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A CIELO ABIERTO

Gloria Judith López

 

MANGATA

Agoniza la tarde semejante a una sombra

que se deslíe bajo el embrujo de la noche,

y deja huellas con olor a humo,

imposibles de seguir con mi nocherniega visión

desgarrada por el brillo diamantino de tu ausencia.

Araño los recuerdos de aquel sol naranja-mandarina diáfano,

que cabalgó las olas iridiscentes del mar,

espejo en nuestra lejanía,

y perdió la brújula de mis sueños;

ahora yace anclado sin viento ni marea,

cobijado con alevosías de los dioses indiferentes al dolor;

es inminente la debacle,

una tormenta de geométricas y auríferas centellas

increpa mi pecho-altar

convertido en cenizas por el tifón de tu adiós. 

 

¿A dónde huiste poesía?

Te espero aquí, entre las ruinas,

tejiendo sílabas con las brasas, las costillas expuestas

y el corazón que aún late…

esperando el poema.

 

 

PRESAGIO

Una redondez plateada

ilumina mis desvelados rastros

ante la noche y su mutismo.

Busco el sendero

hacia el misterio de tus vírgenes rutas;

me guía el azucarado aroma de tus delicias,

en mi tacto anida tu caricia de felpa,

y en este pecho,

el paraíso roto de tu nombre.

Te llevaste las corolas de mi rocío,

la fuente de mi sed

y la vereda para ir contigo.

 

Regreso ahora sobre la tibieza de mis huellas,

traigo nuevas páginas

y metáforas para mis líneas,

presiento la estrella agonizar sobre el jazmín

y la mañana renacer en el sagrado instante

entre los pinos vestidos de esperanza.

 

 

MIGRACIÓN DE LABIOS

Explicar si la tinta estuvo quieta

es negar del color el movimiento,

es vendar los ojos y evitar el resplandor

para envolver las pupilas de verdades.

 

Las esparcidas formas

son libertades de un florecer en el amor

y las perfectas direcciones

abrazan los deseos en la luz,

lo mismo que el beso lúcido

aletea en la estancia del tiempo.

 

 

A CIELO ABIERTO

Amparados por la sombra de un cautivador olmo, 

bajo las espadas amarillas del sol al mediodía, 

con el oído endulzado por el riachuelo en su zigzaguear

cuando besa el florecido límite de agua y tierra… 

 

Allí, se funden dos cuerpos,

al ritmo del susurro de wayra,

el tornasol alado de las libélulas, 

los aquenios enredados en su pelo

y el ronquear minino;

mientras la clepsidra se detuvo 

ante aquel instante metafórico de éxtasis divino. 

 

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