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MOJADO

Joel Peñuela

IPSO FACTO

Samuel es un buen hombre en todos los sentidos; dueño de una sensibilidad para socializar propia de las gentes de extracción rural. Su amplio círculo social, no obstante, incluye a personas de habla culta quienes con frecuencia usan locuciones latinas en su conversación. Él también los usa de vez en cuando.

Cierto día uno de sus amigos que le visitaba fue testigo de la recurrente desobediencia de Samuelito, el mayor de sus dos hijos.

—¡Samuelito! —dijo por segunda vez—. ¡Vaya a hacer lo que su mamá le está pidiendo!

El niño, como si la cosa no fuera con él, hizo caso omiso de la orden. Samuel sintió que se le calentaban las orejas producto de la vergüenza que sentía por causa de la mala conducta de su hijo. Frunció el ceño, se inclinó hacia su hijo y en voz firme, pero sin levantarla, sentenció:

¡Ipso facto!

El niño de inmediato abandonó lo que estaba haciendo y obedeció, lo cual llamó mucho la atención del visitante.

—Samuel —preguntó inquisitivo su amigo, sin poder ocultar del todo su maliciosa sonrisa—, ¿sabes tú qué significa ipso facto?

—¡Ni idea! —admitió Samuel—, pero lo que sí sé es que cuando se la digo, él me obedece de inmediato, porque sabe que ¡lo que le viene para encima es palo!

UN SAPO MENOS

El cuatrero apareció como salío de la manga de un mago.

—¡Entregame el celulá y la moto! —dijo el desgraciao.

Todavía era temprano en la mañana y estaba entre claro y oscuro. Lo miré a los ojo, hice una pausa viendo pa vé qué podía hacé, pero to-o estaba a favo del malandro. No tuve má que hacé sino bajamé de la moto y sacá el celular.

—Dejamé sacale el chí —dije, y lo miré de nuevo a los ojos—, es por mis contacto´.

El ladrón quedó to callaó mirando pa los laos sin dejá de apuntame con el revolve. Quité la cáscara al celulá bien despacio y me le acerqué para acorta los metros entre los do.

—¡Quieto! —me dijo.

Entonce seguí con mi ceremonia tratando de parecé torpe pa dame tiempo, pero no era su primera vé y tuve que aplazá mis ganas de dale por la jeta.

—Retírese de la moto —ordenó.

«Este man sabe lo que hace», pensé. Cuando me acequé adonde estaba, se puso to´ receloso.

—¿Quieres que te zampe un balín en la cabeza? —preguntó.

—No, no hay necesidad.  Me retiro —dije—.  Ni más faltaba.

—¡Piérdete! —oddenó.

Obedecí y me alejé lamentándome de no llevá mi Treinta y Ocho corto camuflado entre mis nalga como siempre, pero es que ese día mi henmano lo había necesitao urgente y la pistola la tenía Bigotes.

Al día siguiente regresé al lugá del atraco. Dejé el motó encendío y me acecqué al viejo que, durante los último nueve día había estao sentao al frente del luga donde me habían atracao, pero que, era de addiviná, el día del atraco no había estao allí, ¿po qué? Ay, po qué va a sé, pocque el sapo lo tenía to´o planea´o. Mirá bien: ahí mismo donde me atracaro la calle tenía un güeco por lo que debí baja la velocidá y poné los pies en el suelo para poder maniobrá la moto.  Ese viejo debe tené un familiá mañoso: quizá un hijo, un sobrino o un conoci´o, que le habrá dicho que la cosa estaba dura porque había mucho policía recorriendo la calle durante to´el día y ese viejo sapo, le habría dicho que sabía onde había alguien que daba papaya to´os lo días. “Tiene una moto —de segurito dijo el sapo—, y un celulá; el lugar no puede sé el mejó: sin un alma en la calle, el día todavía estará oscuro y el atembaó estará enredado tratando de salí del güeco”.

Pero yo se lo iba a cobrá todo y ya no volvería a prestase para hacé lo malo. Cuando me vi no mostró na´ita de miedo, ni siquiera al ve que llevaba mi revólve en la mano. Me le acedqué como a dos metro y seguía igual: el sapo infelí definitivamente era to´o un profesional porque ni siquiera me habló. Puso una cara de pendejo que no había visto ante. Le puse el fierro en la cabeza y solo la movió un poquito, pero sin dejá de sonreír.

—¿Crees que con tu risita idiota me va´a a convencé? —le dije—. ¡Toma pa´ vé si te sigues riendo, sapo desgracia´o!

Le descargué to´ el timbo. Toítos en la cabeza, como debe sé.

Ya en la tadde, me senté en mi casa despué de probá que mi nueva moto había queda´o bien armá. Con cuidao le quité to´as las señale´ de su anterior vida: nuevo coló, nuevos caucho, sin espejo, quedó diferente, como es lo legal. En ese momento llegó mi mujé con un periódico que habían deja´o con ella para entregalo al vecino:

«NOTIMINUTO: CRÓNICA ROJA:

»Asesinan a invidente en el barrio El comunal.

