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VIAJE

Blanca Salcedo

Trato de leer y las letras se vuelven borrosas, se juntan y apartan para formar palabras que no existen.

Me acomodo en el banco duro e insisto. Leer. Leer lo que me cuenta el pequeño libro que descansaba en mi bolsillo cuando salí casi inconsciente de la casa. Leer… Pero no hay caso, mis pensamientos se deslizan sobre la página y forman palabras nuevas, dejándome desnuda ante mí misma.

Necesito un pañuelo, esta niebla que obnubila el papel son mis lágrimas. Y no quiero llorar. Ya he llorado demasiado en estos años. Me quedaré aquí, seca, hasta que escuche el llamado y partiré sin rencores…

Pero el dolor… el dolor no puedo dejarlo, está aquí dentro… me devora las entrañas sin piedad. Un dolor silencioso y oculto que nadie verá porque no lloro.

Los recuerdos me doblan la espalda y me vuelvo vieja, muy vieja, como una leyenda que ha recorrido todas las bocas y se ha tornado gris y nauseabunda. Doy vuelta la página y trato de dejar, en las anteriores, mi historia chiquita y negra. Aprieto ese lado del libro con fuerza, pero vuelve. Entre los trazos negros de imprenta se cuela la mirada de mi hijo. Envenenada. Una mirada sin parpados que me dice que me vaya, que ya no me soporta. Y no puedo resistir la visión de mí misma, doblada como el que recibe un puñetazo en el estomago, retrocediendo… saliendo de la casa que era mía hasta que él decidió poseerla.  Nada me llevo. No quiero nada si lo que tengo que cargar es en pago del amor que creí parir. Pongo el libro en el bolsillo y me recuesto. Me duele el pecho. Voy consumiendo los minutos mientras la puntada sube y me deposita detrás de la realidad. Creo que no tomaré el tren. Iré más lejos. Mejor… no necesito nada para ese viaje.

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