el Río de La Plata, como si fuese una carretera para aviones. Las ciudades o pueblos, ¡qué sé yo! Se veían como solía ver en mi infancia los pesebres maltrechos del barrio pobre donde pasé mis primeras luces. El piloto cumplía con una rutina, ¡vaya rutina! En plena oscuridad manejó ese gigantesco aparato de miles de toneladas (era un Airbus 360, al menos eso recuerdo haberle oído a la aeromoza) y solo guiándose con los mandos electrónicos y con su “autopista” exclusiva de La Plata. ¡Válgame Dios! Si estuviese aquí el cantante de tangos, merecería esta oportunidad de la cual usufructúa ahora, este ciudadano. El taxista, me llevó al centro de la ciudad por unos cuantos pesos, gran ejemplo que debieran tomar sus colegas de Maracaibo, y me dejó a las puertas del Hotel El Virrey, muy cerca al edificio del Congreso Argentino. No dormí nada, de hecho no podía hacerlo, las jornadas académicas me esperaban. El desayuno: dos medias lunas, huevos revueltos (estando en Colombia diría: “los mas feos que comí en mi vida”) y una taza de café con leche. Al salir del café, me di cuenta que estaba solo, me percataba del mundo que el éxtasis había ocultado tras el tabique de la felicidad del primer viaje. Nadie en Callao sabe de mí. Solo cuando llegue al teatro de La Inmaculada seré parte de todos.

…Nada cambiará
Con un aviso de curva
En sus caras veo el temor
Ya no hay fábulas
En la Ciudad de la Furia

 Quería comerme a esta urbe para recordarla tal cual es, para poder contársela a mis hijos cuando narrara historias del álbum de fotografías del primer viaje a la Ciudad de la Furia. El frío hace crecer el temor en la gente, se les ve distraídos y fúnebres, sus vestimentas negras para disipar a su enemigo, hacen lúgubre la mañana. Le temen a salir vestidos de flores, armar un asado y beber cervezas, escuchar música en una esquina, a jugar canicas. Temen que llueva y no lleven en la mano un paraguas. Pero no temen al encuentro con Sofía. La gente de este lugar ama a la Filosofía, como a la carne, creo que es una de las cosas traídas de Europa que guardan con más recelo. Lo demás es latinoamericano. Historias fantásticas que dejan un mensaje o un sinsabor de no haber entendido un carajo. Al menos eso pensaba con mis primeras leídas a Cortázar o eso pasó por mi cabeza antes de ser lo que soy. Hoy sé que hay cosas en el mundo no necesarias de entender, hacen mejor papel como enigmas, lucen adornando un armario de las bibliotecas-museos que solemos tener en casa o aparecen dándole forma a un cuento de Borges, él eso lo sabría sin ser pitonisa, y no se molestaría en su tumba si no lo llegásemos a entender. Entrando al teatro, el aire frío levanta los rastrojos dejados por la tierra caliente, me reitera que estoy en la Ciudad de la Furia.

Me verás caer
Como un ave de presa
Me verás caer

Sobre terrazas desiertas

Me he sentido solo en la multitud de los que son virtuosos, porque aman la pregunta como los niños, porque fueron también león y camello, porque retornan a la infancia, en una búsqueda de lo que han perdido y que jamás recuperarán si las manos no se juntan para abrir un libro. Estamos aquí por lo mismo. Nadie se aguanta un clima como este, si en su corazón no hay algo de griego. Las mujeres son hermosas, eso sí, algo mayores en este evento, pero sus años son suficientes para recordarnos siempre, que están aquí, no se han dejado borrar ni por el tiempo ni por los malos amores. Me parece que con tantas, se podría salvar al mundo de cualquier catástrofe, de cualquier pena que provenga de la soledad, del deseo. Ese viernes retorné al hotel temprano, las calles tenían poco tráfico y solo eran las siete de la noche. Para poder encontrar comida, tuve que caminar bastante por toda Pueyrredón hasta hallar un asadero popular y comerme unos trozos de buena carne. Al salir de allí supe, como cuando el agua cae de la ducha sobre la cabeza de quien no se ha despertado bien, que seguía solo y que lo vacío de la calle no me permitiría pensar lo contrario.