»Marcelo, así le decían al hombre invidente y sordo, que desde hacía once años se sentaba en la esquina de su casa desde las tres de la mañana hasta las nueve cuando lo llevaban a desayunar. Todo eso fue hasta hoy cuando un desconocido le quitó la vida al dispararle con un revólver calibre Treinta y Ocho.

»Se desconocen los motivos del lamentable hecho.

»En los últimos siete años, solo ayer no se sentó en su lugar de costumbre porque estaba enfermo.

«La inseguridad cada día que pasa se apodera más y más de nuestra ciudad.

NOTA:

»No se muestran fotos por respeto hacia la víctima.

DEPORTES: …

Repasé el periódico de principio a fin, pero no vi ninguna foto conocí´a; ni siquiera me gustó la vieja que ponen en cuero en las hojas de la mitá. Le devolví el periódico a mi mujé para que se lo entregara al dueño.

Si supiera leer me hubiera queda´o con él.

BARRIGA LLENA CORAZÓN CONTENTO

Eran las cinco de la tarde de su segundo día de ayuno no programado. Llovía como siempre llueve en abril. El aguacero había inundado los lugares de comida que frecuentaba. Manolo se acercó a la casa de la Doña y en efecto, había sacado la comida: como siempre fresca por estar debajo del techo.

—¡Qué buena suerte! Me daré un verdadero festín —dijo Manolo—. «¡Barriga llena corazón contento!» —pensó.

—¡Cerdo! —gritó la cabeza que salía desde la ventanilla de un carro de última generación. 

—¡Venga, lo invito! —respondió.

El indigente dibujó una sonrisa al ver que el carro se alejaba aplastando el agua de la calle.

—Pobre infeliz —se lamentó—: ¿Qué puede saber él de exquisitez si nunca en su vida ha comido por necesidá?

MOJADO

El día que me encontré con la muerte cara a cara, estaba regando mi jardín. «Viene por mí» —pensé. La miré y traté de mostrarme lo más tranquilo que pude. Apreté mis piernas pensando que de esta forma evitaría el fluido calientito que, de seguro, mojaría mis pantalones.

—Ven, amiga —le dije—, te regalo esta rosa.

Ella se acercó, la tomó y la olió.

—¿Estás tratando de entretenerme? —preguntó inquisitiva.

—¡Claro! —dije, y enseguida comprendí que no había sido la mejor respuesta.

—Qué iluso eres —dijo moviendo la cabeza de lado a lado—: ¿Tratar de entretenerme?, ¿de verdad?, ¿y con una rosa?

Caminó hacia mí y apostó su rostro cerca del mío. Junté mis manos detrás de la espalda esperando lo peor. Al acercarse sentí su alcanfor más penetrante que nunca. Sabía que en ese momento eran inevitable dos cosas: que había llegado mi fin, y que, por seguro, los nervios, por última vez, me avergonzarían.

La muerte hizo un rictus de asombro, se inclinó y me reparó con cuidado.

—¿Te estás meando? —preguntó.

—¡No!, ¿Cómo se te ocurre? —dije, con la voz quebrada.

—Entonces, ¿Qué es eso?

—¿Qué?

—Eso, pendejo —dijo, señalando debajo de mis pies—, esa humedad, ahí…

—Ah, eso —dije, tratando de mostrar indiferencia. No sabía qué decir. Finalmente, me atreví—: eso es la huella que quiero dejar en el mundo antes de abandonarlo.

—¿Huella?, ¿huella, dices? —levantó los ojos al cielo negando con la cabeza—: ¡definitivamente lo que me toca escuchar!

Se apartó un poco de mí, puso los labios en forma de morro y me señaló con ellos.

Me miró con displicencia, tomó una segunda rosa y se marchó.

—Agradece —dijo, cuando se alejaba— que hoy no quiero cargar con miones.

Apreté mi sexo con tanta gratitud que me dolió.

«Otra vez has venido en mi ayuda», pensé y lo solté porque ya comenzaba a sentir náuseas por causa del dolor. En ese momento me percaté que cuando había puesto mi mano a mis espaldas, la manguera del agua había acomodado el chorro debajo de mis bolas, justo donde lo necesitaba.

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11 comentarios en «Mojado»

  1. Felicitaciones. Parece que a usted también lo visitó la inquieta musa de los minicuentos. Ella busca escritores despiertos, inteligentes, que vean en los más mínimos detalles, gérmenes de buenas historias que sorprendan al lector.

  2. Apreciado amigo en la distancia, cómo me haces reír con esa habilidad que tienes para manejar con singular desparpajo la cotidianidad.
    Sé que no es fácil escribir así, pero, haces que se mire fácil.
    Mi admiración y respeto hacia tu trabajo.
    ¡Felicitaciones!
    Recibe mi abrazo hasta tu tierra: La Gran Colombia.

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