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DUALIDAD

Blanca Salcedo

Esa perra me tiene los huevos inflados. Podría ser más discreta, un poco más disimulada y, calladita, meterme los cuernos. Pero no, se pavonea ante todos con el hombre que voltea. Es como si necesitara saborear el riesgo. No le basta cogerse a todo pantalón que se le cruza, tiene que publicarlo.

Y yo, haciendo el papel de estúpido frente a todos.

Años mirando para otro lado, trabajando como loco, viajando para que todos pensaran que no me enteraba. Y todo ese tiempo amándola como un tarado. Cada vez que me ponía furioso, ella me llevaba a la cama y yo ya no podía hacer nada. Se me olvidaba la bronca y solo me quedaba el temor de perderla. Terror de que me dejara, de no ver esos ojos oscuros de pájaro depredador, de no sentir su boca y su cuerpo.

Era una droga…

Pero ya basta… ¡Basta!

//

Gritos y llanto. Llora. Le dije que hay otra mujer en mi vida. Algo nuevo, un ser suave y tranquilo que me calma el ardor del alma, con quien me he vuelto sentir un hombre digno. Ella, que descubre que ya no puede arrastrarme a la cama, que eso ya no sirve. Y entonces, el escándalo, las llamadas a amigas y familia, aullando por la traición. Me desconcierta. Parece, realmente, una fiel esposa engañada.

Avanza hacia mí gritando que se va suicidar. Miro esa boca que grita, que amenaza devorarme y me apresuro a cerrar la puerta, subirme al coche y acelerar cerrando los ojos, como si el sonido se disipara con ese gesto.

///

La policía me pide que vaya para la identificación. Me ha arruinado esta corta ilusión de libertad. Avanzo como sonámbulo hacia la morgue, mientras veo cómo la boca de ella es una cueva que ríe y me devora.

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