Me desnudaré
Por las calles azules
Me refugiaré
Antes que todos despierten

Me acosté temprano, dormí sin ropa, la calefacción sirvió de mucho. A la mañana siguiente, habiéndome despertado muy tarde, las labores académicas continuarían alrededor de cómo la Filosofía ha de interesarle a los niños. Al salir del hotel, un taxi (Renault 9 modelo 96) esperaba a cualquier fortuito cliente. Lo tomé por la prisa de llegar al evento, no pude levantarme temprano, mi reloj biológico estaba descompuesto y ya eran pasadas las ocho, hora en que debía estar en el recinto de La inmaculada. Aquí la gente es muy puntual, no como en mi tierra, que solemos llegar horas después de iniciados los actos. El taxista, un tipo como de mi edad, sin un pelo en la cabeza por la cuchilla de afeitar, muy riesgoso con este clima (aunque él se daría cuenta después, que tenía un gorro para el frío guardado en la guantera).

—¿A dónde te dirigís, che? –dijo mirándome a los ojos, como lo hacía mi profesor de Historia de Roma.

—Hacia el teatro de La Inmaculada.

—Andate, sé dónde queda che y ¿vos de dónde venís?

—Yo vengo de donde parieron a Valderrama compadre, Colombia.

—Buen fútbol, buen café, che.

Faltando poco para las nueve llegué al recinto, por fortuna no había iniciado el evento, ya que había algunos asistentes apenas inscribiéndose. Las calles que recorrí antes de llegar me recuerdan a la París de las películas, árboles de lado y lado, edificios de tres y cuatro pisos, algunos con la pintura descascarándose, otros más bien recién refaccionados, autos llenando la acera; algunos parecen llevar años postrados sobre el asfalto (vería en las noticias, esa misma noche, que una grúa del Departamento de Tránsito de Buenos Aires se los estaba llevando sin previo aviso), y la gente caminando con la parsimonia de los que salen del estadio después de una derrota.

Me dejarás dormir al amanecer
Entre tus piernas, entre tus piernas
Sabrás ocultarte bien y desaparecer
Entre la niebla, entre la niebla

Ayer, al regresar al hotel, el frío me recordó que estaba mal abrigado y en un almacén de ropa me compré un pulóver que aún guardo, no como un recuerdo, sino más bien como una herramienta de viaje. La noche estaba espesa y las ganas de dormir pudieron más que la motivación de estar en una ciudad desconocida y salir a dar una vuelta. Esa noche quise haber soñado con una mujer, cuando desperté tuve la sensación de un cuerpo a mi lado. Mi propio sudor engañó a mi olfato o fue una sensación de recién levantado, donde no diferenciamos entre ficción y realidad. En la primera ponencia me senté contiguo a unas profesoras de Montevideo, lo supe cuando una de ellas se presentaba con un bonaerense que estaba al otro lado. Nunca imaginé encontrar tanta gente del Uruguay ni siquiera lo supuse, ya que el fútbol nos hace pensar a los que estamos cerca del Ecuador, en otras cosas entre uruguayos y argentinos. Pero bueno, las primeras mujeres que conocí eran de Montevideo. Hermosas damas estas. No tardé mucho en saber sus nombres, el nativo me las presentó, como un acto neto de cortesía más que de conquista. Al saber mi lugar de procedencia, todas pensaban en el fútbol, de hecho, más de una me preguntó por ciertos jugadores colombianos y por las aguas diáfanas de las playas de Santa Marta.

…Un hombre alado extraña la tierra
Me verás volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mí
Y yo soy parte de todos

Estando en esta ciudad me creí solo en el mundo por un ratito, y salí por ahí. En la puerta del hotel otra vez estaba el taxista calvo.

—Che te ves aburrido, ¿cómo te fue en el evento? ¿No tenés ganas de conocer la ciudad? Yo te llevo a algunos sitios por unos cuantos pesos.

—Oiga primo, ¿no podremos tomarnos unas cervezas mientras dura el paseo?

—Si así lo querés… che, aunque podrían inmovilizarme el vehículo —el taxista con lo cobrado por el recorrido mejoraría el día de perros que había tenido, llevando al final de la jornada el aporte para la alimentación de su único hijo y evitar así problemas con la justicia.

—Como tú eres el baquiano, recomiéndame qué amargas nos vamos a tomar.

—Oye che, las que tú desees.

Esa noche nos tomamos unas cuantas Quilmes, pensaría en la mañana que fueron demasiadas, pero lo bueno es que me llevé para mi tierra un recuerdo de cuan buenas eran sus cervezas y de una ciudad trémula al anochecer.

