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Simaluuna Palaa

Juan Manuel Gómez

I

Familiares y otros apalaanchi lo buscaron por todos lados, pero solo encontraron su canoa a la deriva, y al revisar el interior, estaban los arpones y la ropa que llevaba puesta. No había más rastros y en las playas de Santa Rosa se comentaba lo que sería el probable destino del vecino. Muchos ya lo imaginábamos. Sentí tristeza por él. De niños jugamos en estas orillas.

II

Días antes sin que te dieras cuenta, había visto tu ser en las faenas nocturnas. Lo que más me cautivó fue el afecto que tenías hacia el mar. La atracción por ti hizo que decidiera buscarte mientras dormías en tu humilde rancho playero durante el tiempo en que estaban más ardientes los rayos de Ka´i. Juventud, fortaleza y piel morena comenzaron a excitarme.

III

Cuando el apalaanchi estaba en el mundo de Lapü, ella le envolvía la humanidad con sus cabellos y lo besaba por todo el cuerpo. Era tan placentera la situación onírica que él deseaba no despertar jamás, y cuando lo hacía se llenaba de tristeza por no seguir viviendo en ese paraíso, permanecía acostado en el chinchorro masturbándose con sus recuerdos y así trascurrieron los días hasta que llegó el encuentro final con la diosa mágica.

IV

El vecino siempre llegaba temprano a mi rancho ofreciendo sus productos. Lo notaba muy cansado, algo normal después de estar en altamar toda la noche. La familia siempre había vivido de lo que les proporcionaba Palaa: peces y crustáceos. Como todos los apalaanchi, era un gran navegante. Bajo la luz de Kashi, amo del ciclo femenino, y guiado por las otras luces de Shuliwala, incursionaba en Simaluuna Palaa y regresaba con abundante pesca. Durante la salida de Ka’i que empezaba a iluminar la vida con sus rayos, hacía su arribo a las orillas. Traía lo que le brindaba el Caribe en cada faena. El excedente era comercializado por su abuela en los pueblos cercanos.

V

Seguían encontrándose en el mundo de Lapü. No dejaba de pensar en ella y cuando regresaba de pescar, esperaba que Ka’i se hiciera más fuerte para volverla a ver. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida: abundante cabellera, rostro perfecto, piel blanca, senos firmes y grandes, además estaba vestida con una manta transparente que dejaba ver lo que tanto disfrutó Juya, el padre de todos los wayuu, para después rechazarla y unirse a Mma, con quien engendró a todos los seres de la naturaleza.

VI

Una mañana camino al pueblo me encontré con la abuela del vecino y pregunté por él. Ella me dijo que Sol a Sol se obsesionaba con esa mujer que se le aparecía en los sueños. Para reconvenirlo, le recordó historias acerca de los dominios de Palaa, sobre los peligros que representaba encontrarse con los Pülashii, los grandes genios, pero al parecer nada lo detuvo en su determinación. En el atardecer, lo observé preparar la canoa. Comprobó que Jepirachi le era favorable. Los vientos alisios del nordeste eran los dominantes en el territorio wayuu y los más importantes para los apalaanchi o pescadores. Jepirachi era amoroso, y por eso el más querido por todos los playeros. Si no hubiera estado presente, le tocaría silbar hasta que llegara y llenara las velas. Esa tarde fue la última vez que lo vi.

VII

Adentrándose en Simaluuna Palaa, cantó para no dormirse, recordaba historias de combate con Puyui, y también aquella muchacha de Santa Rosa de la que alguna vez estuvo enamorado y quien lo rechazó. A bordo de la canoa, miraba las luces de Shuliwala para encontrar el rumbo e iniciar la faena de la noche. El firmamento era el mapa. En medio de la inmensidad de Simaluuna Palaa, había estado ofreciendo infusiones de Alouka a Pulowi para que le permitiera disponer de los rebaños sin recibir ningún castigo. Ella era la dueña de los animales marinos, y los custodiaba por medio de Puyui, quien acechaba a los pescadores apalaanchi, pero esa noche no apareció el jaguar del mar por orden de la deidad misteriosa. Después de estar navegando, colocó el canalete en su oreja izquierda para sentir las presas y al lograr rastrearlas se dispuso a utilizar los arpones para combatir, pero quedó quieto cuando la vio. Antes pensaba que los sueños eran solo eso, sueños, pero no, ella con su hermosura y manta trasparente estaba mirándolo de forma provocativa como lo hacía cuando se encontraban por medio de Lapü. Salió en medio de las aguas y nadó hasta subirse a la canoa con su larga cabellera. Nunca había imaginado tenerla de frente, no lo podía creer.

VIII

Me acerqué y te quité los arpones, con los que habías matado a muchos de mis rebaños en noches anteriores, y comencé a desvestirte, desabotonando la camisa mientras acariciaba tu pecho fuerte y moreno de pescador, luego desamarrando el sira, que cubría los genitales. Al quedarte desnudo besé cada parte de tu cuerpo. Al principio, solo te limitabas a abrazarme, quizás por el nerviosismo y consciente de lo irreal de la situación, pero comprendiste que estaba sucediendo de verdad, que esta oportunidad era única. Me comenzaste a acariciar y besar con lujuria.

IX

Arrancó su manta transparente y se puso encima de ella, mientras seguía besándola y acariciando sus pechos. Eyaculó varias veces dentro de su despampanante cuerpo y aún después de haberse venido continuaba adelante como si el entrar en contacto con ella le hubiera dado más fuerza. En esos momentos disfrutó de los placeres que la vida no le había permitido gozar. La canoa se convirtió en el testigo de las pasiones desenfrenadas y los gemidos de la diosa se escucharon en todos los dominios de Simaluuna Palaa.

X

En tu último instante de éxtasis, te abracé, dejándote sin aliento con el roce de mis hermosos pechos, cubriéndote la cara con mi larga cabellera, y de un momento a otro, te arrastré fuera de la canoa hacia las profundidades del Caribe de donde nunca te permitiría volver.

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