Con la luz del sol
Se derriten mis alas
Solo encuentro en la oscuridad
Lo que me une
Con la Ciudad de la Furia

Al amanecer el sol entró extrañamente por la ventana, en estos días en Buenos Aires no lo había visto una sola vez. Era mi último día en la ciudad y debía apresurarme si pretendía comprarle suvenires y dulces a mis amigos y familiares. Caminé por Callao y en una tienda de dulces y revistas le pregunté al vendedor:

—¿Dónde puedo encontrar dulces al por mayor? Soy extranjero y regreso hoy a mi país, y son muchos los “acreedores” que tengo, debo llevar bastantes recuerdos dulces.

—Bueno Che –dijo—, te voy a ayudar porque sé que vos te vas hoy y no vas a competir con nosotros. Mirá che, en ese almacén vos te inscribís como vendedor si comprás más de cincuenta pesos te venden todo a precio de mayorista, no le digás a nadie que yo te lo conté.

Y así lo hice, con mi pasaporte me inscribí, comprando todo lo que necesitaba y fui al menos por unas horas vendedor de chucherías en el centro de Buenos Aires. Ya empezaba a extrañar mi tierra pero también me di cuenta que pude haberme quedado, al menos unos días más y conocer mejor a aquella maestra de Gualeguay, que con su acento aprendido en sus viajes frecuentes a Bagé en Río grande do sul, me había invitado a pasar unos días en una chacra heredada de su padre. Es la misma sensación de siempre que viajo, encontrar la posibilidad de hacer vida en otra parte. Pero el día antes me había percatado en los periódicos y en un par de revistas, como motivo para arrepentirme, que esta ciudad también convulsiona y se desangra como la capital de mi país y que irónicamente, se ve más hermosa al anochecer.

Me verás caer
Como una flecha salvaje
Me verás caer
Entre vuelos fugaces

Cuando el avión despegó, los ojos se me aguaron, la felicidad de mi primer viaje a la Ciudad de la Furia se disipaba como el humo tras una ventisca, así como los recuerdos menos importantes. En mis manos una revista llamada El Pensadero y en mi mente la firme convicción de que las imposibilidades de las cosas son más de nuestra mente que de la realidad. Llegué a Bogotá al anochecer con el sigilo y la esperanza de un lucero. Un taxi (Hiunday accent modelo 2004) me llevó por la autopista sin prisa, y la brisa fría que abría paso por una rendija de la ventana del conductor, me decía que este era mi lugar, que no había otro, que no quería ser colombiano en otra parte, no quiero extrañar otra vez el calor de mi hogar ni mucho menos el sabor apelmazado de un bollo de maíz tierno. El viaje a mi pueblo natal sería al medio día del día siguiente y quienes me esperaban creían que mi arribo estaría programado para un día después. Pero no, mañana por la tarde llegaría a la tierra donde el rumor de los ríos es tan dulce que sabe a fiesta.

Buenos Aires se ve
Tan susceptible
Ese destino de furia es
Lo que en sus caras persiste

 Sentado en el sillón donde suelo disponerme a callar, acompañado de esta canción del último concierto de Soda Estéreo en Bogotá, después de haber dejado dormido a mi primogénito y a mi mujer leyendo acostada Convulsión de Robin Cook, los recuerdos de mi primer viaje a la Argentina no se disipan como lo había hecho la felicidad, se mantienen vivos. Las letras se enrojecen, la pasión en mis manos es la misma con la que se aferró el viejo aquel que peleó con el pez. Pero yo estoy aquí, tranquilo, a pocos días de la llegada de mi hija a este mundo que hierve y le dará una oportunidad, no solo de llamarse como la sabiduría sino también de contarle a sus hijos lo que escribo en este momento con la susceptibilidad de las cosas y las caras que aún guardo de la Ciudad de la Furia.


Me dejarás dormir al amanecer

Entre tus piernas, entre tus piernas
Sabrás ocultarte bien y desaparecer
Entre la niebla, entre la niebla

…Un hombre alado prefiere la noche

Me verás volver
Me verás volver.

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6 comentarios en «La cuidad de la furia»

  1. Sí que fue interesante su estancia en la «Ciudad de la Furia». No he parado de cantar esa canción a la que hace referencia, por cierto. Felicitaciones.

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